En Las Tosas reside una de las mujeres más longevas de Sancti Spíritus y de Cuba, lleva sangre mambisa en las venas y en la mente, los recuerdos más preciados de su larga existencia
Lúcida como pocas personas con mucho menos edad que ella, con una vitalidad increíble, la mente clara, tan clara que recuerda con exactitud las fechas en que nacieron sus 14 hijos, los nombres de cada uno y hasta los detalles que matizaron su niñez, su juventud y las distintas etapas de su larga vida.
Durante la charla, este 31 de mayo, fecha en que Ángela Cresencia Cordoví Núnez cumplió 107 años, no tuvo pausas para buscar en su memoria los recuerdos más antiguos, o los más recientes, solo era ella, la mujer que se forjó a fuerza del trabajo duro allá en las montañas del oriente cubano, en un sitio conocido como Biajaca Arriba, cerca de Sao Grande, lugar perteneciente a Manzanillo.
Nadie como ella para hablar del pasado, pero cuando supo que la prensa estaba en su celebración, se acomodó en el sillón y sin muchos reparos dijo: “¡Qué bueno que vinieron porque quiero mandarle un mensaje a Raúl!”, y seguidamente comenzó a desarrollar la idea, como si lo tuviera delante, fue entonces, cuando de sus labios brotaron con más fuerza las palabras.
“Raúl, yo soy revolucionaria, mi padre fue un gran mambí que se llamó José Cordoví y fue el hombre que cuidaba el caballo Rosillo de Martí… Eso lo supe porque, después de terminada la guerra, él se sentaba con nosotros y hablaba de Martí y de la relación que tuvo con quienes lo asistieron en la manigua. Papá recordaba el discurso que en una ocasión el Apóstol pronunció a los hombres en el monte, la forma en que explicó la importancia de la guerra y la promesa de que cuando se acabara cada mambí tendría derecho a una caballería de tierra y a una pensión”.
Sus manos marcadas por el paso de los años no descansan sobre el brazo del sillón, por el contrario, se entrelazan una y otra vez, mientras narra con su verbo claro cada parte de esta historia. De su madre Adelina Francisca recuerda la forma en que crió a los 11 hijos, principalmente a las ocho hembras, que enseñó a leer y a escribir, porque los varones estaban bajo el mando del viejo y debían dedicarse al trabajo del campo, a los cortes en época de zafra o a los hornos de carbón.
Cuenta la anciana que la primera vez que bajó a Manzanillo ya pasaba los 15 años, lucía un vestido de saco, el único que tenía, pero siempre lo llevaba limpio, habla de que la alimentación en el monte era a base de viandas: ñame, yuca lucia (así le dice cuando esta no se ablanda) y café claro. La carne era muy escasa y para nada se podían dar el lujo de comprar pan, ni dulces, ni galletas, porque la peseta había que dejarla para cubrir otras necesidades.
Con 20 años cumplidos se casó y comenzó otra etapa de su vida, posiblemente más difícil, pues era necesario trabajar para formar su propia familia, de esa unión nacieron 14 hijos, dos de los cuales no llegaron a ser adultos porque enfermaron y no les fue posible asistirlos a tiempo. Pero los demás crecieron fuertes. Recuerda que su primogénito fue invasor de la tropa del Che y que al salir de su casa a la edad de 25 años ella le dijo: “Si vas a pelear, no te acobardes nunca en medio de un tiroteo, pero prométeme que no le tirarás a ningún hombre amarrado”. Esos fueron sus consejos para el que se fue, porque los que se quedaron tenían otras misiones: trabajar y servirle a este país honradamente.
Habla de su llegada a esta provincia en el año 1969 cuando Nori, una de sus hijas, la trajo para la comunidad de Las Tosas; señala a Aris, la menor de las hembras, que vive en Manzanillo, pero viene cada año, a celebrarle el cumpleaños junto al resto de los hermanos. Aclara que no le gusta cocinar con las hornillas, ni las ollas eléctricas, sino con leña, para sentir el humo mezclado con el olor de la sazón y sueña con permutar su casa para Sancti Spíritus y así estar más cerca de Isabel, otra de sus pupilas.
Se enorgullece de que en la comunidad de La Miel, en Bartolomé Maso, una escuela lleve el nombre de su padre, pero también de la larga lista de descendientes: 39 nietos, 37 bisnietos y 13 tataranietos. “Ellos son mis ramas —aclara—, porque el tronco de este árbol soy yo”, sonríe, pero deja claro que todavía lleva las riendas y se impone cuando algo no anda bien, no importa que la vista sea opaca, por suerte, es lo único que la aqueja, no padece de hipertensión, ni de diabetes, solo le duelen las piernas, pero detrás de esta salud están los cuidados de sus hijos, las atenciones del médico de familia y las visitas sistemáticas de la enfermera.
Casi al terminar el diálogo, se puso de pie y dijo: “Solo así puedo hablarte de Fidel, él no debió morir, le quedaba mucho por hacer, pero yo lo respeto y lo recordaré siempre”.
Un suspiro, un beso, un adiós, una sonrisa antes del abrazo de despedida, el regalo de un vecino, un apretón de manos y su última sugerencia. “Hijas, repartan el cake y no dejen de darles a los niños”.
Felicidades cresencia aunque sea atrasada, pero es importante reconocer en usted la virtud de haber vivido toda su vida al calor de la vida de nuestro comandante en jefe, bonito su gesto de reconocer que para hablar de Fidel hay que ponerse de pie, porque él siempre estará así DE PIE. muchas Felicidades y que viva muchos años más.
Felicidades Cresencia, Ojalá y lleguemos todos a esa edad y con ese espíritu!!!
Felicidades Cresencia,aunque un poco atrasadas le deseo de todo corazón, ojalá y la salud le siga acompañando para que logre cumplir sus sueños de mudarse para nuestra capital espirituana y que sus hijos continuen con el legado que usted les deja, salud y mucha suerte, ojalá y dure 100 años más.