Camino a Santiago

Parte del colectivo de Escambray recorrió más de 500 kilómetros en un viaje anhelado a la proa misma de la patria Entre las montañas y el mar se desviste Santiago de Cuba. Por los altos del barrio Quintero entran nuevos conquistadores en busca de su bendición. Los rayos mañaneros del sol

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Trabajadores de Escambray y sus familiares rindieron tributo a Fidel en Santa Ifigenia. (Foto: Cortesía del periódico Sierra Maestra)

Parte del colectivo de Escambray recorrió más de 500 kilómetros en un viaje anhelado a la proa misma de la patria

Entre las montañas y el mar se desviste Santiago de Cuba. Por los altos del barrio Quintero entran nuevos conquistadores en busca de su bendición. Los rayos mañaneros del sol descorren el telón de una ciudad siempre acurrucada en las aguas de la bahía. El paisaje marchito por la sequía se anima con la vista de la añeja Universidad de Oriente, la Avenida de las Américas, la Plaza de la Revolución Antonio Maceo. Después de más de 500 kilómetros recorridos durante unas ocho horas nocturnas nadie duda sobre el primer destino.

Por la espléndida Avenida Patria, que cercena en dos el barrio de Yarayó, enrumbamos hacia el cementerio de Santa Ifigenia. El viejo y confortable ómnibus debe aún disputar un espacio donde parquear entre tantas rutas turísticas climatizadas, autos ligeros, almendrones, camionetas que repletan desde temprano los alrededores del camposanto. Casi sin sacudirse el polvo del camino una representación del colectivo del periódico Escambray y algunos de sus familiares comparten la dicha grande de este viaje anhelado a la proa misma de la patria.

Larga fila. Cientos de cubanos y extranjeros desandan la necrópolis donde reposa tanta semilla fecunda o esperan turno para rendir su homenaje personal a Fidel. Compramos sencillos botones de rosa en las cercanías y pasamos uno a uno, despacio y en respetuoso silencio, frente a la gigantesca roca de granito. Un gesto de adiós, alguna lágrima furtiva.

En los alrededores, los helechos y las palmas de la Sierra Maestra. Aquí está Fidel, otra vez en Santiago, al frente de los mártires del 26 de Julio, con el mausoleo de su admirado Maestro a un lado y del otro, el panteón a los caídos en misiones internacionalistas. Con letras doradas, el concepto de Revolución. La guardia de honor, desde el alba hasta el ocaso, cambia ceremonialmente cada media hora con los acordes musicales de la Elegía a José Martí, compuesta por el Comandante Juan Almeida.

El cementerio de Santa Ifigenia se abre con sus páginas repletas de Historia. Inaugurado en el ya lejano 1868 aparece considerado como una de las joyas del arte funerario en Cuba. Su seno acoge los restos de inmortales patriotas: Carlos Manuel de Céspedes, Mariana Grajales, más de 30 generales mambises, Frank y Josué País, los hombres y mujeres del Movimiento 26 de Julio, cuyas tumbas se distinguen por las banderas cubana y rojinegra.

Cubanos ilustres del arte y la cultura también descansan aquí: el creador del son Pepe Sánchez, el trovador Compay Segundo y otros músicos de altura como Miguel Matamoros y Ñico Saquito, el historiador y promotor Emilio Bacardí y su esposa Elvira Cape, por solo mencionar algunos nombres. La fastuosidad de algunos panteones construidos en granito y mármol a la usanza de tiempos pasados contrasta con la sencillez íntima de muchos otros sepulcros.  

A la entrada, sobrio y elegante, el imponente mausoleo hexagonal de 24 metros de altura, obra del arquitecto Mario Santi, construido en 1951 para depositar los restos de José Martí, siempre cubiertos por la bandera cubana, con el aroma cercano de las rosas blancas e iluminado por los rayos del sol que se filtran a través del lucernario hacia la cripta.

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El Mausoleo a José Martí recibe diariamente a cientos de visitantes de Cuba y el mundo. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Mientras reverenciamos a tantos guerreros gloriosos, involuntariamente regresan los versos de Manuel Navarro Luna: Hay muertos que, aunque muertos, no están en sus entierros; / ¡hay muertos que no caben en las tumbas cerradas/ y las rompen, y salen, con los cuchillos de sus huesos,/ para seguir guerreando en la batalla…!

Estremecidos, salimos entonces a desandar otras cuestas de Santiago de Cuba. El Castillo del Morro, una fortaleza militar levantada en la primera mitad del siglo XVII para defender la ciudad y declarada por la Unesco más de tres siglos y medio después como Patrimonio de la Humanidad, se encuentra atestada de turistas. Sobreviviente de guerras y terremotos, la fortificación militar renacentista, diseñada por el famoso ingeniero italiano Bautista Antonelli, aún parece intacta en un promontorio a unos 20 metros sobre el nivel del mar.

Con una vista más parecida a las postales y al celuloide que a la vida real, esta joya arquitectónica solo encuentra parentesco con el Castillo de los Tres Reyes, en La Habana, y el fuerte de San Felipe, en Puerto Rico. Traspasamos la muralla exterior y el foso con puente levadizo. Los acantilados, terrazas y escaleras se superponen como un laberinto al borde mismo del mar Caribe.

Prisión militar durante la Guerra de Independencia, en sus celdas sufrieron cautiverio los mayores generales Bartolomé Masó, Flor Crombet y Pedro Agustín Pérez; fue fusilado el General villareño José Ramón Leocadio Bonachea; y encerrados en sus mazmorras intelectuales como don Emilio Bacardí. Durante años la fortificación permaneció abandonada, hasta que se logró materializar su restauración por el doctor Francisco Prat Puig.

Demasiado breve este día para desandar la ciudad: Escambray también entra por las puertas abiertas de par en par del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, un lugar imprescindible para la identidad nacional, desde donde se disfruta el paisaje con las minas a cielo abierto más antiguas de América y aún se respiran las huellas de los cimarrones; llega breve al renovado Parque de los Sueños, regalo de lujo para los niños; y se aventura a descubrir el malecón de la Alameda con sus cruceros de lujo y la cervecería artesanal Puerto del Rey, una de las tres minifábricas de Cuba, donde producen variadas cervezas y malta dispensadas.

La calidez y el alboroto gozoso de los lugareños, el abrazo fraterno de los colegas del periódico Sierra Maestra y el sol de este invierno tropical acompañan a los visitantes a desandar los alrededores del Cuartel Moncada y la Plaza de Marte, en medio de una feria donde lo mismo se venden deliciosos panes y dulces que café hecho a la vista con colador rústico.

Al atardecer se impone el colorido de la calle Enramada, con tiendas, mercados, cafeterías y ofertas al por mayor. Los cantares de la trova al doblar cualquier esquina se conjugan con las descargas del órgano oriental. En el simbólico Parque Céspedes los muñecones Chaguito, vestidos con los colores de la bandera, despabilan contentos el sábado.

Es Santiago de Cuba, la cuna del bolero, la trova y el ron ligero; donde se mantiene intacta la Santa Basílica Iglesia Catedral, bajo cuyo techo gestó sus creaciones Esteban Salas, el pionero de la música cubana; donde se encuentra la casa más antigua de América, antigua residencia del adelantando don Diego Velázquez; donde se enclava el Ayuntamiento, desde cuyo balcón central, Fidel anunció al mundo el triunfo de la Revolución.

Tierra de conga, de sismos naturales y humanos, mucho ha prosperado esta ciudad durante los últimos tiempos. Pero su Pico Turquino sigue allí, regio y soñador como en la hora del nacimiento, para señalar siempre el mañana. Más de cinco siglos después, Santiago de Cuba traza un camino de luz.   

Mary Luz Borrego

Texto de Mary Luz Borrego
Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas económicos. Ganadora de importantes premios en concursos nacionales de periodismo.

Comentario

  1. Rafael Angel Novoa

    Mary Luz , como dijo el poeta una vez, «No os asobreis de nada» es Santiago de Cuba, muy explendido su artículo, no parece ser escrito por una espiriruana, sino por alguien que toda una vida ha vivido en esa tierra héroes y de gigantes. Como dijo Chavez en su visita a la Cuna de la Revolución, quien no conoce Santiago, no conoce la mitad del mundo. Saludos. Rafael

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