Cualquier análisis del pensamiento económico del máximo líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, debe partir de su Programa del Moncada, donde se evidencian sus objetivos esenciales: la solución a los problemas del desempleo, salud, educación, vivienda, discriminación racial, desigualdad social. Ese histórico manifiesto sienta las bases conceptuales de lo que sería y es el centro de la política económica y social del gobierno revolucionario: el hombre, con sus expectativas individuales, y el pueblo cubano, con sus aspiraciones colectivas.
Fidel concebía un pueblo consciente ideológicamente y preparado culturalmente para ser capaz de conciliar los intereses colectivos e individuales en el proceso de construcción de una sociedad socialista que asegure el progreso del país.
En su pensamiento sobre temas económicos y sociales destacan algunas ideas que se materializan en la política socioeconómica de la Revolución cubana. Entre ellas figura el vínculo entre economía y política, reivindicando el carácter científico de la economía política marxista-leninista, que no se limita a encontrar el uso más eficiente de los recursos escasos para satisfacer las necesidades, sino que subraya el papel de las relaciones sociales que se establecen en el proceso de producción, distribución, intercambio y consumo. Ello constituye la base de la defensa de las formas socialistas de propiedad y distribución como determinantes para garantizar el principio de equidad que rige en la sociedad cubana.
Otra idea sustantiva defendida por Fidel es que el hombre no es solo el objetivo supremo de la construcción del socialismo en Cuba, también es el sujeto principal de dicho proceso. De ahí que las políticas deben involucrar activamente a la ciudadanía, en su diseño, instrumentación y en el control de sus resultados e impactos. Y esa activa participación es la mejor garantía de que los proyectos no se desvíen de su misión fundamental: contribuir al desarrollo del país para satisfacer mejor las necesidades materiales y espirituales de la población.
La elevada proporción de los gastos de Educación, Salud y Seguridad Social dentro de los presupuestos anuales (51 por ciento de los gastos corrientes) es la constatación de la aplicación práctica del principio humanista de la Revolución, que ha llevado a nuestro país a ser admirado internacionalmente por los indicadores y estándares logrados en dichas esferas. Fundamentar y defender esa política es uno de los valiosos ejemplos que nos ha dejado su líder histórico.
Antes del triunfo de la Revolución solo el 52 por ciento de la población laboral activa disfrutaba de empleo, actualmente la tasa de desempleo es inferior al 3 por ciento. También resulta alentador el cambio en la esfera de la Salud, ya que menos del 8 por ciento de los residentes en zonas rurales podían recibir atención médica gratuita, en contraste con el acceso hoy universal y gratuito de este servicio que llega hasta los más recónditos lugares, y que dispone de un médico por cada 127 habitantes. No menos significativa es la diferencia de haber pasado de tener un 24 por ciento de analfabetos a poder mostrar duodécimo grado de escolaridad promedio en la población mayor de 25 años.
En medio de las tensiones que caracterizan la economía mundial actualmente y las serias restricciones financieras de nuestro país, se ha priorizado la atención al adulto mayor y se ha concebido un plan realista para enfrentar la tendencia del envejecimiento poblacional. Ello debe permitir al creciente segmento de ciudadanos de la tercera edad mantener su calidad material de vida, enriquecerla espiritualmente y disfrutar de la dignidad que merece una generación que llevó sobre sus hombros una parte importante de la construcción de esta sociedad que conserva su sello “fidelista” de justicia y equidad.
No fueron pocos los debates conceptuales enfrentados por Fidel con economistas de diversas tendencias ideológicas en el marco de los Encuentros Internacionales sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, organizador por la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) celebrados en La Habana por más de una década. En esos y en otros escenarios siempre combatió las políticas económicas de austeridad recomendadas por organismos internacionales que han repercutido en grandes sacrificios para la población de muchos países en diversas partes del mundo, al tiempo que se protegen intereses de bancos, inmobiliarias u otras corporaciones poderosas.
Contrariamente, en Cuba, aun en las más difíciles coyunturas económicas, no ha faltado la garantía de la alimentación básica subsidiada para todos, la amplia cobertura de los servicios públicos y la igualdad de oportunidades para cada uno los ciudadanos del país.
Pero el pensamiento socioeconómico del líder histórico de la Revolución cubana, materializado en políticas concretas, no se limitó a explicitar la importancia de salvaguardar el empleo digno y los bienes públicos básicos, sino que muy tempranamente comprendió que a la hegemonía capitalista era necesario enfrentar la contrahegemonía del conocimiento, de la ética y la estética socialista.
De ahí que haya dedicado muchas horas y esfuerzo personal a difundir la relevancia de invertir recursos financieros y humanos en el desarrollo de la cultura y la ciencia. La cultura como escudo y preservación de la identidad de la nación; la ciencia, como fuerza productiva directa, base de la transformación estructural de la economía y mejor vía para alcanzar los niveles de innovación que posibiliten una inserción competitiva de Cuba en el contexto internacional. Sin romper la actual vulnerabilidad externa y superar nuestros niveles culturales no será posible combatir las herencias del subdesarrollo.
No se concibe el proceso revolucionario actual y el futuro de la isla sin total fidelidad a los principios humanistas del Moncada, recogidos en la conceptualización del modelo de país visionado en el VII Congreso del Partido. Sin racionales inversiones en los servicios sociales fundamentales, en la cultura y en la ciencia, con criterios de eficiencia, despojados de enfoques cortoplacista, no podremos preservar nuestro valor supremo: una sociedad de hombres “nuevos”.
A las generaciones de economistas de hoy, junto al resto de los profesionales y técnicos, nos corresponde contribuir a lograr los niveles de inversión, productividad y eficiencia general del país, que puedan hacer sustentables y sostenibles los actuales indicadores del desarrollo humano y alcanzar mayores avances aún, especialmente en términos cualitativos. Es una buena forma de expresar el agradecimiento y acompañamiento eternos a las ideas del arquitecto principal del Socialismo cubano, a ese humanista de talla universal que fue Fidel Castro Ruz.
MSc. Oscar Luis Hung Pentón es presidente de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) y de la Asociación de Economistas de América Latina y el Caribe (AEALC)
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