Israel Matías Plasencia, trabajador de Servicios Comunales de Yaguajay, se hace a las calles desde la madrugada en poblados de ese norteño territorio en un singular oficio
No alcanza la celebridad de Leonardo Da Vinci; pero seguro, seguro que en Yaguajay él es un pintor con fama ganada, más aún después del paso del huracán Irma por el norte de Sancti Spíritus.
Él no vino a mí; yo me acerqué a él. Su camisa y pantalón salpicados de pintura, sus manos casi crujientes embarradas de polvillo blanco, mil trillos en su rostro sexagenario. Difícil que Israel Matías Plasencia no encajara en la mirada de un periodista.
No pinta con pinceles, no es pintor de caballete. Lleva por herramientas de trabajo una cubeta llena de varillas de metal y una mochila de fumigación en la espalda, nacida de un invento criollo que, según cálculos muy propios, cuando se llena de cal pesa lo que una lata de petróleo.
“Soy pintor de contenes de aceras, y todo el mundo se enamora de mi trabajo”. Esa es su presentación. Me da la mano con gesto de caballero de la Edad Media, y decido desentrañar la ciencia de sus andariveles y saber, además, por qué aún con 67 años se levanta todos los días a las dos de la mañana.
Por la madrugada nadie lo interrumpe y amanecen las aceras “sequitas”. “Me ayuda nada más el carretonero que lleva la cajuela con la cal porque son kilómetros los que pinto y no son dos añitos los que yo tengo”. Y es que Israel está acostumbrado a andar desde los 12 años con el reloj del trabajo metido en un bolsillo. “¿Sabe lo que hice ahora cuando el huracán viró todo patipa’rriba? Pinté de nuevo y ya tengo anivelás las calles de Yaguajay, Meneses y Juan Francisco. Me faltan nada más las bóvedas de los cementerios”.
Matías posee mente de roble; mas no puede contarme completa su historia, me advierte con cierto misterio y creo adivinar que un hombre como él, con tantos caminos en la mirada, pasó por las siete aguas calientes, como afirmó él mismo. Fue vaquero, cortador de caña en Jobo Rosado y Batey Colorado, estibador en el CAI Simón Bolívar, jefe de una nave de fertilizantes y hace más de siete años, incluso después de retirado, trabajador de Servicios Comunales.
Nació en Meneses y “allí —señala la calle de entrada al pueblo— en aquella esquina vi a Camilo sentado. A Fidel también lo vi cuando apareció por aquí en los días en que se construía la carretera de Jarahueca. En esa ocasión quien pintó el pueblo para recibirlo fue esta persona que tiene delante.
“Vivo en la calle Mario Jorge en una casita de tejas. El huracán me acabó el platanal y el café… Ahora vuelvo a sembrar, ese es mi entretenimiento porque vivo solo”. Alza las cejas nevadas, duele la voz.
“Sepa periodista que son las dos de la tarde y esta mochila pesa”; me señala para sus espaldas enjutas y su estómago que casi truena. Véanle entonces salir de prisa. A lo lejos, todavía algo de él queda a la vista, los zapatos blancos, blancos de tanto grumo de cal.
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