El Congreso del PCC y los postulados recogidos en el Informe Central deben dejar establecido que Cuba sigue una política invariable de fidelidad a los principios y a su historia
Hace pocas horas concluyó con éxito el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, que tuvo como colofón la presencia del líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, quien fue acogido por los más de 1 000 delegados e invitados presentes con fuertes y prolongados aplausos, y donde no faltaron lágrimas de emoción.
No podía ser más conmovedor ese instante, en ocasión de cumplirse 55 años de la victoria de Playa Girón, que significó al mismo tiempo la primera gran derrota del imperialismo en América.
Ha transcurrido más de medio siglo de combates y victorias y seguimos aquí, más fuertes que nunca, pero también enfrentados a formidables retos que por su magnitud hacen palidecer las mitológicas hazañas de Hércules.
Ese parece ser uno de los principales mensajes que dimanan del Informe Central presentado por el Presidente Raúl Castro en la sesión inaugural del magno evento partidista, celebrada el 16 de abril, y que fue calificado por algunos participantes de excelente, trascendental, completo, necesario, fundamentado y con los pies en la tierra, según varios reportes de prensa.
Para ciertos analistas extranjeros —y gobernantes—, el Congreso y los postulados recogidos en el Informe Central deben dejar establecido, de una vez por todas, que Cuba sigue una política invariable de fidelidad a los principios y a su historia, en la cual no tienen cabida la demagogia, el oportunismo, los dobles raseros y la traición a sus amigos.
En este sentido, el informe es ilustrativo por lo que expresa, en perfecta comunión con la política del país en el plano interno y en su proyección exterior. Si hiciera falta un ejemplo para sustentar tal afirmación, vale citar la visita oficial del mandatario venezolano Nicolás Maduro a Cuba el 20 de marzo pasado y su condecoración con la orden José Martí, en la víspera de la llegada del Presidente Obama a la isla. “No hubo aquí —no puede haber— algo tan despreciable y ruin como aquel: “Te comes el cabrito y te vas”, de cierto execrable personaje de la fauna servil en un país vecino.
De la Cuba bolivariana, martiana y fidelista solo se puede esperar un rumbo guiado por principios y no por mezquinos intereses, y la garantía de que esto ocurra viene dada por la existencia de ese Partido de vanguardia, que traza el camino a la Revolución cubana, y cuya pureza tenemos que cuidar como a la niña de los ojos.
Sí es preciso reiterar, a propósito del proceso iniciado con el restablecimiento de vínculos diplomáticos con Estados Unidos y la reciente visita de Obama, que, si de un lado se abren perspectivas para el acercamiento y la cooperación entre los dos países, del otro se mantienen y agudizan prácticas que apuntan contra nuestro ordenamiento económico y social.
Entre esas rémoras aún vigentes citó Raúl al bloqueo, “con incuestionables efectos intimidatorios y de alcance extraterritorial”, aunque reconoció los esfuerzos de Obama y otros altos directivos ante el Congreso estadounidense para que sea derogado. De igual forma se mantienen la Ley de Ajuste, la política pies secos-pies mojados y el Programa de Parole para despojarnos de personal calificado, así como la concesión de millonarias asignaciones destinadas a proyectos desestabilizadores.
Documento de alto valor programático, el informe traza la política a seguir en lo interno y lo externo, en medio de un panorama paradójico, en el cual, mientras nuestra patria alcanza las más altas cotas de prestigio internacional y resulta sede de encuentros inéditos como el sostenido por el Papa Francisco y Kirill, patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, y sirve de escenario propicio en el proceso de paz para Colombia, pareciera como si el mundo se disgregara y explotara en mil conflictos —y desastres— a nuestro alrededor.
Para no ir más lejos, el área más sensible para Cuba fuera de nuestras fronteras: la región latinoamericana y caribeña, ha devenido objetivo de una fuerte ofensiva imperialista y oligárquica contra los gobiernos revolucionarios y progresistas, golpeados por la crisis originada precisamente en Estados Unidos y otros centros de poder imperial, que aprovechando la desaceleración económica en esas naciones hermanas, fomentan su caída para restablecer sus privilegios.
Políticas que han mantenido in crescendo contra la Venezuela bolivariana, donde lograron un parlamento derechista, y que ahora arrecian en Brasil contra la Presidenta Dilma Rousseff; sin dejar de mencionar los reveses de las fuerzas progresistas en Argentina, y en el referendo de modificación legislativa en Bolivia que hubiera permitido la reelección de Evo Morales en el 2019.
De esa labor de zapa no se salvan el Ecuador del Partido Alianza País, de Rafael Correa, ni el gobierno sandinista de Daniel Ortega en Nicaragua, ni el del Frente Farabundo Martí en El Salvador, ni ningún otro que huela a progresismo.
Para los cubanos es más claro que el agua que los esfuerzos de Washington y sus vasallos en la región están encaminados a socavar los esfuerzos de integración y torpedear instituciones tan arduamente estructuradas como el ALBA, la Unasur, y la Celac, mientras potencian creaciones como la Alianza del Pacífico y se revive el sórdido proyecto ALCA bajo otras formas.
Pero el imperialismo y la oligarquía también tienen flaquezas. La situación económica de esos centros de poder no es precisamente boyante, y mientas se evidencian cada vez más en su seno los síntomas de la descomposición, las viles oligarquías enfrentan un dilema casi insoluble; porque, procede la pregunta: ¿si toman el poder qué van a hacer frente a la crisis?
¿Esa clase política, históricamente definida por la explotación y las desigualdades, piensa acaso que los pueblos van a soportar mansamente el recrudecimiento de la expoliación? Porque, una cosa es cierta: no hay oligarca magnánimo ni tamarindo dulce.
Entretanto, Cuba está abierta al mundo, como preconizó en su momento el Papa Juan Pablo II en La Habana, porque nos guiamos por la prédica martiana de que Patria es Humanidad, pero no nos limitamos a ello, sino que apoyamos las causas justas, acudimos en ayuda a otros pueblos en la desgracia y compartimos lo que tenemos, como se demostró en tantos lugares, y más recientemente en la batalla contra el ébola en África y ahora frente al sismo en Ecuador.
En un contexto complejo y mutante como este, el informe de Raúl infunde la impresión de que no quedarán pendientes por los cubanos —guiados por su vanguardia comunista— las acciones que es necesario impulsar, y que este es el inicio de un ingente proceso para hacer de Cuba una nación próspera y sostenible, clave para el equilibrio de América y del orbe.
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