Cuando Donald Trump pronunció hace 10 días su discurso ante el Congreso , los medios de comunicación lo alabaron por el tono estadista y presidencial. Una persona sentada en primera fila no pensaba lo mismo
Con cada frase, Bernie Sanders, de 75 años, se horrorizaba un poco más. Hasta que Trump empezó a hablar sobre el medio ambiente y el senador independiente por Vermont casi estalló en una carcajada. Ese mismo día el presidente había firmado un decreto que echaba por tierra los controles federales para prevenir la contaminación de ríos y canales. Y ahora prometía a los legisladores de EEUU promover “un agua y una atmósfera libres de contaminación”.
“¡Fue de una hipocresía inaudita!”, dice Sanders, todavía sin poder contenerse. “¡Habla de proteger el agua y la atmósfera el mismo día en que firma una orden que aumentará la contaminación del agua y de la atmósfera!”.
La oficina de Sanders en el Congreso luce intacta, como si hubiera pasado sin dejar rastro el estratosférico ascenso que en 2016 lo llevó desde un relativo anonimato hasta convertirlo en un serio aspirante a la Casa Blanca. En las paredes hay colgadas pintorescas fotografías de su Estado. “Primavera en Vermont”, dice una con vacas en un monte. Además hay una estantería llena de libros con títulos del estilo Sanders, como Never Give In (Nunca rendirse) o The Induced Ignorance of Power (La ignorancia inducida del poder).
Vestido con ropa informal, Sanders entra rápidamente en su oficina. Tiene el pelo blanco despeinado y la apariencia de alguien que ha sido interrumpido mientras estudiaba muy concentrado. En cuanto empezamos a hablar, se vuelve fascinante. Queda claro en un instante por qué tanta gente sintió la llama (“feel the Bern”, un juego de palabras con el nombre del senador y la frase “feel the burn” o sentir la llama): Sanders puede sentir la intensidad de esa llama en su interior.
“Estos son tiempos muy alarmantes para la gente de Estados Unidos y para el mundo entero. Tenemos un presidente que miente patológicamente. Trump miente todo el tiempo”. Sanders cree que las mentiras de Trump no son casuales: “Miente con el objetivo de socavar los cimientos de la democracia estadounidense”. Tomemos como ejemplo sus “feroces ataques contra los medios, cuando dice que casi todo lo que publican los principales medios de comunicación es mentira”. O cómo denigró a uno de los altos cargos judiciales nombrados por George W. Bush, llamándolo “supuesto juez”, y sus falsas afirmaciones de que cerca de cinco millones de personas votaron de manera ilegal en las elecciones.
Según Sanders, este tipo de declaraciones, que él llama “delirantes”, apuntan a que lleguemos a una sola conclusión: “Que la única persona en EE.UU. que representa a los estadounidenses y que dice la verdad, la única persona que hace las cosas bien es el presidente de EE.UU. Eso es algo sin precedentes en la historia de este país”.
Cuando le pregunto cuál podría ser la estrategia final de Trump, Sanders se adentra en el terreno de la distopía. “Lo que él quiere es terminar siendo líder de una nación que ha dado pasos agigantados hacia el autoritarismo; una nación en la que el presidente de EE.UU. tiene poderes extraordinarios, muchos más de los que otorga la Constitución”.
A estas alturas de la entrevista, Sanders ya ha cogido su ritmo y dirige la conversación haciendo grandes ademanes con los brazos, golpeando las palabras con ese gruñido característico de Brooklyn mezclado con Vermont. Es imposible no sentirse cautivado por un hombre que parece tan auténtico.
Sanders ocupa un lugar prominente en el actual mapa político. En 2016 ganó 23 elecciones primarias y caucus (Hillary Clinton ganó 34) y recibió 13 millones de votos. Teniendo en cuenta las probabilidades en su contra– el poder de Clinton entre el establishment, el sesgo de los “superdelegados” que al darle el 15% de los votos al establishment del Partido Demócrata volcaron las primarias hacia ella, y los cínicos esfuerzos de la maquinaria del partido, a través de la Convención Nacional Demócrata, para debilitar su campaña y poner en duda sus habilidades como líder y sus creencias religiosas (como se supo por supuestamente filtrados por hackers rusos y difundidos por WikiLeaks)– lo conseguido no fue un pequeño logro.
Si Sanders hubiera ganado la candidatura, ¿habría derrotado a Trump? No he terminado la pregunta y ya puedo sentir el rechazo que provoca. El desagrado que expresa el lenguaje corporal de Sanders es tan aplastante que parece haber sido insultado: se le arruga la cara, se encoge de hombros y tiene el aspecto de alguien que está siendo pinchado con agujas. “No creo que esa especulación merezca la pena”, dice. “La respuesta es: ¿quién sabe? Tal vez sí, tal vez no”.
Cambiamos de tema rápidamente. Le pregunto si en la noche electoral anticipaba el resultado o si se quedó estupefacto como tantos otros cuando Trump empezó a ganar con holgura en estados del cinturón industrial como Michigan y Wisconsin (donde, por cierto, Sanders había derrotado a Clinton en las primarias y en los caucus). “No lo esperaba, pero no me sorprendió. Cuando me fui a dormir la noche anterior, pensé que Clinton podía ganar con un margen de dos o tres a uno en su favor, pero no pensaba ‘es imposible que gane Trump’. Nunca pensé eso”.
La optimista respuesta de Sanders está arraigada en su análisis crítico del capitalismo moderno que ha dejado a EE.UU., junto con Reino Unido y otras importantes potencias capitalistas, a merced del ataque de la derecha. Es así como relaciona a Trump con el Brexit y, a su vez, con el miedo que vive el continente europeo en vísperas de las elecciones de Francia y Alemania. Según Sanders, todo ese miedo es una manifestación muy común de los estragos de la globalización.
“Una de las razones que explican el Brexit, la victoria de Trump y el resurgimiento de los candidatos ultranacionalistas de derecha en toda Europa es el hecho de que la economía mundial ha sido muy buena para las grandes multinacionales. En más de un aspecto, eso fue algo positivo para la gente con estudios. Pero hay millones de personas en este país y en todo el mundo que han sido olvidadas”.
Le hablo a Sanders de la epifanía que experimenté en septiembre cuando vi a Trump decir frente a un grupo de multimillonarios en un salón del hotel Waldorf Astoria de Manhattan que él lograría que todos los obreros siderúrgicos recuperen sus empleos. ¿Obreros siderúrgicos? ¿Cómo diantres es posible que el Partido Demócrata, el supuesto partido de los trabajadores, haya cedido tanto terreno político para que un multimillonario (un “falso multimillonario”, me corrige Sanders con firmeza) se pueda poner de pie frente a otros multimillonarios en el hotel Waldorf y simular que es el gran defensor de los obreros siderúrgicos?
“Esa es una excelente pregunta”, dice el senador. La incomodidad se esfuma. “A lo largo de los últimos 30 o 40 años, el Partido Demócrata ha pasado de ser un partido de la clase trabajadora (trabajadores blancos, negros e inmigrantes) a ser un partido marcadamente controlado por una élite progresista que se ha distanciado enormemente de las necesidades de las familias de clase trabajadora de este país”.
Sanders continúa lamentándose sobre lo que él ve como una dicotomía innecesaria entre la identidad política elegida por esas élites progresistas y las raíces obreras tradicionales del movimiento, como la que representan los obreros siderúrgicos. Está tan indignado con esa falsa división que es lo que define la definición sobre sus ideas: “Solo por esa razón me considero un progresista y no un liberal” (en este caso, “liberal” en el sentido utilizado en EE.UU., sinónimo de progresista del Partido Demócrata)
Le pido que desarrolle la idea. Me explica que la tendencia de la izquierda progresista a concentrarse en intereses transversales, los de género, los de raza o los de estatus (por los inmigrantes), ha hecho que deje de ver las necesidades de una clase media cada vez más pequeña y con grandes niveles de desigualdad en los ingresos. No tenía que haber sido así, dice. “La verdad es que podemos y debemos hacer ambas cosas. No es una o la otra: son las dos”.
Le pregunto si ve un patrón similar en la trayectoria del Partido Laborista británico y la cara se le empieza a arrugar de nuevo. Aparentemente, la política del Reino Unido también está en la lista de temas de discusión indeseables. “No quiero decir que sé más de lo que sé”, dice Sanders. Pero enseguida añade: “Pero obviamente estoy algo informado”.
Hay un lazo que une a Sanders con el Reino Unido y es su hermano mayor, Larry: vive en Oxford y en octubre se presentó (sin éxito) como el candidato del Partido Verde para el escaño de Witney, vacante tras la salida del ex primer ministro David Cameron. Sanders dice que su hermano es una gran influencia en su vida, aunque últimamente no hayan estado muy en contacto. “Hablamos de vez en cuando”.
La charla empieza a tomar un giro un poco deprimente. Gran parte de la izquierda moderna se ha separado de la clase trabajadora; el vacío reinante ha dado lugar a su vez a escenas como la del Waldorf, donde los obreros siderúrgicos piden por su salvación a los (falsos) multimillonarios. En la refriega resultante ascienden Trump, el Brexit y la extrema derecha, lanzando al abismo a las potencias del mundo occidental.
Afortunadamente, no es el fin del relato. Sanders es una persona con demasiada determinación y compromiso con su propia forma de ver la vida como para dejarnos perdidos en una niebla distópica. Y con razón: Sanders sigue siendo una fuerza importante a la que tener en cuenta. Nadie debería cometer el error de pensar que está acabado, aunque estos días no forme parte del debate público como solía hacerlo cuando estaba en el pico máximo de su batalla con Clinton.
Técnicamente todavía es independiente, pero Sanders está haciendo presión para reformar las normas internas del Partido Demócrata: dar más poder a los votantes y quitárselo a los dirigentes para, según dice, reducir la brecha entre la élite progresista y la clase trabajadora. El senador también sigue usando la fuerza de su activismo de base para empujar al partido hacia una postura económica más radical, basada en regular Wall Street y en hacer que los más ricos paguen impuestos. Dice haber tenido algo de éxito: “El programa del Partido Demócrata no llega tan lejos como me gustaría pero trabajé en él con Clinton y es, de lejos, el más progresista en la historia de la política estadounidense”.
En el Senado, Sanders también participa activamente en el proceso de confirmación del Gobierno de Trump. En particular, promete poner en aprietos a Neil Gorsuch, el candidato del presidente para el Tribunal Supremo de EEUU, por su postura sobre el aborto y sobre el fallo de financiación de campañas electorales conocido como “Citizen United”, que desató una gran corriente de dinero de las empresas privadas en el proceso electoral.
Gorsuch nunca ha emitido un fallo sobre el aborto pero sí ha dicho que “quitar la vida a un ser humano de manera intencional siempre está mal”. Sobre la financiación de las campañas electorales, el juez dio a entender que abriría el proceso político para permitir la llegada de aún más capital privado.
Le pregunto a Sanders por qué no piensa ir más lejos en lo relativo a Gorsuch. ¿Por qué no seguir el ejemplo de los republicanos y decir simplemente que no? Después de todo, ellos ni siquiera consideraron al candidato de Obama para el Tribunal Supremo, Merrick Garland. Así fue como robaron, de hecho, un puesto que correspondía a los demócratas. “Hay que buscar las razones para decir que no. Uno no dice: ‘Voy a votar que no incluso antes de saber quién es el candidato’”, responde Sanders.
–Pero eso es lo que hicieron los republicanos…
–Creo que es más efectivo dar un motivo racional.
Pero el verdadero trabajo de Sanders y de la resistencia empieza cuando se apagan las luces de su oficina en el Senado, cuando deja atrás las peleas de Washington y lleva su estilo de populismo progresista al corazón de EEUU. Lo que hace pasa mayormente inadvertido. No lo hace a escondidas pero sí discretamente, sin hacer mucho ruido. Pero lo está haciendo y el objetivo es evidente: reconstruir el movimiento progresista desde abajo.
Tiene reminiscencias del Tea Party, el perturbador grupo de base de la derecha que en sólo dos años desestabilizó la presidencia de Obama y sentó las bases para todo lo que estamos viendo hoy. ¿De eso se trata? ¿Eso es lo que hace Sanders mientras viaja por todo el país, asiste a mítines, habla a las legiones de sus todavía fervientes y jóvenes seguidores y los alienta a resistir? ¿Está sentando las bases de un Tea Party progresista, como han pedido tantas personas influyentes y como pide la guía de resistencia Indivisible escrita por tres exasesores del Congreso?
Como era de esperar, Sanders no está de acuerdo con esa idea. Pero mucho de lo que está haciendo, amplificado por la red que surgió de su campaña presidencial, Our Revolution (Nuestra Revolución), sigue pasos similares: empieza a nivel local y luego lleva el debate a una postura más radical. Ganar una elección primaria por vez.
“Mi trabajo es aumentar considerablemente la cantidad de gente que participa en el proceso político. Hemos tenido bastante éxito en ese sentido, logramos que cada vez más personas se presenten como candidatos. Me estoy centrando en eso”.
Este es el momento en el que un rayo de luz atraviesa la oscuridad: Sanders está convencido de que la resistencia ya está funcionando. En un vídeo de 14 minutos publicado en Facebook Live inmediatamente después del discurso de Trump ante el Congreso, Sanders llegó incluso a decir que los republicanos estaban a la defensiva.
¿A la defensiva? ¿En serio? Parece una afirmación audaz, dada la oleada diaria de decretos presidenciales y la hoguera de regulaciones que procede de la Casa Blanca. Sanders lo demuestra con Trump y el tan promocionado plan de los republicanos para desechar el Obamacare (la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible): “Bueno, sucedió algo gracioso. Millones de personas se involucraron activamente y dijeron: ‘Disculpe, si quiere mejorar la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, hagámoslo, pero no va a derogarla sin más y mandar a 20 millones de personas a la calle sin ninguna cobertura médica. Ahora los republicanos han quedado en una situación difícil, están avergonzados, y eso me dice que, en ese aspecto, están a la defensiva”.
Sanders pone otro ejemplo aún más evidente. Durante las últimas semanas, los líderes republicanos que organizan reuniones en sus circunscripciones por todo el país han sido abordados por manifestantes enfurecidos, con pancartas en oposición a la derogación del Obamacare. En algunos casos ha tenido que intervenir la policía. Tras los airados encuentros, los líderes conservadores exigieron más seguridad para esas reuniones.
Para Sanders, el significado es claro: “Cuando los republicanos literalmente tienen miedo de asistir a reuniones públicas, algunos argumentan: ‘¡Ay, Dios mío, tenemos miedo por cuestiones de seguridad!’, siento que es porque saben que los estadounidenses están preparados para luchar”.
Esa es la característica clásica de Bernie Sanders: levantarse y luchar. Y eso nos lleva de nuevo al dilema original: cómo responder a la amenaza autoritaria de Trump. ¿Qué consejo daría Sanders a los jóvenes veinteañeros que tienen miedo y sienten que su país está contra ellos? ¿Qué deberían hacer?
“Esto es lo que deberían hacer”, dice Sanders, encendiendo su llama interior. “Reflexionar profundamente acerca de la historia de este país, entender sin ninguna duda que estos son tiempos muy difíciles y aterradores. Pero también entender que en tiempos de crisis lo que ha pasado una y otra vez es que la gente se ha levantado y ha luchado. Perder la esperanza no es una opción”.
(Ver original en inglés publicado en The Guardian)
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