Rescatar al público infantil de los parajes rurales de la tercera villa resulta la meta de Dador Teatro, novel agrupación de Trinidad que se abre paso entre sus homólogas del país
Juglarina y Bufoncino, dos payasos con alma de juglares, llegaron para jugar con los niños y contarles una historia. La Cucarachita Martina, anuncian. Desde el público más de un infante hace la mueca de “¿Otra vez? Esa ya me la sé”; mas, los cuentacuentos advierten que no es la archiconocida narración.
Minutos después, los pequeños mueren de risa al conocer a Toribio Ganado, Chivaldo Cabrino, Pollentino Rompetímpanos y el Perro Robot, los nuevos pretendientes de la presumida cucarachita, además del ratoncito Pérez. Luego de media hora, llueven los aplausos. “Otra, otra, otra”, aclaman desde las gradas.
“Ese momento debería ser eterno —confiesa Fernando Gómez López, ahora sin el sombrero ni la nariz colorada, quien además de actuar, dirige Dador Teatro—. Cuando ves la felicidad en los niños, te das cuenta que todo triunfo viene con una cuota de sacrificio”.
Y por cuota de sacrificio se refiere al desafío que para este joven y su esposa Mirielsi Valdés Cuevas ha supuesto reformar este proyecto heredado del Centro Provincial de Artes Escénicas de Sancti Spíritus, concebido originalmente para adultos.
La separación de Teatro La Trinidad para labrar su propio quehacer marcó el punto cero de la pareja, graduada en la Escuela Profesional de Arte Samuel Feijóo, de Santa Clara.
“La mayor preocupación era el tipo de teatro porque la preparación que recibimos en la academia está dirigida al dramático. El infantil se toca por los pelos. Empezamos a estudiar, a darnos cabezazos, como se dice”.
El 24 de diciembre del 2015, en la comunidad rural Lampiño, en el lomerío trinitario, quedó oficialmente inaugurada la nueva agrupación con su prueba de fuego: conquistar a los infantes de las montañas del Escambray.
“Ha sido como despertar a una nueva vida”, explica Marielsi Valdés mientras comparte experiencias similares en San Pedro, Magua, Palmarito, Caracusey…; escenarios donde, alude, se lleva el premio de la sinceridad que no tienen muchos espacios citadinos. “Para trabajar con niños tienes que pensar como ellos. Lo hemos aprendido día tras día. La improvisación no puede faltar. Durante el espectáculo me viré el pie en la escena de ponerme el velo de novia para la boda con el ratón Pérez. Desde el público una niña dijo: ‘Por payasa te pasó eso’, ¿quieres algo más sincero y ocurrente?”.
De tales imprevistos también conoce Bárbaro Farías Trocones, quien luego se sumó a la tropa y, además de actor, de vez en cuando asume la función de sonidista. “Queremos que nuestro trabajo se distinga también por la limpieza en la puesta en escena, la interacción constante con el público para que aporte sugerencias ante los imprevistos que se presentan en la trama”.
Acaso por el ímpetu que atañe a la juventud; tal vez por la persistencia, y a ratos terquedad que los mueve, el nombre del grupo comienza a afianzarse entre sus homólogos de otras provincias.
El alumbrón, así definieron el año 2016. Desde entonces han participado en varios encuentros del arte de las tablas. De ello da fe la presencia en el festival de pequeño formato de Santa Clara, el provincial René de la Cruz in memoriam, el evento matancero Estudio Primavera, promovido por Teatro Papalote y la Guerrilla de Teatreros de Granma, en el corazón de la Sierra Maestra, entre otros, donde el equipo trinitario comienza a ser reconocido, al punto de realizar una temporada de presentaciones en Ciego de Ávila, a raíz del encuentro Sin Fronteras, convocado en dicha provincia.
Mas, aunque las ciudades les abren las puertas, “siento una especial debilidad por las comunidades del Plan Turquino —admite Gómez López—. Yo soy de Iguará, Yaguajay. De cierta forma veo en cada niño de esos pueblitos mi misma fascinación cuando llegaba un grupo de teatro, una actividad recreativa a Iguará, para romper la monotonía del campo”.
Por eso escogen también centros escolares apartados de la propia urbe sureña, en un intento de penetrar el entramado de tela de araña de la Ciudad Museo para llegar a escuelas sembradas en barrios impenetrables.
“Vienen una vez al mes. Los niños ven el cielo abierto —relata Mirtha Beltrán Ramonet, directora de la escuela Félix Salabarría —. Las presentaciones ya no son solo para los estudiantes, sino para la comunidad, que está pendiente del día de la actividad. Usted mismo lo pudo ver hoy, las madres trayendo a sus hijos, la gente que se asoma por la reja y se queda mirando…”.
Corren con la escenografía, puesta en escena, montaje, musicalización. ¿Es Dador Teatro más voluntad que apoyo institucional?, inquiere El Arriero a Fernando Gómez.
“Para un proyecto casi nuevo, que solo tiene un año y unos meses de fundado, es muy difícil que te reconozcan, incluso en tu propia provincia. A veces nos duele que otros territorios se interesen más por nuestro trabajo que la gente de aquí. Casi todo nace de nuestro esfuerzo; por ejemplo, los overoles para los trajes son buscados por nosotros mismos, el parabán son dos sábanas blancas, los tubos de la armazón eran de un catre que había en la casa y las ruedas, de la mesita del televisor”.
Los escollos, sin embargo, no enlentecen el viaje. Al contrario, les basta saber que los niños les esperan en las lomas para echarse el teatro a cuestas, como les gusta decir, y peregrinar monte adentro. “Yo soy guajiro —repite Fernando—. Como guajiro al fin, soy tozudo cuando se me mete algo entre ceja y ceja. Dije que iba a echar pa’lante Dador Teatro, y aquí me ves…”.
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