En su voz, la clase parece más la entonación de un apacible consejo; en su rostro, la sabiduría que ha ganado durante cinco décadas de magisterio; en sus palabras, la misma firmeza de la adolescente delgada que con 13 años quiso conocer el mundo más allá de la calle coronel Quincoses y que se enrumbó sin miedos hacia Minas de Frío para ser guerrillera de la enseñanza y ascender el Pico Turquino, aún en contra de la opinión de Manuel Pérez, quien pudo ser tío, pero prefirió ser padre.
En fotos inicio del curso escolar en Sancti Spíritus
Nuevo curso escolar ya viste uniforme
Listas aulas de la enseñanza artística
Nunca se han atrasado los relojes para Juana Pérez Cruz; puntual la han visto transitar calles y vecinos hasta la puerta de la escuela primaria Otto Parellada, así ha sido desde que regresó de las aulas de Tarará hace 47 años.
En aquellas noches playeras aprendería las primeras lecciones de pedagogía, mientras, por el día educaba en un aula de quinto grado en Arroyo Naranjo; tan difícil fue instruir a los muchachos rebeldes como ganarse la confianza de los padres que valoraban con prejuicio a los maestros makarenko.
El padecimiento de salud que forzó su regreso a Guayos sin el título de maestro primario a solo un año de obtenerlo, pudo cambiar el sentido de sus manos hacia la peluquería, pero ella prefirió otra vez la tiza y el borrador.
Como quien elige cuándo cuidará la germinación de una semilla, así Juana prefirió impartir clases de primer a cuarto grados; suya ha sido la nobleza de enseñar trazos y sumas; de cimentar bases en un ciclo donde los niños comienzan un sendero indetenible hacia el conocimiento; “se ve más el fruto de lo que van aprendiendo, uno siente regocijo”, argumenta. Su matrimonio con Bartolo González en 1976 devino pedestal seguro para el magisterio; él conquistó los fogones para compartir la carga del hogar, y la crianza de sus dos hijos, Dianisbel y Deynel. No obstante, en tiempos en que no había círculos infantiles, la niña durmió siestas en un canapé improvisado en Otto Parellada, mientras ella se acercaba a la licenciatura de maestro primario; también latió la ternura del tío Manuel para cuidar a su sobrino más pequeño, le bastaron los nuevos retoños para amar a su única familia.
Si los alumnos hablan sin frenos, ella no grita ni da golpes en la mesa, solo calla; su silencio es el regaño. Así, día a día moldea los ánimos, y ellos decodifican en afecto la perseverancia y la paciencia. “Nunca me ha gustado abandonar al niño de bajo perfil”, aclara cuando le pregunto por ellos y entonces recuerda los cinco o seis que en un mismo curso escolar debieron trasladarse de escuela, porque tenían necesidades educativas especiales; ella al menos logró que aprendieran a leer y escribir.
Renegada a dejar el aula, aceptó la jubilación a los 57 años y, como si la casualidad se hubiera confabulado a su favor, aún no se había acostumbrado a la idea del retiro cuando escuchó el discurso de Raúl Castro, y se abrieron las puertas como estaba deseando.
Juana Pérez fue durante décadas presidenta de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores en la Otto Parellada; ningún cansancio vespertino le hizo caer las tijeras y los colores para inventar medios de enseñanza; “tú trabajas mucho, tienes que alimentarte”, se preocupaba el tío Manuel; ella que de tanto perseguir herramientas didácticas mereció un boleto para Pedagogía 1997, hasta hoy la única maestra guayense que ha participado en este tipo de evento internacional.
En el aula de Juana siempre hay un lema para el visitante y a la hora de la despedida pueden identificarse sus alumnos mientras bajan por las escaleras: forman una fila organizada; detrás, ella los acompaña hasta la puerta de la institución como anfitriona que los compromete a regresar la siguiente jornada.
“Al que le gusta el magisterio no piensa de qué lado se vive mejor”; mientras, parafrasea a José Martí me responde muchas inquietudes aún en el aire sobre las penurias de los años noventa, incluso respecto al éxodo hacia la fábrica de tabacos en Guayos. “Si en la niñez pasé dificultades junto a mi mamá y mis cinco hermanos, no iba a dejar algo que me gusta tanto para mejorar, para mí lo fundamental siempre ha sido dar clases”.
Otros se escudan en las dolencias para dejar el aula vacía, no hay mejor analgésico para quien mereció la Distinción por la Educación Cubana en el 2009, que el encuentro con sus alumnos; allá en la casa deja cualquier problema que le ronde la cabeza.
La playa, las viandas fritas, las telenovelas, las comidas familiares son otros ingredientes en los que ella encuentra disfrute; cuidar a sus nietos los fines de semana, el embeleso de la tercera edad.
“Yo no sé cómo tú resistes”, hay quien le dice; ella responde con la dulce paz que transmiten sus 66 años: “Hasta ahora me siento en condiciones para enfrentar el aula”.
Unica e inigualable profesora tube, el privilegio de ser su alumno durante 4 cursos y han pasado ya 15 años y aun recuerdo sus anécdotas y magníficas clases Dios la bendiga y agradecido con ella por haber sido la gran maestra que fue .