Desde hace tres décadas no pocos progresos han llegado al lomerío de la mano del Plan Turquino, aunque prevalecen anhelos por resolver
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“A mí de Sopimpa me gusta todo”, afirma Eida Guillén con tanta seguridad que a este reportero le parece, de momento, un cumplido con la prensa. Solo su rostro de mujer rural, con las marcas de los años, pudo borrar de cuajo cualquier duda: “Me disculpan, es que llegó la ambulancia a mi casa para trasladar a Fomento a mi mamá y no les puedo dedicar más tiempo, pero todo en estas lomas me gusta”, recalca mientras camina hacia su hogar.
Tal parece que en Sopimpa esa desventaja de la lejanía encuentra alivio en la armonía comunitaria, en la solidaridad, en la alegría de su gente. También allí se respiran los aires de un programa que llegó a la serranía para inyectar una atención más directa a sus pobladores.
El programa de desarrollo integral de la montaña, llamado en sus inicios Plan Tuquino-Manatí, hizo su estreno en la geografía insular el 2 de junio de 1987 con la finalidad de darle mayor prioridad y sistematicidad al progreso económico, político y social del lomerío, empeño que en el caso de la provincia caló primeramente en áreas de Trinidad, Fomento y Sancti Spíritus y a comienzos de este siglo se incorporó Yaguajay, con la Sierra de Bamburanao.
A LOMO DE MULO
Determinar los territorios y los límites del Plan Turquino fue como redescubrir el macizo de Guamuhaya y tal encomienda recayó en una comisión multifactorial integrada, entre otros organismos, por la Agricultura, la Empresa de Proyectos Agropecuarios, Suelos y Planificación Física.
“Estuvimos tres días, casi siempre a caballo o en mulos, y caminamos toda la parte de Sancti Spíritus. En Trinidad, el primer recorrido, salimos también en mulos, desde Polo Viejo y llegamos hasta Belleza, en los límites con Villa Clara. Inicialmente se buscaron áreas para un posible desarrollo de café y forestal”, relató el ingeniero Lázaro Rodríguez Álvarez, por aquel entonces jefe del Departamento de desarrollo de la Empresa de Proyectos Agropecuarios.
“Otro objetivo era atraer fuerza laboral, había alta despoblación, en las zonas por donde anduvimos eran contados los ranchitos, muchos forrados con yagua. Además de fijar los límites, se hacían pruebas de suelo en el terreno y se definía allí mismo si servía para café”, añadió Lázaro Rodríguez, actualmente director de Planificación Física en la provincia.
Luis González Borrego, recién estrenaba por aquel tiempo sus conocimientos de proyectista de Planificación Física y no olvida las interminables jornadas de sube y baja lomas, averiguando el nombre de tal o más cual finca, ubicando una cerca o un accidente geográfico; para trazar, palmo a palmo, los derroteros del Plan Turquino.
“Fue una tarea dura por las condiciones del terreno, algunos bosques eran tan tupidos que no veías el sol, no existían los adelantos de ahora, trabajamos por la brújula, las hojas cartográficas y lo que se hacía por el día se mapificaba por la noche”.
Suscribe el hoy jefe del Departamento de Reordenamiento Territorial, en el propio organismo, que entre los años 1989-1990 estuvo listo, con sus límites, el primer esquema de desarrollo del macizo de Guamuhaya, calificado en su momento como el más integral del país, a la vez que fijaba potencialidades de suelo para cultivar más de 800 hectáreas de café.
De aquel levantamiento se derivó el desbroce de áreas para poblar y desarrollar las montañas espirituanas, nacieron campamentos del Ejército Juvenil del Trabajo en la zona de Topes de Collantes y nuevos asentamientos poblacionales como Alto de Jobo, La Belleza, Llanadas de Magua, Puriales, Cuarto Congreso y Las Piñas, de los cuales solo quedan los dos últimos.
LA MONTAÑA CAMBIÓ
Ni pensar que la mayor parte de las comunidades del lomerío llegaron al tope de su esplendor; mas, las tres décadas de Plan Turquino marcan el antes y el después de una obra que transformó el palpitar de los serranos en muchas facetas de la vida y vino a ser, en la práctica, como una segunda Revolución en la montaña.
“Antes de 1988 el pan que se comía en esos lugares se llevaba del llano, no existían panaderías ni centros gastronómicos, pero con el programa mejoraron integralmente las atenciones y la prestación de servicios a los habitantes de esas zonas en diversos campos”, señala Guillermo Escobar Cabriales, secretario de la Comisión Provincial del Plan Turquino.
Según el recuento estadístico al que Escambray tuvo acceso, hoy en los cuatro municipios incluidos en el Plan Turquino funcionan 17 panaderías, 23 rutas de transporte, de 13 que existían en 1988, y tal vez el más profundo de todos los avances de infraestructura está en la electrificación de viviendas, servicio que en igual año se reportaba en 158 casas, mientras actualmente se extiende a 10 317, el 99 por ciento del total de moradas ancladas en la serranía.
Las 25 viviendas reconocidas sin corriente están incluidas en el plan de electrificación a través de paneles solares, ya en marcha a nivel provincial.
Si bien el Plan Turquino trajo bienestar y contribuyó en su primera etapa a incrementar la población serrana, las carencias derivadas del período especial y, más recientemente el reordenamiento de los servicios de Salud y Educación, dieron pie a no pocos desplazamientos humanos; no obstante, en los últimos tiempos la entrega de tierra en usufructo, sobre todo para el café, ha devuelto brazos al lomerío.
“Ha existido éxodo, pero una parte de la migración ha ido a otras zonas dentro del mismo Plan Turquino, fundamentalmente hacia asentamientos más grandes, con más servicios; la Comisión Nacional considera que dentro del país, Sancti Spíritus es de los territorios menos afectados por este problema”, manifiesta Guillermo Escobar.
No todo está resuelto en la serranía; pero, con más virtudes que defectos, en los 64 asentamientos amanece cada día la obra sanitaria y educacional, prevalece la diferenciación alimentaria, se abren espacios a la cultura y el deporte, se reportan mejoras en algunos viales, en los servicios y las comunicaciones. Por otra parte, el programa de reanimación ha dejado su huella en 39 comunidades y se anuncia la incorporación este año de 11 nuevos medios de transporte para reponer los carros en mal estado.
Si bien los cafetales dan señales de recuperación, la producción de este rubro y de alimentos constituyen los mayores desafíos económicos a los que se enfrenta el territorio.
SENTIDO DE PERTENENCIA
“Nací en el hospital que mandó a construir el Che en Sopimpa —declara Lourdes Díaz, trabajadora de la bodega—. Aquí no se vive mal, es una comunidad pacífica, no hay robo, es un lugar que ha dado muchos profesionales”.
Yulieski Carpio identifica la falta de opciones de empleo más allá del campo, reconoce el trabajo de Comercio y de la panadería y, a su manera, valora la Salud: “Somos privilegiados, tenemos dos médicos y un estomatólogo; vivía en Cienfuegos y vine para Sopimpa. ¿Que si me gusta?, claro, si no, no estaría aquí”.
En sus faenas de jefa de ciclo en la escuela primaria Juan Abrantes, encontramos a Zaida Cáceres; motivada por la curiosidad periodística intenta mirar antes y después del Plan Turquino.
“Aquí el pan venía por tren desde Agabama, ya hace como 20 años tenemos panadería y también se hacen dulces y galletones. La electricidad llegó con el Plan Turquino, también la telefonía, algo de mucha aceptación son los productos diferenciados como sirope, latas de carnes y cereal para los niños”.
Otros educadores y vecinos se sumaron al diálogo y llevaron el intercambio a conocidos asuntos que palpitan en la comarca: “Nos dolió mucho que se cerrara el hospital, perdimos varios servicios y ahora tenemos que ir a Fomento a resolver cosas que antes nos las facilitaban aquí”, “Nos golpea la falta de medicamentos porque hay mucha población envejecida”, “Quedó una sola ambulancia para toda la zona rural de Fomento y nos hemos visto en situaciones muy difíciles cuando hay que sacar rápido a un enfermo”.
Miladis Jiménez suscribe esos y otros reclamos, a la vez que no escatima elogios al coche motor que enlaza el asentamiento con la cabecera municipal. “Cuando está funcionando es una maravilla, tal vez sea el mejor transporte de la provincia, pero cuando se rompe se nos aprieta el zapato porque ponen una guagüita que no alcanza y el camino está muy malo.
“Otros se han ido, yo me siento bien aquí, me he aplatanado en Sopimpa porque es una comunidad muy alegre, una zona revolucionaria; usted tenía que haber estado aquí el Primero de Mayo para que hubiese visto un batey completo desfilar bajo la lluvia”.
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