El mito recoge que el día más apropiado para plantar una ceiba es el 16 de noviembre, festividad de San Cristóbal, patrono de La Habana
Bien es sabido que la creencia de la santidad de la ceiba se trasmite de generación en generación en Cuba y no son pocos los que además de honrar su majestuosidad la llenan de amuletos y ofrendas.
Este árbol cuya belleza fascina incluso a quienes no creen en su divinidad, se yergue lo mismo en campos, plazas o parques de toda la Isla, pues donde nace o se siembra la tradición popular prohíbe talarla o utilizar sus gruesas ramas para hacer leña.
Por su forma cilíndrica y la altura que alcanza, otorgándole esbeltez, resulta lógico que junto a ella se encuentre frescura y amparo; de ahí que tal vez se experimente un sentimiento casi mágico al contemplarla, palparla y olerla.
Considerada bendita, se cuenta que los rayos no la fulminan y son resistentes a los fuertes vientos, y quien la derribe deberá enfrentarse al castigo divino.
Y es que en el imaginario popular cubano, donde se erige una ceiba, el lugar se convierte a su vez en un sitio sagrado, y no resulta extraño observar que durante ciertas celebraciones existan personas dándole tres vueltas en sentido contrario a las manecillas del reloj, pidiendo deseos o dejando centavos entre sus raíces.
También, se les ve adornadas con gallinas, plátanos y otras ofrendas, porque es el símbolo que unifica diferentes credos religiosos que se congregan para realizar a su alrededor rituales, lo que valida el sincretismo cultural del país.
Resulta mágico observar cómo, pese a las disímiles creencias, la fe une a sus pies a los cubanos que piden cada año, principalmente, salud y prosperidad, convirtiéndose además, allí donde está, en motivo, causa y razón de la solidaridad y empatía social.
Según las leyendas cosmogónicas mayas, el árbol abre sus ramas mayores hacia los cuatro puntos cordiales, y de esa manera se une a la cuádruple deidad que rige los vientos y las lluvias.
Mientras, cuenta uno de los mitos cubanos que existen en torno a ella, que una noche de tormenta una mujer corría desesperada por el monte con su hijo en brazos, clamando a los dioses por su protección ante la lluvia y los rayos; y que al acercase a un enorme árbol el tronco se abrió y la madre, junto al pequeño, pudieron refugiarse en su interior.
Se dice que su culto fue traído por esclavos africanos yorubas a la nación, en cuya cultura se adoraba a árboles sagrados, y que además de su contacto con el catolicismo, surgió la fusión religiosa que enriqueció las deidades y santidades, con varios puntos de contacto y que en no pocas ocasiones se mezclan también con otras creencias como el vudú.
Recinto de los orishas de acuerdo con la leyenda de la ínsula, su nombre científico es Ceiba pentandra, natural de las zonas tropicales y uno de los árboles más representativos de la flora cubana.
El eminente geógrafo Esteban Pichardo (1799-1879) en su libro «Diccionario provincial casi-razonado de vozes y frases cubanas» la denominó «gigante de los campos (…), que con cien brazos abiertos parece amenazar los cielos”.
Misterios innumerables se tejen alrededor de la ceiba que hacen en que con idéntico fervor sea adorada por religiones diferentes, porque su historia es amplísima.
Incluso, para los chinos traídos a Cuba durante la etapa colonial, y hoy para sus descendientes, es el trono de Santán Kón, su versión de Santa Bárbara; en tanto para los campesinos en general representa el árbol de la Virgen María.
Hasta 60 metros de alto crece en algunos casos, y como para todo tiene una virtud por su fuerza mística, se afirma que puede hacer fecunda a las mujeres infértiles.
Todo un ritual acompaña a la ceiba en la mayor de las Antillas y sagrada por excelencia para los creyentes y practicantes de la Regla de Osha, el acto de plantarla constituye un compromiso indisoluble entre el árbol y el hombre, en el que éste jura cuidarla mientras viva, ya que de ella dependerán su salud y felicidad.
Una vez finalizada la plantación, que debe ser antes del mediodía, se hará una fiesta en la que se sacrificarán animales.
El mito recoge que el día más apropiado para plantar una ceiba es el 16 de noviembre, festividad de San Cristóbal, sincretizado en la Regla de Osha por Aggayú, orisha dueño del volcán y del río caudaloso, y patrono de La Habana.
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