En las lomas del Plan Turquino de Trinidad los guajiros también lamentan la pérdida del hombre “que nos sacó de la miseria”
Ni siquiera se aprietan el sombrero para disimular los ojos enrojecidos. En las montañas trinitarias, los hombres también lloran. El carro que abandonó Trinidad al primer cantío del gallo, irrumpe en la quietud del lomerío, donde aguardan los hijos más humildes de esta tierra para rendir honores a su Comandante.
“Aquí no se siente ni un alma por las calles, para que usted sepa —me comenta vía telefónica Hilario García Suárez, morador de San Pedro—. Yo fui uno de esos campesinos que no pude hacer algo más con mi vida que no fuera meterme en el monte. Mi madre, que en paz descanse, fue la que primero me habló de Fidel. Ella siempre lo escuchaba en la radio. Gracias a Fidel, mi mamá aprendió a leer y a escribir”.
Así, el verdor de los parajes bucólicos de la tercera villa evoca el color que arropó a Fidel durante toda su existencia; esa suerte de hábito, símbolo de que siempre esta isla estaba en combate por defender la soberanía que tantas veces le arrebataron.
Escuelas rurales, policlínicos de Palmarito, San Pedro, La Ermita, Fidel Claro, Caracusey, La Paloma y otras comunidades trasmutan en sitios para recordar al “héroe de la montaña, eso fue Fidel: el héroe de las montañas”, resume a través de la línea también Ana Beatriz López Serrano, de Caracusey.
“Es como si el monte no fuera monte de pronto. Hay que verlo. Más de 500 firmas para suscribir el concepto de Revolución a solo horas de haber llegado —alude Yamilka Álvarez Martínez, directora técnica de la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios—, encargada de registrar los episodios en las montañas trinitarias.
Cada quien recuerda al Fidel de su niñez, de su juventud. Y le rinden honores con el sombrero en la mano, con el caballo atado a la cerca. En aquella escuela, los pioneros le llevan flores de su jardín.
Las palabras se atraviesan en la garganta. Las lágrimas se le adelantan. El día se hace largo, denso, interminable… Solo se escucha de vez en cuando el viento batir sobre las palmas, la televisión encendida, y el recuerdo del verso que tantas veces han tarareado los habitantes de esas comunidades donde la identidad cubana se cuece sin remilgos: “Y un Fidel que vibra en la montaña. Un rubí, cinco franjas y una estrella”.
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