Dos jóvenes espirituanos rememoran recuerdos de su participación en el XIX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes
XIX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes: El futuro aguarda por la humanidad
Delegados al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes reconocen Sistema educacional cubano
La primera experiencia en un avión no se olvida, menos en un vuelo de más de 10 horas. Luis Ernesto Camellón Curbelo, el único representante espirituano por la Federación Estudiantil Universitaria en la cita mundial, lo sabe bien. El viernes 13 de octubre una aeronave rusa lo impresionó en el Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana. No solo a él, sino a todos los que, móvil y tabletas en mano, se tomaron selfies justo antes de partir a Sochi.
“Cuando empezamos a subir la mayoría tenía el dispositivo encendido. No había artistas por un lado y jóvenes por otro, íbamos como uno solo, como Cuba. Nos sentamos en el avión y cuando empezó a coger velocidad, serían las cinco y tanto de la tarde. Cuando se estabilizó, la gente aplaudió y a las cinco y seis minutos nos felicitamos unos a otros, aquello era un abejeo de personas. Cantamos la Guantanamera, nadie durmió. Llegamos a Rusia como a las tres de la tarde, de acuerdo con el huso horario de allá”, cuenta el muchacho con la boina puesta, la misma que llevó al evento y que muchos querían comprar o al menos fotografiarse con ella.
“Nos veían pasar —nacionales y participantes en el Festival—y nos gritaban: ¡Viva Cuba, viva Fidel! Otros decían: ‘Vi médicos cubanos en mi pueblo’. Jóvenes que estudiaron en la ELAM (Escuela Latinoamericana de Medicina) nos comentaban: ‘Viví en La Habana, dale saludos a tal profesor’. Siempre se reconoció lo que hace la Revolución, su obra humanista, los ejemplos del Che y Fidel”.
¿Y el clima?, inquiere Escambray.
“Fuimos preparados para un frío de 20 grados Celsius, pero cuando llegamos allá fue un recibimiento de 12 o 13. Nos abrigamos, pero por la noche era peor. Frío con viento. Cuando amanecimos con 5, se veían las montañas cubiertas de nieve al horizonte. Los rusos estaban con un chalequito. Ellos decían: ‘Cuba, calor, Cuba, playa”.
¿Aprendió Luis Ernesto algo de ruso?
“Gracias, hola, sí y no. Cuando dicen niet es niet (no). El lenguaje con los voluntarios era por mímica si no sabían español o inglés”.
¿Momentos o espacios que te recordaran Cuba?
“Estábamos en un villa que se llamaba Alexandrovzki y tenía un parqueo, allí se reunían 5 000 o 6 000 personas. Las guaguas que nos llevaban al centro de conferencias tenían una P como en La Habana”.
El joven reconoce cuánto lo impresionó el despliegue tecnológico visto tanto en la inauguración en el Palacio de Hielo como en el Main Media Center. “A la vez que había conferencias existían exposiciones colaterales. Vimos mucha robótica, aquellos ‘muñecos’ te saludaban, hacían café. El Festival tenía bicicletas, unos cientos a la orilla de la garita de la villa. Funcionaban tecnológicamente por los teléfonos, la bicicleta tenía como un código, y ella reconocía el usuario del teléfono y se abría, si dejaba de andar se cerraba”.
¿Cuántas fotos guardas del viaje?
“Unas 700 y tantas. En un teléfono tengo como 400. La mayoría de nosotros se las tiraba en casi todas partes”.
¿Y especialmente la que está con Oscar López Rivera?
“Es un hombre agradecido, siempre hablando de Cuba. Estaba en una conferencia sobre el pensamiento de Fidel y el desarrollo de la ciencia en Cuba, y al final aproveché y les dije a Fernando González y a él que quería una foto y aquí está”.
EN REPORTE DESDE SOCHI
Días después del regreso de la ciudad balneario rusa, Tania Rendón Portelles, reportera por la Agencia Cubana de Noticias (ACN) del mayor evento de juventudes progresistas del mundo, no es entrevistadora sino entrevistada.
¿Fue una larga espera para la acreditación?
“Era un proceso lento por la cantidad de estudiantes que había allí, pero los cubanos sí saben cómo esperar, engancharon un bafle a uno de los edificios y a cantar Gallo de pelea. Empezaron a hacer algarabía, y la mayoría de los que estaban allí se sumaron y estuvieron bailando música cubana hasta que empezó a llover y entonces supimos lo que era el frío en Sochi.”
¿Cuándo se envía el primer trabajo?
“Gracias a una cubana que estaba estudiando allá que nos prestó la línea rusa se pudo mandar a través del móvil de ella los primeros trabajos. Lo primero fue que la delegación había llegado a Sochi y estábamos en la acreditación. Al día siguiente ya nos dieron la línea rusa para conectarnos”.
¿Y después?
“Escribimos en las laptops, lo pasamos para el celular y después se mandaba por Facebook o por Gmail a los medios de prensa. Estuvimos casi sin dormir porque a la hora que llegábamos a la villa nos poníamos a procesar lo que teníamos para escribirlo cuanto antes. Los periodistas nos acostábamos como a las cinco de la mañana y nos levantábamos como a las siete y pico”.
¿Cómo fue en vivo la inauguración que tanto comentaron los medios cubanos?
“Impresionante y en la que Cuba tuvo un papel protagónico. En un momento la delegación empezó a hacer bulla, y toda esa cantidad de personas allí reunidas, porque se manejaba una cifra de más de 20 000 participantes, empezaron a sumarse con ¡Viva Cuba!, y comenzó una ola y no paraba”.
Tania afirma sin medias tintas que, a pesar de las diferencias de idioma y cultura, había personas que estuvieron en las actividades de la delegación cubana. “Entrevistaba a unos rusos llegados desde Moscú y me comentaban que habían oído que cada noche los cubanos sabían cómo poner sabrosa la villa. Habían alquilado un taxi y un traductor porque querían conocernos. Se habían sumado estudiantes mochileros y bailaban, porque decían que cuando escuchaban la música cubana, aunque no entendían nada de la letra, sentían un movimiento en el cuerpo que no podían dejar de moverse. La gente decía que el edificio era la embajada de Cuba en Sochi, la identificaba una bandera enorme que colgaba, y otras dos con la imagen del Che y de Fidel”.
Para ella lo más impresionante fue apreciar de primera mano cómo era vista Cuba por otras naciones. “Conocían sobre la historia riquísima de resistencia, aunque muchas veces no sabían ni dónde estaba ubicada geográficamente. Cada delegado lo supo valorar, habíamos perdido el nombre, éramos Cuba. En las colas nos llamaban, íbamos con los húngaros, los vietnamitas, gente que no nos conocían, pero sienten cariño por nuestra nación”.
¿La experiencia de visitar el mar Negro?
“Nadie se bañó, pero al menos se mojaron los pies, porque el agua quemaba de lo fría que estaba. Se tomaron fotos. Es un mar rodeado de piedras que no molestan, lisas y grandes. Hubo hasta quien recogió algunas para traerlas de recuerdo”.
¿Y la comida?
“Fue un dolor de cabeza porque cuando entramos por primera vez al almuerzo había seis fuentes de ensalada y nada de arroz o carne, y cuando había arroz era sin una gota de sal. Todo el mundo estaba desesperado por comer arroz y frijoles y hasta huevos hechos en Cuba. Por mucho que les echabas azúcar a las cosas no endulzaban, y vengan paqueticos y paqueticos y nada. Eso sí, comimos frutas como manzanas, fresas y peras”.
Ríe al contar las experiencias que le son muy gratas. “Se bailó muchísimo con los Van Van, Alexander Abreu, además de las personalidades que ofrecieron un concierto, un día Duani Ramos, otro Israel y Yoel (Buena Fe), al siguiente Sosa y Annie Garcés y así. Gallo de pelea se convirtió en un símbolo no solo para los cubanos que estábamos allí, sino para todos porque el centro de reunión cada noche era el edificio de Cuba”.
Increible los dos salieron de mi edificio, ambos ganaron su viaje por méritos, dedicación, patrotismo y convicciones revolucionarias. Son el tipo de jóvenes que aspiramos se generalice en nuestra patria.