Con una modesta dotación de equipos y las mañas aprendidas en años de fogueo, los pilotos espirituanos lo mismo sobrevuelan los arrozales de Sur del Jíbaro que las montañas de Mayarí o la cayería del norte avileño
Acostumbrado a bombardear incendios forestales desde el aire, un viejo piloto de la aviación agrícola en esta parte del país suele ilustrar las peripecias del ejercicio con una comparación que no deja lugar para dudas: “Cuando usted suelta tonelada y media de agua sobre el fuego, así de sopetón, el avión brinca como si fuera un toro cerrero de esos que llevan a los rodeos de Rancho Boyeros”.
Al menos esa es la sensación que percibe el tripulante cuando la nave, en apenas 2 segundos y medio, deja escapar por sus compuertas los 1 500 litros de agua que carga en la barriga y como resultado de ello asciende súbitamente unos 70 metros, un salto que sorprende hasta aquellos aviadores que ya parecen más habituados.
Máximo Mendoza, Eugenio Toledo y Alejando Martínez lo han vivido en la Isla de la Juventud, en los montes de Macurije, en la Ciénaga de Zapata y en las lomas de Mayarí y el Rey Juan Morales, el piloto agrícola que más horas de vuelo ha acumulado en Cuba —más de 21 000—, se jubiló sin contar las veces que se la jugó entre el calor, el humo y los vientos.
Por su ubicación estratégica en el centro la isla, por su vasta experiencia en estas lides y sobre todo por disponer de un renovado parque de aviones M-18 —los populares dromedarios, idóneos para este tipo de faena— el destacamento espirituano, una Unidad Empresarial de Base (UEB) de la Empresa Nacional de Servicios Aéreos (ENSA), es desde 1986 el único de la aviación civil del país que interviene en estas contingencias.
Como quien dice acabado de llegar de la zona de Nicaro, en Holguín, Máximo Mendoza concuerda con que los mayores siniestros los ha enfrentado en la Ciénaga de Zapata, “pero los más bravos son en Oriente”, donde las montañas obligan a los pilotos a extremar las precauciones.
“Antes la gente de nosotros se basificaba de oficio en la Isla de la Juventud o en la Ciénaga de Zapata desde que llegaba la temporada —sostiene Ernesto Cuéllar, director de la UEB—, pero en los últimos tiempos nos movilizan en circunstancias de fuerza mayor y en esos casos nuestros hombres asumen la misión como si fuera una guerra”.
SIN ESPERAR POR LAS NUBES
Los pilotos de la aviación agrícola de Sancti Spíritus mantienen una relación casi sentimental con la presa Zaza y no precisamente porque en su travesía hacia los arrozales de La Sierpe deban sobrevolar el mayor embalse del país en viajes de ida y vuelta día tras día.
Cuando la represa está llena o al menos dispone de agua suficiente para respaldar la actividad económica en Sur del Jíbaro, los hombres de la ENSA están de fiesta, pero cuando sucede lo contrario —como en los últimos tiempos—, de poco vale la pavimentación de la pista espirituana de 1 800 metros de longitud, “que quedó como un plato”, el acondicionamiento de sus similares para la atención del programa arrocero o la incorporación de nuevos aviones de fabricación polaca.
Acostumbrada a navegar en tempestades —hace algunos años también por razones económicas debió afrontar la supresión del bombardeo de la prensa periódica en zonas montañosas o comunidades aisladas—, la aviación agrícola no está cruzada de brazos o esperando porque la generosidad de las nubes vuelva a hidratar la presa Zaza.
Aun cuando la Empresa Agroindustrial de Granos Sur del Jíbaro se mantiene como el principal cliente de la UEB —interviene en más del 90 por ciento del cultivo del arroz—, Ernesto Cuéllar, su director, asegura que de un tiempo a esta parte también han asumido labores de saneamiento en zonas turísticas de la cayería norte de Ciego de Ávila, de desinfección en áreas plataneras de la Empresa La Cuba, en la propia provincia, y de fertilización en bancos de semilla de Azcuba.
VOLAR CON LOS PIES EN LA TIERRA
El arte de enseñar a pilotear tiene tres fortalezas en Sancti Spíritus: un avión biplaza del tipo M-18 BS adquirido en 2013 y que según los expertos no abunda fuera del continente europeo; un simulador de vuelos para quienes se adiestran en la materia y un maestro instructor como Enrique Rosales.
A sus 73 años de vida, 40 de ellos en el aire, y con una hoja de servicios que envidiaría cualquier aviador del mundo, Rosales podría ser un hombre presuntuoso, pero resulta todo lo contrario: “Ya yo no vuelo desde hace mucho tiempo —dice sin remordimientos—, pero hago algo mucho mejor: enseñar a los que vuelan”.
Fue piloto de helicóptero, combatiente internacionalista y maestro de varias generaciones. Lo dice mientras se cuela como un aeronauta más en la cabina del simulador para tomar los mandos de la nave que ha tripulado en tierra firme en sus últimas dos décadas. “Por mis manos pasa todos los años el ciento por ciento de los pilotos agrícolas de Cuba”.
— ¿Todos, hasta los más rankeados?, pregunta Escambray.
—Todos, hasta Juan Morales, responde él.
Tremendo piloto ese MORALES y buena persona tambien, chiquito de estatuta pero grande de trabajador que pena que ya se retiro 10 pilotos como el ; Maximo Mendosa, Iluminado, no hace falta mas nada para cumplir los planes de vuelo en esa UEB.