Nadie lo dude, vivimos días para la solidaridad, la hermandad entre vecinos, coterráneos, provincias. Son tiempos donde nuestra Cuba toda se levanta y la fuerza de la unión nos hace grandes
No pocos lo han dicho, más de medio siglo resistiendo el peor de los ciclones, más de cincuenta años construyendo un futuro soberano no solo nos confieren el título de la resistencia y el coraje; también dice mucho del orgullo de sentirnos cubanos.
Un país que logró proteger un millón 738 mil personas, un país que vio a un pequeño de seis años sobreponerse al peligro para, aun en medio de la tempestad, no dejar morir la imagen de Apóstol. El pionero que rescató el busto de Martí arrancado por la furia del huracán no hacía más que saberse heredero de su historia, las mismas esencias que hoy moldean los caminos de la recuperación.
El golpe ha sido muy fuerte y se extendió por casi toda la isla, sentenció el Presidente del Consejo de Defensa Nacional, General de Ejército Raúl Castro Ruz, pero con el arduo trabajo que se está haciendo, una vez más saldremos adelante. Palabras que alivian, dan fe.
Es cierto que resultará imposible borrar de la memoria las imágenes estremecedoras del mal tiempo. Y más allá de los hoteles destruidos, de las propias paredes y techos que se levantarán, hubo una instantánea que movió corazones. Una colonia de flamencos muertos; parecía rozado el litoral y allí entre tanto dolor y lágrimas de la naturaleza, un único sobreviviente alzaba el vuelo otra vez.
Como un cántico de esperanzas, como una invitación a la vida, se perdió el ave en los horizontes.
Tal vez hubo quien extrañó el verde olivo a cada minuto en las pantallas del televisor, hubo quien no pudo ver los pasos del gigante sobre los escombros o cerniendo la primera pala de arena, pero allí desde la luz del Campo Santo santiaguero, un espíritu de certidumbre en el resurgir fue más fuerte que la avalancha de viento y malos presagios.
Y así, millones de brazos vuelven machete en mano a la carga, nuevas flores germinarán en el jardín porque si algo no se llevó el temporal fue la alegría de nuestra gente, la seguridad de que nadie quedará desamparado; es una máxima fidelista que ayuda a vencer, a ver el sol otra vez tras las montañas.
Y serán esas pequeñas cosas, el vaso de agua, el plato de comida que brindamos al de al lado, el aliento, los que nos hacen únicos ante la adversidad. He visto por estos días cómo en medio del vacío de la casa totalmente en el piso, un hombre tiende al viento una bandera del 26, un estandarte tan firme como nuestros principios, un rostro de esta Cuba guerrera con la que no pudo la tempestad.
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