En Seibabo, una comunidad yaguajayense de más de 1 800 habitantes, hoy se aprecia en toda su dimensión el valor del actuar preventivo de la defensa civil ante la inminencia de un severo fenómeno meteorológico
Cuando en la madrugada del sábado el huracán Irma cayo con la furia de sus vientos y la lluvia sobre la comunidad de Seibabo, ubicada a casi 80 kilómetros al norte de Sancti Spíritus, Juan Viuzat comprendió entonces que había cometido el gran error de su vida al quedarse al cuidado de su hogar y el de sus electores de la circunscripción 36 del Poder Popular.
“No había forma de soportar las rachas del viento, que superaron los 200 kilómetros por hora; ni la buena casa de mampostería donde estaba resguardado con otros compañeros era refugio seguro”, dice, ahora con la tranquilidad de quien sabe pudo haber pasado un momento amargo para su vida.
Con la certeza de lo que Irma nos dejaría, el Consejo de Defensa Municipal ordenó la evacuación de cada uno de los más de 1 800 habitantes de Seibabo, hecho que por vez primera sucede en esa comunidad.
“Ya el viernes en la tarde estábamos seguros de que Irma no era un fenómeno climatológico cualquiera y rompimos el esquema de la evacuación en confortables y fuertes casas de vecinos, que ya estaba en marcha y pasamos a la evacuación de todos los pobladores hacia centros alistados en Yaguajay y Sancti Spíritus, sabia decisión que salvó vidas” argumenta Yoel López, presidente del Consejo de Defensa de Zona.
Como nunca antes, el río salió de su cauce, enrumbó calle abajo, hacia el norte y poco a poco penetró en hogares, patios, parcelas y anegó todo espació que encontró, mientras la lluvia y los vientos se ensañaban con las cubiertas de las casas; los recursos forestales y plantaciones diversas fueron prácticamente arrasados y el tendido eléctrico no escapó al vendaval.
“Yo perdí el techo de mi casa, hogares vecinos sufrieron afectaciones similares y otros se desplomaron para quedar prácticamente en escombros; pero no se perdió ni una vida, que es lo más importante – refiere la enfermera Mariela Tuero, quien dice haber vivido, con el paso de Irma, la peor experiencia de su vida.
Puede que esa filosofía esté bien prendida en los pobladores de Seibabo, porque desde que el tiempo se los permitió, otro huracán, de solidaridad, cooperación y trabajo se formaba en la comunidad en la medida en que llegaban los primeros evacuados en Yaguajay.
Mientras, Juan Viuzat, con clavos y martillo en mano resanaba la deshecha cubierta de su vivienda, pensaba en voz alta que jamás cometería el error de desafiar, ni accidentalmente, otro huracán, porque pueden retoñar los árboles, edificarse una casa, pero cuando una vida se pierde no hay soluciones y se le deja a la familia la más amarga y permanente de las experiencias.
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