Una comunidad del lomerío espirituano se mantiene aferrada a sus tradiciones montunas
Algún “desenchuche en la coordinación hace que el jeep en que viajamos aterrice” en medio de la explanada a la entrada de la comunidad, sin más compañía que nosotros mismos. A un lado, la escuela con estilo de cuartel me recuerda el hospital de mi pueblo, también con esa función antes de 1959. Al otro, un Círculo Social Obrero en franco proceso de remozamiento. Noemi Jiménez Rodríguez, lectora de la escogida de tabaco del lugar, se acerca solícita y se ofrece para ayudarnos a localizar al delegado. Terminamos por llegar, en su compañía, a la escogida que, como algunos otros sitios de allí, lleva por nombre Jíquima.
Jíquima de Alfonso es uno de los asentamientos del consejo popular de igual denominación, solo que, a diferencia de otros, integra el Plan Turquino espirituano, porque besa las lomas y acoge a personas mayormente crecidas y envejecidas allí, gente que cultivaron la tierra y extrajeron de ella sus mejores frutos. El tabaco es el renglón principal, aunque no el único. Y de tabaco es el olor que compartimos mientras muchas mujeres y algunos hombres conversan con nosotros, mencionan las lecturas que los distraen y hasta opinan sobre el periodismo que hacemos.
“Nos gusta todo”, responden varias voces, casi a coro. Pero algunas mencionan temas específicos, como los policiales y los deportivos. Odalis Rodríguez, con 20 años procesando la hoja, estima que en El Arriero, nuestra publicación dirigida a la montaña, “no hablan mucho de la rama tabacalera, de las mujeres”.
Quienes allí trabajan manipulan la hoja cosechada en aquellos predios o, en su defecto, traída desde Cabaiguán. “El campesino lo cura en la casa de tabaco, le da los 40 días de pilón que lleva para procesarse, después nos lo envía a nosotros, que lo compramos, lo clasificamos y se lo pagamos”, se escucha una voz femenina, mientras varios hombres mojan la hoja, botan el palo y les alcanzan los matules a sus compañeras.
UNA CALLE, MUCHOS EMPEÑOS
La única calle existente en Jíquima de Alfonso tiene, como toda regla, su excepción: una especie de pata de aproximadamente 40 metros en el lateral derecho, en cuyo nacimiento puede leerse: CPA Mártires de Nicaragua. Detrás del cartel, el consultorio del médico de la familia No. 21 luce pulcro y ordenado.
Duviel Rosario Cova, especialista en Medicina General Integral, es reserva del Plan Turquino y cubre desde octubre por la doctora que ahora está de licencia de maternidad. Reside allí, como su colega, lo cual es una gran fortaleza en un lugar cuya población, según afirma él, es la más envejecida del lomerío espirituano. “Lo que más abunda aquí es la hipertensión arterial. Los riesgos de contraer leptospirosis existen, debido a que la población es rural y maneja ganado vacuno o porcino”, comenta. Pero hay un programa de vacunación en el que cooperan, como en todo lo que sucede por allá, los líderes de la comunidad, especifica.
Sin necesidad de desplazarnos a alguna otra parte conocemos los pormenores del trabajo integrado. Los ofrece la profesora de Cultura Física Zulenma Galván Hernández, que en ese justo momento se encuentra allí para la atención a su hijo adolescente. Ella nos actualiza sobre el Programa Educa a tu Hijo, cuya promotora es Onilda y funciona de manera ordenada. “Tenemos, además, una promotora cultural, quien ha organizado un grupo infantil que se presenta regularmente”, aduce.
Según cuentan algunos vecinos, en la Casa Comunal se pone música y de cuando en cuando actúan grupos de aficionados, magos, cómicos. Están también el terrenito de pelota y la Vinera, a la que Noelia Toledo llama Café Cantante. “Actividades no, pero comida sí se ofrece ahí y buena”, indica la septuagenaria, quien subraya: “Esto me encanta, de aquí, p’al cementerio”.
ATENTOS A TODO
En el momento de nuestra visita hacía 10 días que en la demarcación faltaba el agua. Una abuela que escuchaba la charla con los representantes de gobierno en la base aportó el elemento necesario: hay tupiciones derivadas de la acumulación del magnesio en las mangueras y el líquido no llega con la presión necesaria. Se trata de un acueducto de agua superficial que viene por gravedad y sube a un tanque alto, explicaba Pedro Pablo García, el delegado de la Circunscripción No. 39. Allá arriba, indicaba alguien, había hombres trabajando en función del problema.
Por el camino hacia la escuela nos dimos cruce con Domingo Hernández Hernández, combatiente del Congo y jefe del grupo De frente a la serranía, quien se encarga, junto a otros lugareños, de vigilar los abundantes bosques que les rodean y forjar entre los pobladores una conciencia ambientalista.
“Jíquima siempre se mantiene limpio, tenemos buenos factores y unos 600 habitantes”, afirma Pedro Pablo. “Noviembre es el mes de nuestras fiestas populares”, significa y a seguidas narra la historia según la cual el Che acampó bajo la ceiba que se yergue, oronda, frente a la escuela Juan Manuel Márquez. Ciertamente fue un cuartel, el único que queda con su construcción, según el Presidente del Consejo Popular. Dicen que el Che no disparó hacia él porque una niña en la casa de al lado estaba afuera, asustada y llorando. Pero conminó a los soldados a irse y el último lo hizo el día 27.
No solo tabaco se produce por allí. También, viandas, granos, hortalizas, leche y carne, tanto vacuna como porcina. Se escucha hablar de proyectos de desarrollo por allá arriba, que incluyen los recursos naturales, como el Arroyo Jíquima. Con un café exquisito nos despiden. Y, como siempre sucede en el retorno, evoco algún detalle. Esta vez son los ojos azulísimos de Angelina Moya, obrera tabacalera, quien me habló de sus nietos que estudian en el pueblo. “Ay hija, sí, ojalá lleguen a médicos o a ingenieros”.
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