La crítica de arte en Sancti Spíritus ha navegado con suerte en los mares editoriales
La cultura espirituana, si la comparáramos con sus provincias vecinas Villa Clara y Cienfuegos, tiene aún, a fin de darse a conocer, largo camino a desbrozar y sistematizar, más por la dispersión informativa que por presunta ausencia de fuentes. Sin embargo, en el campo concreto del estudio y repaso del proceso histórico-artístico, Sancti Spíritus lleva la delantera ante, por ejemplo, los investigadores villaclareños de las artes visuales a la espera de una escritura que compendie y ordene valiosos resultados parciales ya publicados, como ante algún que otro estudioso cienfueguero con un ambicioso libro, en proyecto, sobre la historia de la plástica sureña.
Nadie podría negar que en esa mirada a las “microhistorias” regionales o locales, Arte cubano del centro de la isla, de los espirituanos Luis Rey Yero y Manuel Echevarría Gómez, constituyó en 1997 una obra fundacional. O bien, como afirmó su prologuista —Rufo Caballero, nada más y nada menos—, su primer mérito fue su propia existencia. Diez años después tendríamos un examen más detenido de las dos décadas terminales del siglo XX y primer lustro del nuevo milenio cuando Echevarría Gómez, muy atento a la dinámica expositiva de la ciudad, vuelve a revisar ese trayecto en Las artes plásticas espirituanas (1980-2005). Mientras, Rey Yero obtiene el Premio Fundación de la Ciudad de Sancti Spíritus en el 2001 con El paisaje en la plástica cubana, la particularidad espirituana, publicado un año después con prólogo de la profesora Concepción Otero Naranjo, quien lo pondera como “libro de consulta obligada para todo aquel que intente conocer el arte cubano y/o algunas de sus sendas locales”. Un resumen de la tesis doctoral del mismo Rey Yero vería la luz en el 2010 con el título Herejías desde las márgenes del arte, que ya antes mereciera en una versión sintetizada el Premio de Crítica de Arte Guy Pérez Cisneros del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, el Identidad de la Uneac espirituana y el Ciudad del Che en Santa Clara, en el apartado de proyecto de libro. Se trata de la revisita a una ruptura, la protagonizada por los discursos artísticos del fin de siglo, al erosionarse la tradición secular del arte contemplativo en sintonía con los lenguajes contemporáneos de la llamada posmodernidad.
Finalmente, este mismo autor entrega, en el 2013, su Diccionario de las artes visuales espirituanas, todo un regalo apetecible al estudioso ávido de referencias exactas acerca de los artistas espirituanos, e imágenes por primera vez en colores.
Ediciones Luminaria ha jugado un rol clave en la construcción y socialización de este saber. Se le ha otorgado un lugar al pensamiento en el formato del ensayo, para ser concretos del ensayo con tema en las artes visuales, del que están muy carentes otras editoriales del país, sobre todo en las provincias.
De manera que el caso espirituano ejemplifica una conciencia de la historia, de la posibilidad de hacer historia, o de escribirla. A su vez, ejemplifica madurez investigativa, alimentada a diario a partir de la docencia, la promoción cultural y en la asiduidad del ejercicio del periodismo cultural. Estos senderos en los que se ha transitado con una perspectiva crítica, han permitido elaborar los expedientes que luego se le han anexado a un vistazo histórico de los procesos artístico-culturales y posibilitan el poder acceder hoy a una memoria cultural correctamente documentada. Y lo que es muy importante, son enfoques que articulan de modo coherente la problemática regional-local de la cultura artística con esa historia del arte cubano escrita como si tuviese un único centro, La Habana. Una historia cuya descentralización, o cuya reescritura, es todavía tarea pendiente.
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