Gavilanes guarda muchas historias; unas son menos conocidas, pero otras perduran, como los recuerdos que dejó Irma por el vial que lleva hasta esa comunidad de montaña. “Aquello era un río que no paraba; eran lodo y piedras loma abajo, una avalancha que dejó inservibles y llenos de obstáculos unos 14 kilómetros del camino. Este fue el lugar donde más daño hizo el huracán en Fomento. Perecía que a todo le habían dado candela”, cuenta Julio Vivas, el presidente del Consejo Popular, quien todavía en camino hacia la serranía duda que el pequeño jeep pueda avanzar mucho.
Quizás 30 kilómetros más abajo los vientos no se sintieron igual, ni la lluvia se ensañó tanto como en El Pedrero, Gavilanes, o IV Congreso, otro asentamiento que, de tan lejano, todavía no tiene acceso, porque se trata de alturas de 200 a 600 metros sobre el nivel del mar, con su punto máximo en Caballete de Casa, que se alza más arriba.
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Y es que sus pobladores tienen la mala o buena suerte de que los atraviese el río Caracusey, el mismo que en tiempos normales de lluvia es capaz de dividir el poblado y a sus habitantes por su centro, pero que a cada rato, si el agua es mucha, como pasó hace algo más de un mes, la corriente se desboca montaña abajo, arrastra cuanta tierra encuentra a su paso y trepa sin freno la pasarela que sirve de puente entre los tres asentamientos ubicados montaña arriba, mucho más cerca del Sol, y arrasa con un camino que la naturaleza casi nunca deja acabar de rehabilitar.
CONSTRUCTORES ABREN PASO
El lugar es agreste: riscos por donde quiera, caminos casi inaccesibles, montes y café; todo bien lejos de Fomento, la cabecera municipal. En los barrancos, por debajo de las lomas, apenas queda vegetación y sí decenas de palos de árboles caídos. Por eso para Eugenio Balmaseda, el ejecutor de obra de la Brigada 3, de Trinidad, perteneciente el Micons, ha sido importante abrir el paso al menos a cerca de la mitad de los 14 kilómetros que existen hasta el propio Gavilanes.
“Estamos aquí desde el 12 de octubre y no hemos podido avanzar más porque la lluvia no había cesado hasta ahora. Ya hace cinco años nos tocó esta misma odisea, pero esta vez está peor. Además, ha sido duro porque no había camino ya que los manantiales lo desaparecieron y hubo que hacer un desvío en la Loma de la Escalera y antes de llegar a Hoyo Corrales. Allí nada más subían el Katanga y los tractores”, describe Balmaseda.
A empujones y ronroneando fuerte, la máquina trata de rocosear el camino. Rafael Lahera o Coco, como llaman sus compañeros al experimentado buldocero, la lleva hasta la altura de la loma de El Charcón, donde tiene que hacer un alto en espera de una nueva maniobra que dé solución a la alcantarilla, destrozada ante la crecida del río.
“Por aquí no pasaban ni los mulos. Ya esto es un camino y lo peor pasó: encontrar otra vía, desbrozar el terreno y acondicionarlo para verter el rocoso y sortear barrancos hasta este lugar. A partir de aquí todo es más llano hasta Santa Rosa. El único problema es que no contamos con una moto para nivelar el terreno, de manera que quede sin baches y bien compactado, como una carretera”, asegura Coco.
DE EL PEDRERO A IV CONGRESO
Nubes bajas rodean la montaña y parece que va a llover, pero escalar la pendiente es un imperativo en aras de completar una inversión cercana al millón de pesos y que facilitará el acceso a comunidades ya alejadas de por sí y ubicadas en zonas de silencio.
“Gavilanes estuvo incomunicado unos días y se buscaron soluciones para hacer el traslado de alimentos y otras necesidades indispensables a caballo e incluso se utilizó algo de polvo de mármol para amortiguar el terreno. Ahora ya se puede ir hasta allí aunque con dificultades, pero ni Santa Rosa, ni IV Congreso tienen paso; allí solo se llega en mulo porque el estado del vial, con la lluvia, no deja pasar el Katanga”, aclara el presidente del Consejo Popular.
A Balmaseda y a su gente les quedan días y kilómetros por delante. Los camiones siguen devorando la distancia en un tiro de rocoso que no cesa. “Todo este árido viene de Manaca Ranzola, son 9 kilómetros hasta donde empieza el vial y el tiro es largo, pero es de buena calidad, lo que garantiza una fuerte base pétrea y que el camino no se dañe al primer aguacero”, aclara el jefe de la brigada.
Desde lo alto del buldócer, Coco maniobra el equipo que rehace las cunetas de una pendiente interminable, que se empina entre riscos y despeñaderos hasta descansar en el lastimado paso de El Charcón. Más allá, la loma espera para que el esfuerzo de una docena de hombres cimiente antes de que finalice el año una senda segura que lleve a la llamada capital del monte fomentense.
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