Avelino Rosendo Rodríguez merece una crónica. No sé si serán estas líneas que escriba hoy, cuando Irma debe andar quejándose de su propia destrucción después de arrasar medio mundo
Se me alegró el alma al verlo sano y salvo en su intrincada comunidad montañosa de La Gloria, en pleno Plan Turquino de Yaguajay, desde donde uno sale hacia Jobo Rosado y ve el mar como desde una loma.
Flaco y enérgico, y con una cojera que intenta disimular sin conseguirlo, es el mismo a quien entrevisté años atrás al término de una asamblea de balance del Partido en su municipio, que siempre digo fue salvada por él, gracias a su intervención clara y con los pies puestos sobre el suelo. Fue cuando dijo que la gente no quiere explicaciones sobre su mesa, sino comida, y que bastaba de seguir yendo allí a quejarse de los altos precios de la malanga, y que no era verdad eso de que el maíz y los frijoles son más importantes que las viandas, aunque ahorren fondos de los que solían destinarse a las importaciones. Lo dijo porque cuatro años antes había dicho allí mismo casi exactamente lo mismo.
Avelino Rosendo alaba la sociedad que tiene, donde la gente no se muere no más así porque pase un ciclón. Desde dentro del consultorio “que era toda una fortaleza”, donde se refugió junto a su esposa y a otras casi 50 personas, parecía, dice, “como si le estuvieran dando a las paredes con una mandarria». La gente quedó viva y eso ya es bastante, razona.
Avelino Rosendo asiente cuando el presidente del Consejo de Defensa Provincial les habla a él y a otros vecinos del caserío de hacer allí mismo, en cada lugarcito afectado. “Pero, claro, si eso es hacer por nosotros mismos”, apuntala. Y habla con cierto dolor de su cafetal perdido. “Pero bueno, habrá que esperar a que retoñe otra vez”, se tranquiliza. Junto a su casa, que es casi como decir junto a la fila entera de casas del lugar, corre un torrente de agua clara. Viene de las lomas, me dice, de El Yigre, desde donde hacía un montón de tiempo que no bajaba agua.
Y me comenta que días atrás vio La Gloria reflejada en El Arriero, suplemento de montaña que se edita en Escambray. Hablaba, sí, del gran problema de allí, finalmente resuelto: el abasto de agua. Que leyó, dice, el reportaje de un colega sobre los 30 años del Plan Turquino. Y que al menos por lo que ven sus ojos, era cierto lo que se escribía. Y que si fuera mentira también me lo diría en ese propio instante.
Su filosofía salva mundos. No es de los que miran, callan y ya. Tampoco de los que solo hablan. Avelino Rosendo es de los que hacen, con 79 años y todo. Cosecha y vende al Estado, por eso tiene moral para hablar de los que no hacen ni una cosa ni otra. Secretario general del Partido en un núcleo zonal, de esos que hacen valer su responsabilidad, con él tienen que contar cuando se va a decidir algo. Y si lo que deciden no es lo que conviene a la gente, lo discute. Y si le quieren imponer criterios, defiende el suyo sin andar con rodeos.
No pensé que me recordaría, pero dice que sigue mis escritos y que me reconoce en la foto del periódico. Y siento orgullo de que gente como él haga uso de la prensa cubana, crea en ella. Miro en derredor, donde tantas casas cayeron y sembradíos se perdieron. En todo el Turquino 1, que es su Consejo Popular. Qué digo allí: en todo Yaguajay. Y me alegro, porque el caso de la niña de un mes que quedó sin techo y está alojada con su madre en el consultorio médico de Jobo Rosado — la misma que me hizo recordar, con los ojos húmedos, a mi nieto Marcel Eduardo—, fue mencionado como una prioridad; tendrá casa nueva.
Escucho al delegado de circunscripción y al presidente del Consejo Popular hablar de esa urgencia. Y creo en ellos, tengo que creer. Si así no fuera, Avelino Rosendo, de seguro, se pararía en la próxima reunión con su bigote blanco y espeso, a lo Serrano, y diría lo que sabemos que diría quienes sabemos que a ese viejo flaco y destartala’o en apariencias no hay huracán que lo amilane; mucho menos hay nadie que lo detenga.
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