A casi 13 años de egresar de la Academia de Artes Plásticas de Trinidad, un hijo adoptivo de la villa ofrece al público la primera exposición en la tierra donde cultivó su talento
Luego de defender la tesis para graduarse de la Academia de Artes Plásticas, entonces establecida en Trinidad, muchos lo imaginaron conquistando espacios expositivos en la villa; mas, la suerte y el talento llevaron a José Luis Díaz Ramírez a exhibir su quehacer en escenarios foráneos.
Ahora este artista natural de Cruces, pero trinitario de corazón, salda la deuda con Tras la huella, muestra presentada en la Galería de Arte Benito Ortiz Borrell; especie de regreso a la semilla, al recuerdo de aquel jovencito imberbe e irreverente que cayó de bruces ante el mundo de la escultura y sin más bártulos que la pasión llegó a la Ciudad Museo del Caribe decidido a convertirse en el Miguel Ángel de su tiempo.
Nada tiene que ver el quehacer de Díaz Jiménez con el academicismo que signó al italiano renacentista; mas, puede que comparta con él los arrebatos que le sobrevienen a la hora de erigir una nueva pieza. Al menos así lo ratifican quienes entonces compartieron aulas, hoy colegas en el mundo artístico, al reparar en la variopinta escena que les aguarda en la planta superior de la institución cultural, donde imágenes de perros callejeros y representaciones de Cristo crucificado sobre leña, tablas de antaño y la resistencia de una hornilla eléctrica como cartel conviven en esta especie de paraíso íntimo, integrado por 10 obras.
Lo advirtió desde el inicio un amigo cercano, crítico de arte, además: “Quien ha visto a José Luis en el acto de pintar o crear una escultura se da cuenta enseguida de que tal mescolanza no obedece a un deseo calculado de producir determinado efectismo visual o algún remedo de los conocidos pintores matéricos. Al contrario, su obra nace de una especie de insatisfacción perenne con la propia figuración que le va surgiendo”.
Detrás de cada pieza, sin embargo, yacen ecos del recuerdo. “Mi abuelo tenía un taller de plomería y herrería en Cruces. De alguna manera en mi trabajo está presente el oficio bruto, rudo. No importa la temática: ya sea un animal o un ser humano la forma de hacerlo es artesanal, con rasgos de arte bruto, de sudor…, esa faena ardua del taller de mi abuelo”, alude el artista.
Si bien en documentos oficiales reza como escultor, José Luis incursiona también en el lienzo a través de lo que ha denominado un “objeto esculturado para buscar otro lenguaje, una pintura con relieve excesivo, que no es escultura, pero ofrece a la obra un carácter bidimensional”.
Así, la figura se visualiza dentro del lienzo en una especie de alquimia para sugerir una cosmovisión apartada de cánones habituales; “una mitología moderna en sustitución a la clásica, a través de seres cuya aleación y metamorfosis se produce con el mecanismo, con el objeto corroído, las tintas, los cacharros y las ruedas”, según consideraciones de Miguel Suárez del Villar García, comisario de arte a cargo de la exhibición.
Delante del Cristo “coronado” con la resistencia del fogón, el espectador agradece el regreso de este hijo pródigo, acaso porque pocas veces el público tiene la oportunidad de admirar un arte despojado de mímesis y referentes reales, fruto de un trabajo constante de quien sabe volver tras la huella de sus propios pasos a fin de corregir errores, saldar deudas y seguir haciendo camino desde el arte.
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