Los fomentenses Alberto González y Tomás Sánchez dieron su aporte a la campaña del Che en el Frente de Las Villas sin valorar entonces la importancia de sus acciones
En medio de la barahúnda de los días postreros de la tiranía de Fulgencio Batista, a finales de 1958, Alberto González Bastida y Tomás Sánchez Fernández realizaron en Fomento tareas de importancia vital para el movimiento guerrillero dirigido por el Che Guevara, cuya trascendencia solo el tiempo les haría percibir.
Aunque conoció al Che en la primera escala de la Columna Invasora No. 8 Ciro Redondo en Planta Cantú—a donde acudió a verlo el 16 de octubre del citado año—, Alberto, quien formaba parte de un pelotón de escopeteros que operaba en el lomerío, no fue allí donde se vinculó a él, sino dos meses más tarde en condiciones especiales.
Fue el 16 de diciembre de 1958, precisamente el día que comenzaron las acciones que culminaron dos días después con la liberación del primer municipio de la antigua provincia de Las Villas, cuando el azar llevó a González Bastida ante el hombre que devendría prototipo de revolucionario en América y el mundo.
DE GUERRILLERO A COCINERO
La utilidad de contar en la guerrilla con personas naturales de Fomento y su entorno se demostró desde los primeros instantes en el bando rebelde. Ellos prestaron inestimables servicios en los tres días de combate para liberar la población.
Alberto recuerda: “Yo llevé a la gente de la punta de vanguardia a casa de un individuo que se decía que era agente del SIM, pero se había ido, entonces vinimos para la escogida yo y un tocayo que se llama Alberto Méndez, y cuando llegamos nos entregaron a Leo Castillo, que era guardia y había matado a una persona conocida de la comunidad, para llevarlo ante el Che, que estaba en el central.
“Partimos en un jeep manejado por un compañero de apellido Monteverde, Méndez y yo como custodios del prisionero. Cuando le hicimos entrega del preso, el Che me preguntó: ‘¿Y vos cómo te llamás?’; le dije, Me llamo Alberto. Entonces me puso la mano en el hombro y expresó: ‘¿Sabés que yo tuve un amigo, un amigo no, un hermano que se llama igual que tú?’
“Con el tiempo sabría que se trataba de Alberto Granados, un compatriota suyo que después del triunfo se le uniría en La Habana y continuaría con él esa vieja y profunda amistad.
“Entonces el Che entró en materia: ‘Mirá, hay que abrir cocinas para alimentar a la gente. Usted se va a encargar de esa tarea y hay que anotar todo lo que se adquiera, porque después hay que pagarlo’.
“Regresé para el pueblo, donde se estaba combatiendo, y en el hotel Luz Obrera y la Fonda de La Guajira, busqué los cocineros; un tal Breñas, Tomasito Ronquillo y Gelasio Veloz, y los puse en función de esa tarea. También, en otro local, a uno llamado Ercio, a Martín Santana y al que le decían Domingo el Bueno. Victorino Arteaga trabajó igualmente de cocinero.
“Pero ocurrió que un día, en pleno combate, se me quedó un pelotón sin comer porque estaba por la vuelta del río Agabama y eso quedaba lejos. Además, las calles estaban bloqueadas por emboscadas de contención para que no les entraran refuerzos a los guardias sitiados en el cuartel. Cuando llegaron las quejas, por poco me busco un problemón, porque cuando se trataba de fallas en la atención a la tropa, el jefe no entendía”.
Y en lo personal, ¿cómo recuerda al Che?
“El Che era un compañero especial, disciplinado, humano, sobre todo muy humano. Cuando caía algún guardia herido, lo atendía igual que a cualquiera de nuestros soldados. Él era un compañero que respetaba a todo el mundo y todo el mundo lo respetaba a él.
“Existe cierta imagen de un Che intolerante que no responde a la verdad. Recuerdo que todavía alzados en las lomas, había allí un compañero de la zona de Fomento llamado Leopoldo Varela, El Eléctrico, que un día estaba jugando malabares con tres guayabas. Entonces dice uno: ‘Mira, por ahí viene el Che’, Leopoldo se detuvo esperando la reacción del Comandante, pero él solo dijo: ‘Siga jugando con sus guayabitas, que eso le sirve de entretenimiento a la tropa’”.
POR ORDEN DEL CHE
Con la experiencia de Radio Rebelde, inaugurada el 24 de febrero de 1958 en la Sierra Maestra, el Che estaba más que consciente de la importancia de la comunicación radial para el movimiento guerrillero, por lo que, al poco tiempo de su estancia en el Escambray, dio instrucciones para, por todas las vías factibles, conseguir una planta transmisora con el objetivo de instalarla en el territorio liberado.
Esa directiva llegó al Movimiento 26 de Julio en el llano, que se puso en función de cumplirla lo más pronto posible. Fue así como Tomás Sánchez Fernández, un jovenzuelo aprendiz de relojero se vio involucrado en una misión tan peligrosa como responsable: la sustracción de la planta radial de Fomento, noticia que impactó en la población.
Casi 60 años después, Tomás evoca aquellos instantes cruciales de una acción en la que participó sin percibir en aquel momento su real significado. El refiere: “Recuerdo que una noche, como a las doce o la una de la madrugada, mi papá, que era capataz de vías en Fomento, me sacó de la cama para que le ayudara en un trabajo que había que hacer. En concreto, él me dijo: ‘Levántate, que hay que sacar el carrito de vía porque vamos a recoger un mandado’, Entonces me pide: ‘Vete y avisa a Leonel Hernández’, que era un peón que trabajaba con él.
“Sacamos el carrito, lo empujamos y entonces me dijo: ‘Vamos a sacar la emisora de Fomento’. Allí estaban dos o tres personas que no recuerdo sus nombres. Me dice, ‘quédate debajo del almacén —un almacén grande que había al lado del ferrocarril— y vigila no vaya a ser que Castillo, o alguien ponga guardia en ese punto’. Llegaron y quitaron la luz para poder desmontar la emisora. La planta la desarmaron unos compañeros de Fomento y unos técnicos de Villa Clara.
“Me quedé en el lugar indicado vigilando, pero aquello estaba tranquilo y el viejo, acompañado de Leonel y otras dos o tres personas sacaron el equipo para montarlo en el carrito de línea. Cuando pasaron por el frente del almacén les dije: ‘No hay nada, no hay problemas’. En aquel momento no le di importancia al hecho porque lo tomé como una ayuda a mi padre.
“Yo seguí hasta el crucero de ferrocarril, donde engancharon el carrito en el motor de Sopimpa, que lo manejaba un tal Nego, fallecido hace poco en Placetas. En el crucero de Sopimpa montaron el equipo en un mulo y de ahí lo llevaron para las lomas, donde sirvió para formar la red de emisoras rebeldes, que tan importante papel jugó en los días de la ofensiva final contra la tiranía de Batista”.
¿Y al Che pudo verlo personalmente?
Al Che sí lo vi, pero no pude conversar con él. La primera vez fue durante la lucha por Fomento. Él estaba hablando por teléfono en el Centro Telefónico y Aida Fernández Tió, que era la jefa del Centro, me dijo que no lo debíamos molestar porque estaba descansando.
“Ya después del triunfo lo vi en el parque cuando le otorgaron la condición de Hijo Ilustre y Teme Maluf le hacía entrega de las llaves de la ciudad en nombre de la administración local”. Tomás no sabía entonces que la mayor parte de su impar historia estaba todavía por escribir.
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