El Premio Nacional Olga Alonso e instructor de arte durante cuatro décadas, revela interioridades de su vida, íntimamente ligada a la cultura
Todavía guarda con nitidez absoluta aquel día en plena calle de Cabaiguán, donde encontró a un jovencito vestido de verde, listo para cursar su etapa de Servicio Militar. Al mirarlo de arriba abajo no dudó en darle una sugerencia que estaba seguro que le cambiaría la vida.
“Enderece su camino y vaya a hacer la prueba para optar por la especialidad de Artes Plásticas en el Instituto Superior de Arte”, insistió.
Lo conocía demasiado bien, pues había sido su alumno en la escuela rural Israel Reyes, ubicada al pasar el puente de Zaza del Medio. Y tal vez en ese minuto, Mario Félix Bernal logró apresurar el destino de uno de los pinceles más importantes de Cuba: José Perdomo. Su olfato como instructor de arte jamás le ha fallado cuando capta un “talento en bruto”.
“Anécdotas como esa tengo miles. Están incluso quienes de una forma valiente me agradecen porque yo les dije que no podían ser artistas y hoy son ingenieros, médicos… Me anima sobremanera escuchar la frase: Usted fue mi profesor”, dice como carta de presentación este guayense, quien durante más de 40 años ha laborado como instructor de arte.
¿Por qué esa profesión y no dedicar tiempo a otra labor dentro del propio panorama cultural?
“Primero porque ser instructor de arte es un privilegio. Nace de una vocación y además resulta una escuela, ya que se aprende de cada uno de los aficionados. Tienen un mundo particular que te lo revelan poco a poco. Por ejemplo, un niño te dice: ‘Profe, ¿por qué esto no puede ser así?’, y te percatas de que desde aquel grado de inocencia te presenta una verdad que hubieses demorado años en descubrir”.
Graduado como técnico en Pintura, Rótulo y Decoración en La Habana, incursionó tras su graduación como director de montaje y exposiciones en la otrora región de Las Villas. Gracias a ese roce constante con los artistas comenzó a recorrer su propio camino en la creación y luego apostó por el estudio de la especialidad de instructor de arte.
“Nací con aptitudes para la pintura. Desde tercer grado andaba con una acuarela y pinceles en las manos. Luego, los esfuerzos fueron mayores pues compartí, durante cinco años, esos estudios con los de la Licenciatura en Filología en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas”, alega, quien no olvida las tardes en que su amigo Fayad Jamís detuvo su arte para compartir junto a él una taza de café.
Cada palabra de Mario Félix es acompañada de unos ojos claros que se abren para destacar los mejores vocablos que se acomodan a su vida. Esos que enseñó en sus primeros años en las escuelas de la enseñanza especial Teresita Gálvez y Efraín Alfonso de la ciudad del Yayabo, posteriormente tocaron otras, incluso el hospital psiquiátrico, hogar de ancianos y la prisión.
El taller de Guayos fue especial porque allí conocí a una familia. No teníamos hora, pues cuando los obreros salían del central en los turnos de la madrugada iban para allá y comenzábamos a crear. Donde ha habido un aficionado, ahí he estado”.
“Luego de mi graduación, comencé a recorrer los caminos tradicionales de un artista. El taller de Guayos fue especial porque allí conocí a una familia. No teníamos hora, pues cuando los obreros salían del central en los turnos de la madrugada iban para allá y comenzábamos a crear. Donde ha habido un aficionado, ahí he estado”.
La pintura ha sido otra de sus fieles escuderas…
“Todo el tiempo. Muchas consultas de carácter espiritual las hago a mis propias obras. A veces tratan de vencerme y yo dialogo con ellas. Hay cuadros que se resisten y entonces los pongo contra la pared y a los 15 días los retomo y entonces les digo: ahora sí eres mío. Puede ser fantasía, pero es mi relación más íntima. Han existido muchos cuestionamientos de por qué no me dediqué exclusivamente a la pintura y solo encuentro una respuesta: porque quería estar al lado del aficionado.
Justamente, ese mundo ha sido subvalorado por muchas personas. A su juicio, ¿a qué se debe esto?
“El propio artista aficionado no se da su valor. Muchos de ellos son mejores que los profesionales. Incluso, en la comercialización se evidencia. Tienen que creérselo”.
¿Cómo entonces pudo afianzarse en ese panorama?
“No me gusta estar solo. Siempre me he sentido acompañado por mis aficionados. Hacíamos sesiones de críticas para aprender y eso te nutre”.
Quienes han compartido con Mario Félix Bernal, además de reconocer su sello en cada cuadro y métodos para que aprendan los que se inician, lo evalúan como un hombre con un verbo fino.
“Nací en Guayos. Respiro eso —admite—. Busqué la originalidad hasta cierto punto e identidad. No puedo hacer un trabajo, por ejemplo, de sus parrandas en una casa tomándome una taza de café cuando hay un tablero de 12 minutos de quemadura. Siempre tengo la verdad, sin herir a nadie. Por mucho lirismo y encanto que tengan los ojos de otra persona yo sabré resistirme para comprenderla y aquilatarla”.
La casa de cultura Osvaldo Mursulí de la ciudad del Yayabo se ha convertido en su segundo hogar. ¿Deudas para con ella?
“Siempre las tendré porque espero que un día sea la mejor casa de esta ciudad, donde todo el mundo vaya a festejar sus alegrías, para que escojan ángulos para sus fotos que aún no están preparados, que sea exclusiva, transparente y que con su bandera diga: Soy la Casa de Cultura. Ahí están mis compañeros. Mi mujer me dice que allí lo único que me falta es la cama. Pero ese es mi refugio, me reúno conmigo mismo”.
¿Qué es lo que más le incomoda y agrada a Mario Félix?
“La traición me molesta mucho y lo que más me agrada es descubrirla para darle lecciones a quienes las han realizado. La traición implica un consumo de tiempo. Cuando se traiciona se sigue una conducta que llega a convertirse en un vicio, por eso se mandan anónimos y yo me pregunto qué momento le dedican al arte. Se debe reflexionar siempre sobre los pasos que se deben dar en la vida”.
¿Satisfecho?
“No. Nunca lo estaré porque ahora tengo una ambición más grande y no me cuesta nada: salir a caminar todos los días por la ciudad, saludar a los amigos y saber que tengo un taller para crear”.
Recientemente anunció que se retiraría de la vida profesional. ¿Cansancio o descanso obligado?
“Diría mejor que necesito un espacio para realizar algunos cambios. Saldré de las reuniones de la cultura científica, pero tomaré otros senderos que no había repasado. Voy a seguir al lado de los aficionados. Me he estado preparando para ello. Será vivir en la otra cara de una misma moneda”.
Interesado en contactar con la reportera/periodista Lisandra. Gracias!