El artista Alejandro López Bastida vuelve a cautivar al público trinitario con una muestra atípica en el contexto de las artes visuales del territorio
A simple vista, parece un laberinto, un cuarto desordenado, como si cuatro chiquillos hubiesen puesto todo patas arriba. Desde la mismísima entrada dos especies de pergamino que cuelgan desde la segunda planta, abarrotados de nombres, te indican que, puertas adentro, aguarda algo diferente.
Las guías turísticas, el sentido común… indican que usted se encuentra en la galería de Arte Universal Benito Ortiz, en Trinidad, en las narices de la Plaza Mayor. La conciencia, sin embargo, sabe que las coordenadas han sido trocadas, que el aparente reguero constituye, en realidad, una crónica escrita desde las artes.
Nueva City lleva por nombre el más reciente boleto de viaje de Alejandro López Bastida, artista que transforma la villa a su antojo para concebir escenarios creativos nunca antes explorados en el terruño colonial. La Gran Manzana resulta el pretexto ahora; mas no la Nueva York de las revistas, sino la ciudad edificada desde las nostalgias, de los recuerdos, de los olores y sabores registrados tras el paso reciente de López Bastida por la ciudad que nunca duerme.
Esculturas, pinturas, fotografías, instalaciones, recreaciones, fabulaciones y hasta la emblemática canción New York, New York marcan el ritmo de la caminata impregnada de mensajes agazapados en cada pieza, imbricadas unas con otras; códigos que la complicidad develará de una manera y el espectador corriente, de otra. En dicha pluralidad de lecturas cada cual va construyendo su propia urbe, con las luces y sombras que estime conveniente.
Algunos, por ejemplo, solo verán una cama de muelles con imágenes en blanco y negro detrás; a Martí en tono sepia, unas licuadoras chorreando pintura, un amasijo de nombres desperdigados. Sin embargo, quien se deje seducir por el misterio, sabrá que sobre la cama de muelles durmió el hijo de Alejandro, que ese Martí le ronda desde niño, que las licuadoras recuerdan episodios amargos, que el amasijo de nombres entretejen la figura de un elefante como símbolo de la familia, entre otros secretos dispuestos a salir a la luz pública sin remilgo alguno.
Crónica de viaje al fin, no existe más intención que apelar a los sentimientos, evocar las memorias, los traumas generacionales para construir escenarios independientes e imbricados al mismo tiempo en la variopinta fisonomía de la Nueva City, levantada también gracias a infinitas manos de amigos y familiares.
Por si fuera insuficiente la atmósfera creada puertas adentro, un costado de la galería se viste con un lienzo que imita las tradicionales paredes americanas de ladrillos rojizos, las escaleras exteriores de los edificios, símbolos del arte callejero, acaso como un llamado de atención de cuán anacrónica puede resultar la inserción deliberada de elementos arquitectónicos propios de otra urbe al entorno de Trinidad. Esta es, además, la Nueva City signada por la defensa de los autóctono, por la fidelidad al pasado.
Por ello la crítica especializada advierte estar en presencia de una constante develación de intimidades. “No es aquella experiencia de un viaje ajeno y superficial de postal turística: es el acercamiento y la comprensión del otro; es el disfrute del arte y la belleza oculta tras las apariencias y prejuicios”, señala.
En caso de dudas, basta comprar el pasaje para visitar esta metrópolis en miniatura, sitio también de reedificaciones humanas, donde se alivian catarsis, donde se despabilan los recuerdos, donde nacen preguntas sin respuestas como, por solo citar algunas, ¿Es esta la ciudad que quiero para el futuro? ¿Acaso todo está escrito en el acto de crear? ¿Hacia dónde vamos? Yo añado una muy personal, nacida en plena efervescencia de la muestra: ¿Hasta dónde va a llegar la imaginación de Alejandro López? ¿De dónde salió este hombre?
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