Un grupo de artistas del país apuesta por eliminar la violencia contra las mujeres y las niñas, proyecto que encontró puerto seguro en Sancti Spíritus
Preocupa que productos con bajo nivel cultural sean promocionados, tanto por las vías estatales como por la calle, ese espacio mercantil que aún no ha encontrado riendas. Debido a ese fenómeno, cada vez más se difunden temas musicales y audiovisuales que poco se parecen al contexto cubano y, mucho menos, al ideal social que soñamos.
Comenzar a citar ejemplos será apostar por una lista sin fin. Aunque, sin pretender ser monotemática con el género reguetón, propondré en esta cuerda de pensamiento dos “creaciones” que circulan en las redes sociales, memorias flash y DVD. Creo que Calentón, de El Chacal, y El blúmer, del mismo autor y Yakarta encienden las alarmas desde sus propios nombres.
Aunque temerosa de llamarle “temas musicales”, ambos tienen mucha tela por donde cortar. Pero entre tantos desechos, ambos productos llevados al audiovisual reafirman que, a pesar de la voluntad política de Cuba, en la isla existen manifestaciones de violencia contra las mujeres y las niñas.
Y aunque para no pocas personas puede pasar inadvertido, en ambos textos y videos clips las féminas son consideradas objetos sexuales que son miradas con alevosía por los hombres. Ellos todopoderosos, seductores, varoniles; en cambio ellas, semidesnudas, esperan deseosas saciar la necesidad de sus parejas.
Y eso es una de las tantas formas de violentar. No solo se precisan golpes. Sutilezas como unas baquetas rítmicas sobre voluminosos glúteos, que acompañan la sonoridad de Yoyo Ibarra en Candela pa’ la vela o en El charanguero, de la Charanga Habanera cuando la canción llama a comprar el amor de la enamorada son evidencias de esa marcada desigualdad entre hombres y mujeres.
Por supuesto, el pensamiento que llevó a la creación de esos productos y el aplauso encontrado en un no reducido número de personas se debe a un fenómeno mucho más complejo que el simple placer de disfrutar de la belleza del cuerpo humano o tararear por reiteración una melodía, ya que responde a subjetividades escondidas tras concepciones patriarcales o permeadas por la asignación de roles de género.
Así lo considera Rochy Ameneiros, una mujer que, junto a otras personalidades de la cultura en el país, protagoniza acciones para desde el arte desterrar esos ejemplos. Pero para lograrlo, a su juicio, se precisa ganar en conocimientos que posibiliten detectar hasta los más mínimos rasgos de discriminación.
Con el fin de nutrir de una forma amena, dinámica y mediante su principal método: la música, esa reconocida cantante cubana y un grupo de creadores visitaron por estos días instituciones de la enseñanza artística del centro y occidente de la isla. La escuela elemental de arte Ernesto Lecuona, de Sancti Spíritus, fue puerto seguro para esa embajada cultural por la no violencia contra las mujeres y las niñas.
“Hay que darles las herramientas necesarias a quienes serán en un futuro nuestros ídolos, formadores de modas y tendencias musicales. Debemos lograr que no se prosiga haciendo y promocionando esos malos ejemplos que perpetúan la desigualdad, la no aceptación a la diversidad y la ausencia de valores. En todo momento llamamos a ganar en una cultura de paz”, dijo en exclusiva para Escambray.
Ese trabajo de Rochy es heredero de su quehacer en el proyecto Tod@s a contracorriente y No a la violencia en la música, los cuales han incidido en que el número de interesados en el tema sea mayor, tanto residentes en Cuba como fuera.
“Existen muchas personas con ganas de hacer cosas con gusto, pero aún, lamentablemente, se apuesta por la promoción de productos banales, sin ninguna responsabilidad social con la equidad de género. No creo que sea resultado de un deseo consciente, sino que nos dejamos llevar por modas, cargadas de mensajes errados, que marcan estéticas e ideologías divorciadas totalmente de nuestro entorno”, acotó.
De acuerdo con quien popularizó Sabor salado, de Diego Gutiérrez, se debe exigir aún mucho más entre los decisores de las políticas culturales para evitar el consumo de los malos ejemplos.
“Aunque existe una voluntad en el país, todavía coexisten muchas capas intermedias que inciden en las políticas públicas —sobre todo vinculadas a lo que circula en las calles y se pone en la televisión—, que no tienen sensibilidad con esos temas o simplemente no se percatan. Por ello, resulta esencial la capacitación”, dijo.
“No se trata de un ritmo específico, en cualquier sonoridad los podemos encontrar. Urge aprender que para ser aplaudidos y pasarla bien no se precisa agredir a nadie, ni minimizar la figura de la mujer. Tenemos que arroparnos con las herramientas necesarias para discernir entre el bien y el mal. No es ir contra la corriente, es apostar por un mundo con cultura de paz”.
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