El trabajo como artesano y promotor cultural del cabaiguanense Arnel Rogelio García Pérez fue reconocido al dedicársele el XX Salón provincial de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas
Los dedos se pierden entre las fibras de guaniquiqui. Movimientos rápidos se entrecruzan una y otra vez hasta que, poco a poco, nace ante los ojos parte de lo que será una gran cesta. De esa forma, el buen gusto y la autenticidad caracterizan un proceder que parece conocido de memoria por Arnel Rogelio García Pérez, artesano cabaiguanense.
Tras concluir la obra, se detiene ante un bulto inmenso de diversas semillas que al unirlas toman la forma de un bellísimo sonajero de pared. Es una labor de detalle y paciencia. Cada pieza es clave para la obtención de un producto con valor artístico.
Bien lo sabe este experimentado creador, quien aprendió la artesanía de su padre y este, de su progenitor; una tradición familiar que mantiene viva parte de la cultura canaria y criolla que conviven aún en pleno siglo XXI.
“Mi padre siempre estaba al lado de mi abuelo. Del monte supieron cómo escoger la mejor de las materias primas para construir útiles para la pesca y asegurar la transportación del café de la montaña al llano”, añade.
Así nació en esa familia una pasión que parece haber encontrado ya un seguidor.
“El prospecto es mi nieto. Estudia y trabaja las diferentes opciones que nos dan los elementos de la naturaleza para crear útiles”, asegura quien se llevó en la década de los 90 todos los lauros en los salones de artesanía con la creación de elefantes de fibra que permitían en su interior proteger ropas o alimentos.
¿Qué necesita para crear?
“Trabajo solo porque cuando se crea, no se tiene tiempo y te sientas a hacerlo mientras estás de ánimo. A veces, el ir y venir de la casa no me permite hacer mucho más pues la concentración es imprescindible”.
A semejanza de sus ancestros, Arnel Rogelio García Pérez desafía el paso de los años y se adentra en el monte en busca de la mejor materia prima.
“Las preparo según lo que voy hacer. Mientras hay esperanza hay vida y viceversa, por lo que no nos podemos detener. Mi padre, por ejemplo, estuvo vinculado a la artesanía hasta casi seis meses antes de morir”, añade.
Su labor fue reconocida al ser homenajeado en el XX Salón provincial de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACCA). ¿Orgullo, complacencia o satisfacción por lo hecho?
“Es un reconocimiento y estímulo al grupo de artesanos de Cabaiguán, a quienes represento. A veces resulta muy complejo volcar nuestro accionar a la sociedad y que las personas te reconozcan”.
Y es que para él y el resto del colectivo que cada domingo llega hasta el pequeño parque, ubicado muy cerca de la terminal municipal de Cabaiguán, no ha sido fácil dar a conocer las tradiciones que defienden en un contexto donde se respiran aires de otras latitudes que intentan empañar la autenticidad de nuestro idiosincrasia.
“Somos un grupo heterogéneo, tanto en la composición del recurso humano como en las manifestaciones que realizamos. Vamos, en la medida de lo posible, a otros escenarios para compartir conocimientos y permanecemos abiertos para quienes deseen puedan unirse a nuestras propuestas”.
¿Qué le aconsejas a las nuevas generaciones que incursionan en el rico panorama de la artesanía?
“Jamás perder la persistencia. Creo que la mejor consigna es la de siempre dar un paso más. A veces se cree que no se puede, pero no debemos permitirnos abandonar la idea y precisamos ayudarnos mucho más como familia, amigos, vecinos… en fin, personas que coexistimos en un mismo lugar”.
Con esa divisa, transcurren las jornadas de Arnel, dedicadas al trabajo con semillas y fibras, desde donde nacen obras permeadas de profundas tradiciones.
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