Los Alazanes de Granma se alistan para intervenir, con cuño cubano, en la Serie del Caribe desde este primero de febrero
Casi sin bajarse del coche del largo festejo que le prodigó su provincia por un triunfo resonante, los Alazanes de Granma se alistan para intervenir, con cuño cubano, en la Serie del Caribe desde este primero de febrero.
Las noticias llegadas del oriente hablan de una fiesta interminable, que comenzó el pasado domingo cuando se selló el título en medio de un ruidoso Mártires de Barbados y nadie sabe cuándo acabará, tras 40 años de espera.
Pero en eso de llegar bola y corredor a los estadios aztecas de Cualiacán, los Alazanes no llevan ventaja, pues todos los rivales terminaron por estos días sus torneos domésticos, una variante a la que Cuba se pudo sumar por primera vez ya que antes siempre debió parar su campaña nacional para asistir a la lid regional.
Por lo resonado del triunfo, quizás cuando se tire la primera bola el propio día primero de febrero vs. República Dominicana aún en los confines granmenses, y en otros que no lo son, se hable de este campeón que, de ser un elenco casi gris en materia mediática y de seguidores nacionales, captó nuevos admiradores o al menos aficionados que le dispensaron el favor de los parabienes por este título impensado, una vez que eliminaron al archifavorito Matanzas.
No resulta rimbombante —creo— asegurar que Granma salvó la edición 56 de la pelota cubana, que en su último tramo de la etapa clasificatoria entró en fase de bostezo, no solo porque los cuatro primeros mantuvieron el mismo orden que ocuparon al cierre de la primera vuelta, sino porque la clasificación de estos ocurrió varios partidos antes del cierre.
Luego, nada mejor para el espectáculo en nuestro béisbol nacional que se volteen los pronósticos y suceda, como ahora, lo inesperado. O que gane el “más pobre”, si así denominamos al conjunto que nunca ha obtenido un oro y por el que casi nadie hizo la cruz en los vaticinios previos al play off.
Y no solo por eso. Sin que haya sido un dechado de béisbol perfecto, Granma regaló un juego pasional y vivo, con fuerza, garra y alegría. Jugó relajado y sin presión y pudo destilar un ego colectivo, guiado por un líder natural como Alfredo Despaigne, capaz de aglutinar a todos y hacerles rendir a la par, ya sea con un batazo oportuno como los de Guillermo Avilés, Carlos Benítez o Yoelkis Céspedes, un tirón en base con su propia rúbrica, un brazo eficaz a la usanza de Lázaro Blanco o los importados Noelvis Entenza y Miguel Lahera.
El equipo se ganó el respeto y adelantó el título cuando acalló a los Cocodrilos en su propio pantano. Se apoderó de la atención nacional cuando destronó a los tricampeones nacionales con una barrida de la que se hablará tanto como de la quema de Bayamo por sus propios hijos en la época colonial.
Junto a Ciego regaló una final electrizante, pese al 4-0. No puede decirse que los Tigres entregaron su corona. Solo no pudieron reconquistarla cuando se desconcertaron ante el trote brioso de los Alazanes. Ambos protagonizaron una final de esas que piden los más exigentes.
Para lo mal parado que anda nuestro béisbol —y esta serie no fue la excepción—, resultó una final para disfrutar y no para detenerse en sus deslices, por ejemplo, tácticas dudosas desde el banco de los directores, un líder jonronero de temporada hipnotizado en home por el tercer strike cantado con hombres en bases, corredores varados sin avanzar con su equipo casi ahogado o desatinos arbitrales que provocaron, sin argumentos, los aspavientos de un campeón que dejó sobre el terreno síntomas de impotencia ante una derrota limpia y categórica.
La serie cerró por todo lo alto, con un pueblo reencontrado en su identidad beisbolera, un estadio delirante y una provincia en llamas de festejos. Bastaría esa imagen para mirar con calma una campaña donde, al igual que en sus más recientes antecesoras, no se jugó de altura ni en lo técnico ni en lo cualitativo (algunas figuras asomaron uñas y dientes) y siguió dejando a más de la mitad del país con sus estadios “apagados” casi todo el año.
La serie dejó a un Matanzas como eterno perdedor en los play off, un Camagüey rejuvenecido como una de las notas alentadoras para los de “abajo”, y dos de los grandes, Pinar del Río e Industriales, fuera de la “repartición del cake”. También nos legó terrenos semivacíos casi siempre, un horario a pleno sol que pide a gritos reajustes energéticos del Inder por el bien de su principal espectáculo, y la necesidad de mucho, mucho trabajo para revivir las esencias de la pelota puramente cubana.
Pero volvamos a los Alazanes de la Serie del Caribe. Tras disfrutar hasta el llanto un título que merecía hace rato por humilde, caballero y sabio, Carlos Martí integró un elenco para ganar entre sus similares del área en un evento donde Cuba solo ha logrado un pergamino desde su reinserción en estas lides: el que alcanzó el Pinar del Río, bajo el mando de Alfonso Urquiola.
Por los nombres, trató de mantener un Granma lo más puro que pudo, si contamos como suyos a los refuerzos que le acompañaron desde que rompió la segunda vuelta. Como lo hizo para la temporada nacional, intentó consolidar, sobre todo, el pitcheo. Si para sus seguidores de pura cepa ya hicieron lo suficiente, ahora les queda asirse otra vez a la clave con que dejaron boquiabierta a toda Cuba: jugar pelota sin nada que perder.
Tendrán a su favor que, tras el cierre de cortinas en México el 7 de febrero, quedará menos de un mes para la arrancada del Clásico Mundial. Entonces el retrovisor de la polémica los dejará tranquilos más pronto que lo que demora un coche en pleno Bayamo para devolverlos al festín por lo que es ya el notición del año en tierra de caballos.
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