El único trinitario miembro de la brigada médica cubana Henry Reeves en México comparte en exclusiva con Escambray la experiencia de sanar en medio de las cenizas
Terremoto en México: Los edificios se movían como las pencas de una palma (+fotos)
Muchos quedarán despistados si digo que esta historia la cuenta y protagoniza Heriberto Victoriano Ruiz Jorge. Si digo, en cambio, que esta historia la cuenta y protagoniza Chechito, el enfermero de Trinidad, sabrán cuánta verdad asiste a este diálogo sostenido a través del buzón electrónico.
Desde su celular, contesta mis preguntas impertinentes a horas impensables, luego de verificar que los pacientes a su cuidado permanecen estables o de atender al lesionado de último minuto.
“Si te digo que a veces no tengo miedo, te digo mentiras. Ha pasado más de un mes del terremoto y todavía la gente vive con el credo en la boca, como decimos en Cuba. Aquí se perciben temblores todos los días, a cualquier hora. Yo experimenté un sismo pequeño apenas llegué. Te repito, fue pequeño, y aun así me asusté. No quiero ni imaginar el infierno que vivió esta gente cuando el país se vino abajo”, fueron sus primeras palabras, incluso antes de explicarme la rutina de trabajo.
En 25 años de labor, refiere, nada le ha estrujado tanto el pecho. Ni siquiera Nicaragua y el rugido de los volcanes, en 2015, cuando formó parte de una brigada quirúrgica de Ortopedia. “Imagínate que lo primero que veas al salir del aeropuerto sean montañas y montañas de escombros —explica el licenciado en Enfermería—. Y llegamos de noche. Al amanecer del día siguiente fue lo duro: ver con claridad todos los desastres, casas hechas de telones en plena calle porque la gente temía que cualquier pared o techo les cayera encima, personas llorando, en el grado máximo de la desesperación, buscando el mínimo indicio de familiares o amigos sepultados bajo los destrozos”.
En el estado de Oaxaca, específicamente entre Ixtepec e Ixtaltepec, se erigieron las tiendas y hospitales de campaña donde la medicina cubana comenzó a prodigar milagros.
“Trabajamos desde temprano hasta bien entrada la noche. Al principio no existía horario para el descanso. Aquí cubrimos todos los procederes de Enfermería, incluidos gineco-obstetricia, cirugías, ortopedia, pediatría… Ya he perdido la cuenta de cuántas personas hemos atendido. Vivimos en casas de campaña, que es lo más seguro, con dos personas más. Los hospitales admiten más capacidad. Tenemos uno para las distintas consultas y otro para las observaciones y la enfermería”.
A veces la tierra tiembla de noche y le interrumpe el sueño. Por eso, detalla, tiene a su alcance el equipamiento imprescindible en caso de que deba salir corriendo. Cuando la tierra no tiembla de noche, Chechito piensa en su familia, en la gente querida, en cuán poco necesita el ser humano para vivir.
La madre y el hijo a quienes el terremoto dejó en el desamparo absoluto y hoy viven con la brigada médica cubana, el bebé de un mes de nacido que debió trasladar a un centro de mayores cuidados a causa de una deshidratación severa, la sonrisa de la anciana cuando supo que no debía pagar nada por la consulta y los medicamentos, entretejen sus recuerdos más preciados hasta el momento.
Aunque pasan los días, el corazón no aprende a lidiar con escenas tan desgarradoras, admite. En algún momento de su vida leyó de casos semejantes en los libros de la facultad, escuchó anécdotas de colegas en contingencias similares, pero “nada te prepara para ver tanto dolor junto. Que tú puedas ayudar a mitigar un poco ese dolor con tu experiencia es un sentimiento que no tiene comparación”.
Y es que más allá de lidiar con un caso más o menos complicado, es preciso, además, devolver la calma a corazones tan devastados como la ciudad misma. “Para eso también apostamos por la medicina —insiste Chechito—, para tranquilizar a quienes, en este caso, perdieron todo en menos de cinco minutos. La vida, como era, se terminó para ellos”. Entonces, dice, recuerda la vieja leyenda del ave fénix e intenta infundir un poco de esperanza para procurar que la vida resurja entre los escombros.
Excelente, Carlitos.