Invitada al evento CinemArte, la actriz Eslinda Núñez, Premio Nacional de Cine 2011, confiesa a los lectores de Escambray que el verbo de su vida es aprender
Eslinda Nuñez: El verbo de mi vida es aprender (+ Fotos)
Antes de convertirse en uno de los rostros del cine cubano, Eslinda Núñez vivió un tiempo en Banao. Apenas recuerda el pueblo, porque era muy pequeña cuando el padre trajo a la familia hasta este recodo espirituano por cuestiones de trabajo, pero sí sabe que para ese entonces ya se sentía inclinada por el arte.
“De niña jugaba a disfrazarme y a representar diferentes personajes —evoca—; empecé también a dibujar e interactuaba con los personajes de mis dibujos, hablaba con ellos. Así creció mi mundo de fantasía y me dije: Caramba, me gustaría ser artista, pero a mi familia, por supuesto, nunca le gustó la idea”.
Después conocería a Manuel Herrera, a la postre su esposo y el director de cine que la ayudó a encauzar sus aptitudes dramáticas, a modelar su talento innato con métodos académicos. Sobre su trayectoria en el teatro, el cine y la televisión, sobre su familia y la entrañable amistad con el reconocido cineasta Humberto Solás, Eslinda Núñez dialogó durante casi dos horas con el colectivo de Escambray en una especie de tertulia conducida por el Doctor en Ciencias Luis Rey Yero y de la cual el semanario reproduce fragmentos en exclusiva.
¿Cómo fueron sus inicios en el cine?
Yo tenía inclinaciones por el arte, pero no sabía cómo iniciarme. Fue gracias a un amigo que habló con Vicente Revuelta para que me hiciera una prueba. Vicente tenía una pequeña academia a la que yo fui y me quedé impactada cuando vi a Raquel Revuelta, Bertha Martínez, Sergio Corrieri…, esas grandes figuras delante de mí y yo dije: aquí más nunca en la vida me van a aprobar.
Entonces llegué a aquella salita de Vicente en la que había solo un escenario y unas cuantas filas de asientos, y me mandaron a improvisar. Cuando me subí al escenario, me parecía que el mundo era mío. Yo siempre he sido muy tímida, pero en escena sentía que podía hacer mil cosas, y todo lo que me mandaban a hacer, yo decía: Si creo en lo que estoy haciendo, sé que el público tiene que creerlo también, y ahí fue donde yo comencé a tener confianza en mí.
Usted trabajó en lo que muchos críticos han considerado los tres monumentos de la cinematografía cubana: Lucía, Memorias del subdesarrollo y La primera carga al machete. ¿Cómo llegó a estas películas?
Yo pienso que fue el azar, podía haber sido otra persona. A mí me llamó Tomás Gutiérrez Alea (Titón) para preguntarme por qué no iba a las pruebas que él estaba haciendo para buscar algunos personajes para Memorias… Ya tenía el guion de Lucía, y no quería ir a la prueba porque me daba un poco de vergüenza, tenía mi pudor; pero Humberto Solás, que era un ser maravilloso, me convenció y fui al casting. Cuando llegué al Focsa me encontré allí con todas las mujeres de La Habana; mujeres preciosas: modelos, actrices, grandes actrices, bailarinas… Yo dije: aquí no me van a dar absolutamente nada, pero hice la prueba y al poco tiempo me llamó para darme el personaje de Noemí. Para mí fue extraordinario ser dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, un lujo.
¿Cómo fue el trabajo con Humberto Solás?
En primer lugar, éramos muy amigos. Humberto era un ser excepcional, un hombre con muchas virtudes. Desde que me vio, me dijo: “Yo quiero que tú trabajes en una de mis películas”. Escribió varios guiones, siempre me decía que yo los iba a interpretar y al final nunca se daba, terminaba haciéndolo otra persona. Y un día me dijo: “Escribí un guion, este sí es para ti”. Me dio a leer Lucía y me enamoré por completo de la muchachita tan inocente que con esa pureza se incorpora a la vida, al amor y a las luchas políticas.
De Humberto aprendí mucho, él me decía: “Tienes que exigirte más, nunca te des por vencida, siempre que creas que estás dando lo máximo en un trabajo, lucha porque seguramente tienes mucho más para dar”, y esa exigencia para mí ha sido fundamental porque me ha obligado a ser más responsable, más seria y a tratar de hacer todo lo mejor posible.
Humberto era muy joven cuando empezamos a hacer Lucía. Con apenas 24 años se tuvo que enfrentar a Raquel Revuelta, que era una excelente actriz, muy renombrada, con muchísima experiencia; se enfrentó conmigo, que comenzaba en el teatro, había hecho algunas puestas en escena y tenía cierta experiencia; y se enfrentó a Adela Legrá, que era una campesina con un talento tremendo, muy vital y con muchas ganas de demostrarles a los que venían de La Habana que ella podía actuar.
Él era un director muy intuitivo, apasionado y cuando tenía una idea fija era difícil cambiársela. En lo único que nos daba rienda suelta era en los diálogos, para que se pareciera más a la vida cotidiana. Yo pienso que Humberto Solás —y esto no ha sido estudiado por nadie, es un simple presentimiento mío— cambió el cine cubano a partir de Manuela. La forma de decir los diálogos antes era como en el cine mexicano, los actores hablábamos tan correctamente y tan perfecto que le restaba naturalidad, y creo que quitar esa impostura fue un aporte suyo al cine cubano.
De los tantos personajes que ha hecho, ¿cuál es el que más recuerda?
Yo traté durante una época de alejarme de Lucía porque me querían encasillar, casi siempre me llamaban los directores para ofrecerme personajes lánguidos, dulces, suaves, con sombrillitas; obras de teatro también donde era una mujer romántica porque eso era lo que ellos habían visto de mí, y yo siempre trataba de hacer lo contrario: la mujer ruda, rústica, fuerte, la Santa Camila, que la pude hacer en teatro y la gente pensaba que yo no podía. Lo que hago es ponerme metas, tratar de hacer algo más allá de lo que se piense que yo pueda hacer.
Lucía es un recuerdo entrañable, el público me ha conocido y reconocido por esa película nacional e internacionalmente, pero Amada es una película donde siento que me probé y que indagué en la mujer de la época, en el destino cotidiano que teníamos las mujeres en la República. Muchos de los cuentos de mi familia, de mis tías, de las vecinas de mi mamá, que yo inocentemente escuchaba de niña, pude aplicarlos ahí.
¿Cómo ha logrado combinar su vida profesional con su vida familiar?
Yo a veces también me lo pregunto. Tengo un hijo al que dediqué gran parte de mis años juveniles, pero no me arrepiento porque quería tener un hijo independiente, fuerte de carácter y que fuera un hombre bondadoso, como todas las madres queremos, y me siento contenta del hombre que es, de su forma de ser. Ahora tengo tres nietos: Aitana, de ocho años; Ainoa, de dos años y medio; e Inti Manuel, de 8 meses. Y esos sí me están dando guerra.
¿Qué ha significado la televisión para usted?
En los años 70, la televisión era mal vista por los actores de teatro. Se hablaba mal de la televisión. Siempre se habla mal de la televisión, a veces injustamente porque hay que pasar mucho trabajo para hacerla. Pero yo tuve la suerte de que Carlos Piñeiro me llamó para una obra que se llamaba El Chino y esa fue una experiencia extraordinaria porque aprendí muchas cosas bajo la dirección de Carlos Piñeiro.
Entonces dije: ¡Caramba!, puedo hacer cosas interesantes, ricas, y la televisión es medio parienta del cine. Mucha gente venía y me decía: “Pero, ¿por qué tú vas a hacer eso? Tú eres de la gran pantalla”. No, yo soy actriz, lo mismo hago televisión, que trabajo en teatro, que hago cine o doblaje. He hecho mucho doblaje y me gusta porque siento que aprendo. El verbo de mi vida es aprender.
En ese sentido, mi vida ha sido una sorpresa, porque he ido aprendiendo mucho, me he estado preparando siempre para cualquier cosa que pueda venir, nunca he estado de brazos cruzados. Mucha gente me dice: “¿Por qué tú a estas alturas te pones a trabajar con un cineasta que apenas comienza?”. Y es que aprendo mucho de los que comienzan porque tienen nuevas ideas. Ellos me pueden dar su vitalidad y yo, la que tengo porque todavía siento que tengo vitalidad.
¿Qué personaje le hubiera gustado interpretar pero no ha podido?
Hay muchas cosas que se me quedaron en el camino. Yo iba a hacer El siglo de las luces; Humberto Solás la había adaptado para mí. En París me reuní con Alejo Carpentier y con su esposa, y ya en ese momento estábamos listos para la película, pero no se consiguió el dinero; pasaron 10 años y ya yo no tenía la edad. Entonces Humberto encontró a Jacqueline Arenal, que lo hizo muy bien, pero a mí me hubiera gustado mucho hacer ese personaje.
En teatro me hubiera gustado hacer Doña Rosita, la soltera; tampoco tengo edad ya para eso, pero no soy ese tipo de actrices que se quedan en el pasado. Para mí lo importante es lo que viene, lo que pueda hacer mañana. Este personaje que estoy haciendo ahora en la telenovela, por ejemplo, no quería hacerlo porque estaba cansada, había trabajado mucho y quería descansar, pero Consuelo Ramírez, que es una de las directoras, me convenció. El personaje no tiene esos grandes momentos dramáticos, pero Consuelo me dijo que yo le podía sacar. Me puse a estudiarlo y dije: Sí, lo voy a hacer, y lo estoy haciendo. No será el gran personaje de la vida, pero ya llegará.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.