Triana, como le conocieron los espirituanos, se entregó al béisbol en cuerpo y alma la mayor parte de sus 69 años de vida
Si desde el reposo eterno de su muerte inoportuna Abelardo Triana González tuviese la capacidad de escuchar, volvería a sonreír como casi siempre.
Al lado del féretro, muchos de sus peloteros, los de antes: José Raúl Delgado, Francisco Pascual Sansariq, Roberto Ramos, y los de ahora, como Eriel Sánchez, le rodearon como cuando recibían de él sus enseñanzas y regaños.
Sabría que le importó a gente de la talla de Miguel Rojas, quien, al igual que todos, lo tuvo como un padre; “nos cogió jovencitos, nos hizo jugar pelota buena, antes de cada juego conversaba con los atletas, les preguntaba cómo se sentían, porque era muy respetuoso”.
Sabría que nadie le cobra esa deuda que él mismo se colgó por el título que no pudo alcanzar, en los años de sufrimiento feroz, en los años más aciagos de los Gallos.
Porque se entregó al béisbol en cuerpo y alma la mayor parte de sus 69 años de vida, desde que compartió la barriada de Hanoi con el mítico José Antonio Huelga. Triana, como le conocieron los espirituanos, partió con el legado de una entrega pasional a la pelota.
No como el pelotero que no pudo ser porque “mi papá quería que fuera, pero yo no era bueno, mucho menos en la posición que me gustaba que era la de receptor”, pero sí como el pedagogo y director que fue.
“Acepté dirigir y no me arrepiento —diría en estas propias páginas hace ya siete años—, los directores no se hacen en una escuela; sabía que me iba a meter en un compromiso grande, no sé incluso si dirigí tantas veces porque no había nadie más, pero puse todo mi empeño por hacerlo bien”.
Dirigió por méritos, aunque nadie nunca pudo evitarle esa herida abierta con los Gallos, porque los hizo y creyó suyos y no rehuyó nunca responsabilidad alguna por la derrota. “¿Que gané una selectiva?; sí, en aquel entonces agradamos a la gente, pero nunca les pude dar un buen lugar, esa es mi deuda con los espirituanos”.
Ahora mismo sentiría que parte de ese débito se diluyó en el tiempo. Quienes acompañaron sus últimas horas hablan de ese otro privilegio: ser el único mánager espirituano en conquistar un título en Series Selectivas. Fue con Las Villas en una de las campañas más memorables de la historia (XV), aquel mayo de 1989 en Jatibonico vs. Ciudad de La Habana.
“Se lo dediqué al pueblo espirituano, a mis padres, mi señora, mis hijos y a Eduardo Martín porque le había pasado un poco lo que a mí. Ese día, como soñador al fin, cuando gané pensé que podría recuperar los lugares de Sancti Spíritus, pero no pude”.
Entonces logró timonear a hombres de talla mayor como Antonio Muñoz, Lourdes Gurriel, Víctor Mesa, José Raúl, pero los amoldó con esa paciencia de padre que le distinguió. “Ellos me pedían permiso para hacer los mítines, sobre todo Víctor. Fue una prueba grande y difícil; cuando aquello, con los peloteros del Cuba los mánagers eran casi un cero a la izquierda, pero yo tuve suerte, todos sin excepción me ayudaron a aprender un poco más”.
Así dejó atrás los temores de cuando le pusieron en sus manos, esa suerte de papa caliente que algunos directores rehúyen. “Cuando me dijeron que tenía que dirigir la Selectiva se me aflojaron hasta los dientes, iba a estar frente a jugadores que no conocía, que estaban por encima de mí”.
Se lleva su propio magisterio, ese que aprendió entre hombres tan diversos como la pelota en sí misma. “Tenía de todos los tipos, hay atletas a quienes tienes que gritarles; a otros, tirarles el brazo por arriba, buscar cómo te les cuelas para que rindan a plenitud, y hay otros que rinden sin tú hablar con ellos”.
De esa honestidad y postura paternal da fe Rojitas, quien bebió de su sabia una enseñanza que ahora rescata entre lágrimas: “Una vez me dijo que iba a abrir regular en el Latino y por la noche cuando veo el estadio repleto me dijo que iba jugar Lázaro López, me incomodé y estuvimos como una semana sin hablarnos, pero después todo fue una felicidad, quedamos campeones y todo se olvidó”.
Esperó, eso sí, estrechar muchas más manos mientras agonizaba en su enfermedad y encontrar más amigos y conocidos del lado de allá del teléfono, amante como fue de la buena amistad, la misma que le prodigara Roberto Ramos, su compañero de terreno. “Siempre conversábamos, le gustaba ayudar a los demás y tenía muy buen carácter”.
Mas, en el homenaje momentáneo que le tributa Sancti Spíritus se hojean sus mejores páginas. Se habla de su impronta en la formación de generaciones a inicios de los 70; de cuando llevó las riendas de equipos juveniles, Liga de Desarrollo, elencos de Colombia, Italia o cuando ganó los títulos en el Preolímpico de México y en el torneo de Holanda.
“Quiero descansar mientras esté vivo”, eso dijo cuando rompió formalmente sus nexos con la pelota. Pero no pudo hacerlo como quiso, aunque enfrentó estoicamente un cáncer brutal que le coartó temprano la vida. Si en parte lo resistió fue por ese director que nunca dejó de ser y, ¡claro!, también porque recibía a todas horas una transfusión especial: “El béisbol me hace falta en la sangre”.
EPD mis condolencias a sus familiares , a los atletas y al pueblo espirituano descanse en paz campeón
E.PD. Profe Triana. Mis condolencias a sus familiares
EPD, nuestro amigo y vecino de la infancia y adolescencia, nos unimos al dolor de su familia y del pueblo espirituano, descansa en paz Abelardo como le decíamos en esos años.