El jatiboniquense Luis Raúl Pina Teijelo arrasó en el recién concluido Festival Nacional de Cineclubes Yumurí 2017, en Matanzas
La oscuridad de la sala, solo iluminada por algunos claroscuros, mostraba el rostro de un joven fascinado con la trágica historia de Charles Foster Kane. No sabía bien cómo esa sucesión de acciones llegaban hasta la gran pantalla. Imaginó que quizá era producto de un acto de magia de Orson Welles y del resto de su equipo cinematográfico. Sintió que esa construcción de sentidos de personajes, escenografías, parlamentos, melodías y acciones formaba un mundo paralelo al suyo. Descubrirlo y ponerlo en práctica han sido, desde entonces, la mayor creación del jatiboniquense Luis Raúl Pina Teijelo.
“Somos hijos de una generación que, en mi opinión, vio el mejor cine del mundo, gracias a todas las muestras que exhibió el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en las pasadas décadas del 60 y 70. Por ahí entró el bichito”, comenta mientras rebobina aquellos días en que, junto a un grupo de amigos, fundó el primer cineclub de su municipio.
Ese período marcó el inicio de sus intentos por tomar cámara en mano y atrapar el entorno, a semejanza de aquellos filmes casi aprendidos de memoria que le rondan la cabeza y marcan el ritmo del proceso de producción.
“Lo mejor de esa época fue el entusiasmo, los fallos fueron enormes. Aprendimos a partir de los errores. Ya para finales de la década de los 90 comenzamos a obtener nuestros primeros premios en los festivales nacionales. En total tengo 11 documentales y todos han recibido algún lauro en las diferentes categorías cinematográficas”, añade al tiempo que proyecta en su mente cada leitmotiv que le ha inspirado.
“Siempre me han apasionado las cosas cotidianas de nuestra comunidad y develar pasajes de la historia para evitar las injusticas de un olvido”.
Entre tantas obras, ¿cuál nunca dejaría a un lado?
“Cada vez que uno hace un material es un hijo y es difícil discernir entre ellos. Pero uno de los primeros, Dedo tow, una historia que nació de la canción Lamento borincano, de Rafael Hernández Marinque, El Jibarito, está siempre presente porque reflejamos diferentes problemas sociales y el público se sintió muy identificado”.
¿Cómo hacer cine, cuando es muy caro, incluso para países desarrollados?
“El cine es costoso, pero más caro es no tenerlo. Con esfuerzo propio y con el dinerito que podemos ahorrar nos compramos una cámara de aficionados. No es la ideal para tomar la profundidad de campo, pero es la que tenemos. Actualmente, trabajamos en dúo, por lo que a cuatro manos hacemos todo. Uno no está por encima del otro. Esa es la razón del equipo”.
Con esa máxima, Luis Raúl Pina, licenciado en Cultura Física y especializado en Rehabilitación, llegó al recién concluido XXIX Festival nacional de Cineclubes Yumurí 2017, en Matanzas, donde acaparó con su documental 12 horas los lauros a la obra que mejor integró el guion, fotografía, la banda sonora y la dirección y se llevó a casa el galardón general del certamen.
“Soy autodidacta; veo mucha televisión cubana, porque, a pesar de sus muchos defectos, te permite con un ojo crítico aprovechar las propuestas cinematográficas que proyecta. También escojo lo que llega por otros medios alternativos. Creo que estamos en una época de oro al tener publicaciones importantes como la revista Cine cubano, donde se presentan ediciones muy interesantes sobre las diferentes especialidades del séptimo arte”.
A su juicio, ¿cuál fue la clave para que 12 horas obtuviera tan importantes reconocimientos?
En ocho minutos recreamos un fenómeno social que molesta a muchos, pero es de gran utilidad para otros: los coches. Salimos y grabamos 12 horas de la evolución de esos medios de transporte en plena calle. Pero hicimos un ejercicio desde una mirada externa. Creo que el jurado supo apreciar nuestro objetivo, pues realmente fue una competencia fuerte con más de 40 muestras, incluso llegadas algunas de productoras profesionales como Televisión Serrana y de Pinar del Río.
Para todo artista su mayor placer es compartir con el público; en su caso, ¿cómo funciona esa necesaria relación?
Tenemos la suerte de que la televisión comunitaria nos publica los materiales que hacemos. Ahora que, además, contamos en la Casa de la Cultura con una sala con todas las condiciones, podemos aprovechar mucho más esa rica retroalimentación que siempre se da entre los creadores y los espectadores.
Después de tantos años, ¿qué sabor le ha dejado la pasión por el cine?
Actualmente estoy en proceso de jubilación, pero me siento con fuerza para seguir estudiando y produciendo. Creo que necesitamos ver mucho más cine porque hoy es una de nuestras grandes lagunas. A veces escuchamos que la gente de memoria en memoria se pasa películas, pero con pocos valores estéticos y eso, más que formar, lo que genera es vacío cultural.
¿Qué le sigue a 12 horas?
Estamos cocinando dos documentales: uno dedicado a un joven jatiboniquense con características muy especiales y otro, a la historia de una comunidad contada por uno de sus personajes más importantes, el cartero.
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