Trump ha desoído la opinión de amplios sectores de sus compatriotas, y solo prestó atención al grupúsculo más reaccionario de la Florida
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El Presidente estadounidense Donald Trump ha demostrado con las medidas anunciadas este viernes en la Florida —para destruir los puentes tendidos hacia la Isla antillana por su antecesor Barack Obama— que, en efecto, es un paquidermo loco y ciego que no para de quebrar cristales.
Si bien es cierto que ya durante la etapa final de su campaña electoral, en el otoño del 2016, Trump prometió revertir gran parte de la obra presidencial del primer mandatario negro en la historia de los Estados Unidos, y, junto con ello, lo avanzado en relación con Cuba, las muchas excepciones y retrocesos que se ha visto obligado a hacer a su agenda original llevaron a pensar que también rectificaría en este tema.
Desgraciadamente, Trump ha desoído la opinión de amplios sectores de los partidos demócrata y republicano en el Congreso, así como de representantes de la industria, el comercio, la agricultura, el turismo y el transporte aéreo y marítimo, así como la manera de pensar del 65 por ciento de sus compatriotas, y solo tuvo oídos para el grupúsculo más reaccionario entre los cubanoamericanos de la Florida, encabezado en este caso por los políticos Marco Rubio y Mario Díaz-Balart.
M y M. no pararon de presionarle en Washington para que cumpliera su palabra, haciendo más ruido que si se hubiese tratado del poderoso lobby judío, aunque, oportuno es recordar que una integrante del grupo, la recién retirada Ileana Ross Lehtinen, es tan judía sionista como el mismísimo Biby Netanyahu. Consecuente esta vez con sus planteamientos retrógrados, el tonante Donald cedió la primicia ante el micrófono en Miami a su correligionario Marco Rubio, uno de los aspirantes republicanos a la presidencia que quedó en el camino en la etapa de precandidatura.
Simbólicamente, el acto miamense se efectuó en el teatro Manuel Artime, un tránsfuga y ladrón que huyó de Cuba a inicios de 1960 con gran parte del dinero del complejo agrícola donde laboraba en tierras orientales para venir con los mercenarios de Playa Girón y ser cambiado año y medio después por medicinas y compotas, lo que, paradójicamente, fue su único aporte real al pueblo cubano.
De momento, mientras Cuba permanece tranquila, es precisamente en territorio norteño donde la última Trumpada está causando creciente escozor, sobre todo entre el amplio abanico de entidades y personas que se han estado vinculando con la Perla de las Antillas y que ven en la relación con la isla grandes chances de negocios y beneficios mutuos.
Ya de entrada se estima que los daños que ocasionará en suelo norteamericano la decisión de Trump incluyen como mínimo la pérdida de empleo para más de 12 500 personas y cerca de 7 000 millones de dólares dejados de ganar por sus empresas, en un ejercicio que hasta ahora ha ido marchando de forma ascendente, extendiéndose cada vez a nuevos sectores dentro del espectro económico.
Para nadie es un secreto que la actual coyuntura de crisis económica mundial ha fomentado los esfuerzos de entidades de muchos países de la Unión Europea, Japón, el sudeste de Asia, Canadá y dentro de la propia América Latina, en una competencia enconada por encontrar y potenciar áreas promisorias donde invertir en actividades rentables y —habría que ser ciegos para no verlo— la última decisión de Trump saca del juego automáticamente a las compañías estadounidenses.
En otras palabras, echando abajo las medidas de Obama sobre Cuba y restituyendo aspectos del obsoleto, fracasado e hipercondenado bloqueo, Trump no ha hecho otra cosa que perjudicar a sus connacionales con sanciones equivalentes a las que adopta contra otros adversarios en la arena internacional.
De lo que no queda ni la más mínima duda es acerca de la facilidad del mandatario de buscarse problemas y crear focos de conflicto, sin que resulte capaz de aplacar ninguno o encontrar una solución viable a uno solo de los problemas que —cada uno a su manera— afligen a su país y al mundo.
En este instante preciso es difícil vaticinar la magnitud que alcanzará dentro del estamento político de Estados Unidos, la oposición a estas medidas que clasifican entre las más impopulares adoptadas por Trump durante los primeros 120 días de su mandato, pero es de esperar que, dados los elementos aportados, resulte una reacción fuerte que puede unir bajo una misma bandera a demócratas y republicanos.
De otro lado, algunas decisiones, según se augura, necesitarán meses para poder ser implementadas y en ese lapso puede ocurrir cualquier cosa, entre ellas que el torpísimo elefante quiebre los cristales del planeta llevando al mundo al holocausto, o que lo saquen de la Casa Blanca por medio de un impeachment. Todo apunta a que esto sería lo mejor que le podría pasar a la humanidad, antes de que resulte demasiado tarde.
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