La presencia de Cristina es muy otra cosa como ya se dijo: un desafío mayúsculo para Cambiemos (partido de Macri), el mayor de todo el tinglado electora
Cristina Fernández de Kirchner participó desde 2005 en tres elecciones, dos presidenciales y “otra” bonaerense de impacto nacional. Su táctica previa a la confirmación fue muy similar a la que se plasmó ayer, salvando distancias evidentes.
Fue instalándose paulatinamente, condicionando o desconcertando a los adversarios, eligiendo formatos y mensajes novedosos en los actos públicos. En 2005 optó por un escenario despojado, en el que estaba sola. También prescindió de la liturgia, los bombos, la marchita. Optó por un tono pausado y explicador. En 2007 eligió dirigirse al entonces presidente Néstor Kirchner, tratándolo de “usted”. En 2011 motivó zozobra en la fuerza propia alertando “no se hagan los rulos”.
Ganó todas esas contiendas, con la ventaja de ser “oficialista” aunque afrontando un sinnúmero de dificultades. Tal vez esta sea la más difícil, en parte por estar en el llano, en parte porque viene siendo objeto de un tremendo e inédito acoso judicial y mediático. Sin comparación posible desde la recuperación democrática en 1983.
Cristina juega lo que mejora las chances de su fuerza y, además, le da oxígeno al sistema democrático. Se expone al veredicto popular que no debe sentenciar causas judiciales pero sí decidir cuál es el porvenir de los líderes políticos. Que lo defina el pueblo de la provincia y no jueces de la calaña de Claudio Bonadio.
Se vota en 24 distritos, no hay una sola candidatura nacional, en lo formal. La de Cristina lo es en los hechos, por decisión propia y ajena. Un eventual triunfo significaría, por sí solo, una severa derrota política del macrismo tanto como de las corporaciones empresarias o los deletéreos “inversores” extranjeros que piden que la encarcelen como prerrequisito para hacer negocios. La seguridad jurídica interpretada por sus dueños y apuntalada por demasiados dirigentes políticos jaquea a la democracia aunque alardea de defenderla.
La gravitación de Cristina se trasuntó en la conducta de sus adversarios, en particular la del diputado Sergio Massa y el (su) ex ministro Florencio Randazzo. La vistearon, esperaron para ver qué resolvía, ocuparon un rol segundón que no sella su suerte futura pero hablan del peso específico de cada quien.
Randazzo y sus adláteres se movieron durante semanas dando por hecho que “ella” desistiría. La historia universal rebosa de errores de cálculo, mucho más serios que éste. El premier británico Arthur Neville Chamberlain creyó en la palabra de Adolf Hitler. Los militares argentinos confiaron en que su astucia le valdría apoyo internacional y el “general invierno” impediría el desembarco enemigo en Malvinas. Comparados con esos casos y miles más la falla del randazzismo es minúscula aunque delata escasa perspicacia para entender lo ostensible.
El cálculo previo falló y, con las coordenadas actuales, cuesta entender los motivos de su presentación si uno cree en su buena fe y no cae en suspicacias, abundantes en este cierre.
Ningún porvenir está escrito en la piedra y los votos deben contarse de a uno en el día señalado. Esto dicho, sería un batacazo sin precedentes que Randazzo consiguiera competir en paridad con Cristina o, aún, salir tercero. Si ocurriera lo más predecible (escenario que jamás se debe descartar más allá del voluntarismo) habrá dividido el voto peronista. Pase lo que pase con Cristina, será poco envidiable su ubicación en el casting de la dirigencia peronista.
Dicho de otro modo, la existencia de los listas que pudieron (y acaso debieron) ser una es una buena noticia para el macrismo al momento de la largada. La presencia de Cristina es muy otra cosa como ya se dijo: un desafío mayúsculo para Cambiemos (partido de Macri), el mayor de todo el tinglado electoral. Lo resignifica en su totalidad, le agrega una figura de primer nivel al elenco, relativamente playo de candidatos en danza.
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