El grupo fomentense emprende una nueva apuesta teatral sobre un texto imprescindible de la dramaturgia cubana contemporánea
El grupo fomentense emprende una nueva apuesta teatral sobre un texto imprescindible de la dramaturgia cubana contemporánea Roger Fariñas Montano
Desde hace seis años se afianza en Fomento el grupo Agón Teatro, dirigido por Kiusbell Rodríguez Castiñeira. Perteneciente a la Asociación Hermanos Saíz y portador de la Categoría Nacional, otorgada por su labor dentro del movimiento teatral amateur, el grupo integrado por jóvenes estrenó en el 2010 la obra La hijastra, del novísimo dramaturgo Rogelio Orizondo, a las que se sumaron Ida y Desgranando la mudez, de Pedro de Jesús.
Ahora regresan en el marco de la IV edición del Concurso Escaramujo, organizado por la Brigada de Instructores de Arte José Martí (BJM), con una nueva apuesta teatral sobre un texto imprescindible de la dramaturgia cubana actual. Chamaco, obra del dramaturgo Abel González Melo (La Habana, 1980), narra a modo de secuencias cinematográficas una historia en la que se reconstruyen los hechos de un asesinato cuyo principal sospechoso es Karel Darín, un chamaco que practica la prostitución asiduamente en el “lugar de los hechos”.
Trasladar la acción del escenario capitalino donde la ubica González Melo para alterar la apacibilidad de un pequeño pueblo como Fomento, donde aparentemente nunca sucede nada, es uno de los aciertos de Agón Teatro. Es ese un porqué justo para que el teatro se rejuvenezca en cada representación; también la verosimilitud de las actuaciones de este novel elenco y una cuidadosa dirección de actores.
La obra nos dice que somos fibra óptica de esa mecánica existencial que el autor nos presenta. Pronto, estas fibras son espoleadas sobre la escena por el director fomentense. ¿Cuáles son los móviles que condicionan las vidas rutinarias de estas “criaturas de la isla”, sus constantes preocupaciones y fatalidades existencialistas? González Melo nos ubica en un espacio de diálogo urgente, apostando por una síntesis escritural que es inmediata y de la propia contemporaneidad. Nos muestra a su héroe, a su “chamaco”, que es la visión taciturna que tiene él de la mayoría de los chamacos en Cuba, con una piedad y profundidad del conocimiento de su órbita, de su medio vital; y lo hace mediante una fábula que arranca a tiempo con una catástrofe. La catástrofe que se puede interpretar como un declive que es frecuente en los chamacos —sin llegar a generalizar— de una Cuba inteligible.
La estructura escénica de Chamaco según la compone Kiusbell Rodríguez opera de manera sinóptica: a modo de reporte policial suceden las escenas como consecuencia de un fortuito asesinato en el Parque Central de Fomento; lugar propicio para que un muchacho (Karel Darín) acuchillara espontáneamente a otro (Miguel Depás), tras una intrascendente disputa verbal. La causa: un juego de ajedrez en el que la víctima pierde la partida y luego no procede a saldar la apuesta. Los testigos del suceso, personas asiduas a este escenario nocturno, componen las piezas de este informe policial, meticulosamente pensadas por el binomio dramaturgo-director.
El elenco, integrado en su totalidad por jóvenes y con un admirable equilibrio en su interpretación colectiva, entiende el gesto fluctuante de estos seres que se mueven en un ciclo sinuoso y, en cierto sentido, compadecientes. Aplausos especiales para Alejandro Meléndez: seguro, coherente y sensible en su interpretación.
La escenografía, inclusivamente funcional y sugerente, le aporta a la representación esa voluntad de introducir a la evidencia escénica una inaplazable conexión con el ambiente social en el cual estos personajes desnudan su interior.
Chamaco es, en definitiva, una historia manchada con sangre moral, que examina a una isla vigilada y marginal desde un punto de vista humanístico; reconoce a chamacos que sobreviven y “la luchan arriba de la caliente”, y sintetiza de algún modo a los muchachos de la Cuba contemporánea.
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