La obra A dónde van los ríos, de la dramaturga y actriz matancera María Laura Germán, llega a los escenarios espirituanos de la mano del guiñol Paquelé
Con la suerte de ser merecedora del Premio de Teatro La Edad de Oro, publicada por la editorial Gente Nueva y luego en la revista nacional de las artes escénicas Tablas, la obra A dónde van los ríos, de la dramaturga y actriz matancera María Laura Germán, llega a los escenarios espirituanos de la mano del guiñol Paquelé. Con dirección artística y general de Pedro A. Venegas, este hermoso texto —unipersonal titiritero basado en el cuento Los tres pichones, de Onelio Jorge Cardoso— aparece oportunamente cuando el teatro para niños en Sancti Spíritus no pasa por un momento saludable y los estrenos son cada vez más inconclusos.
Conocida es la historia de estos tres pichones, con espíritu aventurero y soñador, ingenio de nuestro Cuentero Mayor, que no quieren ser aves y sueñan convertirse en marineros, echarse a la mar y conocer un mundo distinto. Su nido es el vehículo perfecto para hacerse río abajo y desembocar en el mar, a partir de donde emprenden sus travesías. Eran en definitiva tres hermanos. Tres pichones de pájaros carpinteros, y ninguno de los tres estaban dispuestos, en manera alguna, a hacer vida de pájaros. Y aunque la madre siempre dudó de sus capacidades para ser navegantes, sucedió lo inevitable…
El texto aproxima al espectador a temas recurrentes en nuestro paisaje teatral, apoyándose en determinados registros emotivos y poniendo el dedo sobre la llaga en temas, como la migración y las separaciones familiares, que son perfectamente reconocibles en la realidad nacional. Pero, ¿cómo se trata un tema que ni siquiera es exclusivamente nacional, que es tan universal como el fenómeno de la migración y pueden ser vistas desde diversos ángulos analíticos? Y lo más delicado: ¿cómo dirigirlo al público infantil?
En A dónde van los ríos, el director de la puesta en escena coquetea con el imaginario del infante y lo orienta hacia un estado de diálogo didáctico, facilitándole informaciones múltiples que desde el propio nivel de complejidad del texto están implícitas. Y ese es otro acierto de la lectura escénica de Venegas, la universalización del tema y el no dejarse seducir por una visión ingenua de las situaciones descritas felizmente por la autora, solo porque sea dirigido al público infantil.
La obra funciona precisamente como una especie de resorte, no solo para los niños que acuden a la sala y creemos que su mirada es inocente, sino también para los padres y familias que les acompañan. Actúa como una toma de conciencia sobre temas eficaces a partir de los cuales podemos establecer diálogos inteligibles con nuestros hijos. De eso se trata, de localizar las inquietudes de la autora que luego el director traslada a la escena, y establecer un puente comunicante entre la visión de los infantes y la de sus acompañantes a la sala teatral.
Otro acierto de la nueva entrega del guiñol es poder ofrecerle al niño actual una visión fresca de la reconocida fábula, tal como apunta la asesora del grupo en las notas al programa, mediante un “juego de ficción donde un marinero, que quizás sea uno de los protagonistas, cuenta en cada puerto, una y otra vez su historia, cuando él y sus hermanos muy pequeños se lanzaron un día a la aventura por alcanzar el sueño de conquistar el mar”. En definitiva, una fábula que el infante debe conocer, compartir y recrearse ante esta lectura actualizada.
El títere de marote es el principal elemento del que Paquelé se vale para plantear sus artificios escénicos y contar su versión de la archiconocida historia. El títere de marote es una práctica dentro del arte titeríl que nunca antes había sido empleado por el grupo en sus obras. A manos de la actriz Ana Betancourt esta riesgosa apuesta del director por un modo de manipulación complejo, aunque en apariencia es sencillo, quedan bastante resuelto y sin demasiados deslices técnicos.
Sin embargo, hay ciertos puntos que deben ser revisados por el director, la representación cae por momentos en espacios temporales disonantes, especialmente en las escenas en que la actriz se distancia de los muñecos para ejercer como una posible narradora de la fábula, en el personaje del Marinero. Esta deficiencia está dada por una tendencia a melodramatizar pasajes textuales, que están bien resueltos poéticamente, incluso escrituralmente, pero que no son efectivos para la representación, al menos por el tratamiento que se le da en la escena.
El diseño escenográfico y de títeres estuvo a cargo del joven Oriesky González, quien creó para la obra un artificio que es exacto y práctico. Esto es de total importancia si tenemos en cuenta que forma parte de una fracción del diseño teatral imprescindible para el elemento comunicador en el discurso que es la puesta en escena.
A dónde van los ríos es por mucho el espectáculo más sobrio y mejor elaborado visualmente por el guiñol Paquelé en los últimos tiempos. Logra contarnos una historia que se mantiene izada en el imaginario común, con parábolas tangibles, desde lo didáctico, capaces de formular un universo de crecimiento para nuestros niños. Si bien el espectáculo es joven y debe revisar ciertos aspectos puntuales, quizás aportarle un poco más juegos que dinamicen la acción y contribuya a que el ritmo tenga matices agradecidos, Pedro A. Venegas ha salido airoso de su estreno.
El texto exquisitamente escrito por María Laura, con un paradisíaco lirismo, imponiéndose en una sociedad actual que es propensa al consumo de lo vulgar, en cualquier manifestación del arte, no podía ser más oportuna para conformar el repertorio activo del grupo espirituano. Es esta una obra que moviliza emocionalmente, que nos puede hablar de la amistad, los sueños, los riesgos, la aventura; mas, sin miramientos ingenuos, y esto fue bien traducido por el equipo de Paquelé, al no asociar a los títeres o al teatro para niños como sinónimos de niñerías.
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