Hace casi una década conocí a Amado del Pino, por motivo del estreno de su obra Tren hacia la dicha, de Cabotín Teatro
El gremio teatral y el periodismo de la isla han perdido a uno de sus más geniales exponentes. Sancti Spíritus ha perdido a un gran amigo. En la mañana del pasado domingo 22 de enero, mientras paradójicamente se celebraba el Día del Teatro cubano, desde Madrid nos sorprendía la noticia de que el crítico y dramaturgo Amado del Pino (Tamarindo, 1960) se despedía de nuestra “prestada existencia” en la tierra. Un golpe bajo del destino arrebatárnoslo tan próximo a cumplir, el próximo 25 de febrero, sus prolíferos 57 años.
Muchos son los premios que lo consagran como un dramaturgo ineludible en la escena cubana contemporánea. Entre ellos se encuentran El zapato sucio, Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera en el 2002; al año siguiente se alzó con el Premio de Teatro José Antonio Ramos de la Uneac con Penumbra en el noveno cuarto, y en el 2008 con el prestigioso premio Carlos Arniches de Teatro en Alicante, España, con la obra Cuatro menos.
Mereció, además, los premios de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro por la obra de toda la vida, que otorga el Ministerio de Cultura (2000) y el Internacional de Periodismo Miguel Hernández (2008).
Amadito, como gustábamos llamarle sus colegas, era de una humildad y una modestia especiales. Quien al verlo pasar no le reconociera como persona o, sencillamente por su obra, jamás imaginaría que fue ese joven que nos arranca francas sonrisas en su personaje del gordo de la película Clandestinos o el agudo crítico teatral, que egresado del Instituto Superior de Arte (ISA) se localizó en el panorama escénico nacional gracias a su fértil carrera como dramaturgo.
Del Pino escribió de manera desenfrenada sobre temas sociales y con puño severo sobre el cubano a nivel cívico. Fue un dramaturgo terco a la hora de plantear sus argumentos porque lo que francamente le interesaba era desnudar las situaciones y las biografías de sus personajes desde un “realismo poético” que le permitiese establecer puentes dialogantes entre sus historias y el lector/espectador y, como él mismo afirmó, “no para buscar respuestas, sino para ofrecer preguntas”.
Pero las virtudes no solamente se ajustan a su labor como hombre del teatro, sino a ese enorme ser humano que fue. Un auténtico apasionado de la pelota, de Serrat y Ana Belén, de los boleros de la cubanísima Beatriz Márquez y la música del trovador Pedro Luis Ferrer; de la “crudeza” de Virgilio Piñera, y de la ilusión que le hacía llegarse hasta Sancti Spíritus para desandarlo acompañado de su amigo Laudel de Jesús o ver algún ensayo del grupo Cabotín Teatro. Su obra, indudablemente, estuvo muy ligada a Cabotín por los estrenos de varias de sus obras en estos predios.
Hace ya casi una década desde que conocí a Amado del Pino, por motivo del estreno de su obra Tren hacia la dicha. Residía en España y, sin embargo, dispuso una visita a Sancti Spíritus. Para la ocasión asistió con Tania, su compañera, y Aida, su madre. Al concluir el ensayo, recuerdo a Amado invadiendo el escenario para abrazarnos a los actores con un brillo peculiar en sus ojos. Luego expresaría: “La relación con Laudel de Jesús y su joven tropa teatral ha sido ejemplar, respetuosa y cálida. Tres cosas que casi nunca se dan juntas y menos con esta intensidad”.
Ese gesto de humildad y de gratitud, acompañado de inquietantes preguntas a propósito del proceso de montaje de su obra, es la primera imagen que, posiblemente, todo el elenco recuerde de él.
Siguió muy de cerca, el movimiento de teatro espirituano, pues siempre disfrutó del teatro hecho en el interior del país —“Sí es posible un teatro fuera de la urbe capitalina”, decía—. Es así como el teatro cubano preferirá inmortalizarlo, con esa mirada tranquila, aguda e inquieta de Amadito.
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