Irma tampoco tuvo misericordia con este poblado, que se encuentra a mitad de camino entre Sancti Spíritus y Yaguajay
Jarahueca se encuentra a mitad de camino entre Sancti Spíritus y Yaguajay; pero este pueblo no se siente segundo de nadie desde que nació en los bordes de la línea del ferrocarril en 1927. Visitar esta comunidad como Dios recomienda —eso de como el Señor manda me parece demasiado autoritario y verticalista— nunca lo hice hasta la actual semana. Y me ufano en confirmarlo.
Irma tampoco tuvo misericordia con este poblado, que creció al norte, básicamente, del perfecto ángulo de 90 grados que dibuja en un sitio la carretera hacia la cabecera municipal yaguajayense. Por los destrozos que causó el ciclón casi ni pregunto; aunque algunos habitantes vienen hacia mí como si fuera el delegado del Poder Popular o una autoridad gubernamental de la provincia. Y claro, los escucho porque sería un crimen de leso Periodismo dejarlos con la palabra en la boca.
Hoy por hoy, Jarahueca es otro si se compara con el que amaneció el 10 de septiembre último; aunque los álamos, chirimoyas y eucaliptos carbonizados que encuentras, casi en puro tronco y ramaje, te restriegan en los ojos que los daños de Irma tampoco fueron segundos de nadie.
El presidente de la Zona de Defensa Leonardo Morales Fumero lleva milimétricamente las estadísticas: 92 viviendas con derrumbes totales en el Consejo Popular, casi una veintena afectadas completamente en su techo…
Los daños pudieron ser mayores si el ganado no se hubiera llevado a tiempo a zonas altas, si el colectivo de la escogida de tabaco no hubiera puesto a buen recaudo decenas de quintales de la hoja, si la cosecha de frijol no se hubiera acelerado.
Este martes 19 de septiembre Jarahueca aún rezumía lluvia y viento; aunque, el ambiente expedía otra aura. No lo asegura el visitante. Lo dicen el bicicletero, que conduce la yegua patibarcina a la sitiería cercana, las tiendas abiertas, los perros que deambulan por portales como si nada hubiera pasado, la radio que se escucha por doquier…
Lo dicen alumnos y maestros de la escuela primaria Mariana Grajales Coello. “Me parece que empecé el curso ayer”, sentencia Katiuska Díaz Batista, directora del centro escolar, quien quedó literalmente petrificada cuando vio en el piso gran parte del techo de las aulas posteriores de la escuela. Con el aporte de muchos, remendaron más de una cubierta aquí y allá, y ya los estudiantes reciben las materias curriculares.
Más que nadie, lo atestiguan el maestro panadero y su séquito hacendoso del pueblo, quienes, cuando Irma se anunciaba en el horizonte cubano, empezaron amasar desenfrenadamente las tortas para que los jarahuequenses se apertrecharan del alimento, que supo a gloria, bajo el vendaval del meteoro. Ello ocurrió durante jueves y viernes; el domingo, post huracán, sobrevino igual historia. Con esto o aquello, zurcieron los huecos de la cubierta sobre el horno, y al rato, el olor empalagoso se desperdigó por la comarca.
Quizás nada de ello lo sepa Caridad Suero Portal. Temporalmente, ella —diabética e hipertensa como el que más— vive junto a su esposo en la otrora campiña pioneril del poblado, porque Irma dejó en el suelo lo que quedaba de su casa. En un trance de lucidez, asevera que al ver los restos de la vivienda en el piso —luego de llegar del centro de evacuación en Itabo—, no le quedó otra opción que persignarse. Ahora, tiene cifradas las esperanzas en el Estado y, sobre todo, en su único hijo que es albañil. Por suerte.
Si bien en otros puntos de Cuba, donde ciertos delincuentes quisieron pescar en río revuelto, en Jarahueca la Policía le colocó mancuernas al delito. Enhorabuena. Sus pobladores intentan sacudirse de la resaca que les causó Irma. Quien lo dude podría llegarse hasta la estación del ferrocarril, al final del modesto paseo pueblerino. Reclinados sobre el espaldar de los bancos y con paciencia envidiable, los pasajeros aguardan ya por el paso del venidero tren.
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