El paso de la caravana luctuosa con los restos del Comandante en Jefe, el 1ro. de diciembre del 2016, estremeció los cimientos patrióticos de Sancti Spíritus
La multitud en el parque Serafín Sánchez y sus alrededores no imagina el movimiento telúrico que avanza desde el Occidente; solo cree sospecharlo. Los uniformes rojiblancos, amarillos y azules hoy lucen una mezcla de nostalgia y tristeza. Estudiantes universitarios espantan el sueño desde el amanecer. En derredor banderas, cámaras, carteles. Dolor palpable desde hace varios días empaña los semblantes.
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Nunca el sentimiento cívico batalló tanto con la fibra humana. Nunca, hasta que te dijiste que no podrías presenciar el cortejo, porque un Gigante no puede caber en una urna de cedro, porque la herida sería insoportable si lo veías inerte y sin la estrella de luz en la mirada.
“Ya tenemos garantizado el balcón de los altos de la esquina”, anunció alguien en el salón de los reporteros, que un rato después quedó desierto. Al estilo del cuento, la vida en los hogares y centros de trabajo se detuvo en el momento exacto en que se precisó correr para hallar el lugar desde donde mirar; mirar y ver, mirar y sentir, mirar y llorar, mirar y estremecerse. Y caminaste allí, halada como por una fuerza superior. El civismo te colocó incluso en las manos el artefacto que pensaste no emplear porque eso sería poner entre tú y él una frontera.
Mientras un helicóptero agita el murmullo se ve a lo lejos la hilera de vehículos. Va del lado contrario del Paseo, con dirección al parque. “Estás en una posición privilegiada y aquí no hay nadie más que tome fotos, así que ponte fuerte”, alerta la colega. Resuenan los coros de los niños que esperan. Las manos no obedecen, el corazón se escapa, las piernas son tan solo una vaga sensación. Una, tres, cinco imágenes y te agachas a tomar aliento, pero alguien te conmina: “Dale, mira, levántate, que viene ya”. Pronto sabrás que fueron suficientes cuatro minutos para una sacudida, la mayor desde aquel memorable 6 de enero cuando él habló a la multitud, precisamente allí.
Las emociones se congelan. Silencio. Las banderas se aquietan, solo corren las lágrimas. El minúsculo radio en manos de aquella espirituana es ahora un objeto olvidado en su convulso pecho. ¿De dónde tantos celulares para grabar la Historia?, ¿de dónde tanta gente? Los garantes del orden tienen firmes las manos a un lado de la frente. Hay quienes lanzan besos mudos, hacen la reverencia, nublan sus ojos con lluvia de diciembre salida desde el alma. Esa fina llovizna de un rato antes fluyó también el primer 6 de enero de la Cuba nueva.
Los pétalos lucen más blancos en fondo verde olivo. Transgredes el cristal que los recubre y le deseas la eternidad al polvo guerrillero que fue el hombre. Sientes que el hombre mismo te mira desde el jeep con su seguridad del “no nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será más fácil”. No solo Sancti Spíritus, ninguna ciudad es una más en el itinerario, ni siquiera aquellas adonde no llegó el cortejo. El cortejo que abrió el mes de diciembre cerró en un círculo el amor de todos. Unió el Granma con la Sierra y la Caravana de la Libertad. Desconcertó a los urdidores de planes asesinos, desarmó a la muerte.
Cabaiguán, Guayos, Sancti Spíritus, Jatibonico y cada punto entre ellos vivieron, trémulos, la cita. Por las ondas radiales viajó la voz, quebrada por momentos, a la hora del reporte. Las cámaras y los bolígrafos se resistían, perturbados. Todos fuimos, como él pedía para cuestiones cotidianas, el Comandante en Jefe en esta cortesía de millones que de seguro no esperaba.
No se sorprenda, pues, el eterno insurgente, si repasando imágenes o evocando el recuerdo presencia multitudes en sincero lamento, deseando haberle dado su existencia para no ver al mundo privado de esa luz que llevaba consigo. Que no le canse el amor, que el monolito donde fundó su comandancia de futuro devuelva las andanzas del niño de Birán, del hijo de Santiago, del sedicioso de la Sierra, del mandatario de La Habana. A sus pies, el mundo aguza los oídos.
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