Educadora, delegada y diputada durante muchos años, Zoe de la Cruz Díaz González atesora vivencias imborrables de su trato con el líder histórico de la Revolución cubana
Combativa por naturaleza, apasionada, inquieta, Zoe de la Cruz Díaz González, delegada a la Asamblea Provincial del Poder Popular y diputada a la Asamblea Nacional durante décadas, guarda un recuerdo agradecido de Fidel Castro, el compatriota más grande y más querido por los cubanos desde los tiempos de Martí, por su apoyo y por su ejemplo.
La sensible mujer que el 25 de noviembre pasado estuvo paralizada durante varias horas al conocer la partida física del líder histórico de la Revolución cubana y que ya de madrugada corrió a su ordenador para escribirle entre lágrimas una elegía, nos recibe ahora en la intimidad de su hogar para compartir vivencias acumuladas a lo largo de más de medio siglo, pues antes de conocer personalmente a Fidel, ya le había jurado fidelidad eterna como estudiante, alfabetizadora y miliciana.
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¿Cuándo ves por primera vez a Fidel en persona?
En diciembre de 1961, en la concentración que se hizo en la Plaza de la Revolución José Martí, en La Habana, con motivo de la culminación victoriosa de la Campaña de Alfabetización. Yo venía de alfabetizar a 11 personas en Levisa, actual provincia de Granma.
Ahí él habló de lo que había significado la campaña. Hay un lema que cuando terminó de hablar, todos repetimos; fue cuando una compañera que se acercó a él, le dijo: “Fidel, Fidel, dinos que otra cosa tenemos que hacer”, y a partir de ese momento me propuse que lo que él orientara iba a ser sagrado.
Por eso, cuando él ponderó las relaciones de Cuba con la Unión Soviética y exhortó a los jóvenes a estudiar ruso, dejé a un lado mi vocación por la Medicina e ingresé en el Instituto de Idiomas Máximo Gorki. Luego fui a la URSS en 1963 a un curso de perfeccionamiento. En 1970 vendría otro encuentro con Fidel en Jagüey Grande, Matanzas, durante la inauguración de la primera escuela secundaria básica en el campo, como parte del Primer Congreso de Educación Ciencia y Cultura.
Pero también tuviste un encuentro con Fidel en Moscú, ¿cuándo y en qué circunstancias ocurre?
En 1972 vuelvo a la Unión Soviética. Estoy en la embajada cubana en Moscú para una recepción y coincidimos allí con la gran actriz Rosita Fornés. Fidel fue muy familiar con todos, cargó a los niños; luego vino hacia nosotros, nos puso la mano en la cabeza, y yo creía que el piso se abría y me tragaba, porque era como si un peso grande me tocara. Fue en esa ocasión que vi a Fidel más de cerca y pude mirarlo directamente a los ojos.
Sin embargo, tus principales encuentros con Fidel se producen en el Parlamento, siendo diputada.
Sí, en 1976 fui electa delegada de los órganos del Poder Popular, la primera mujer del municipio de Sancti Spíritus y para mí constituyó un honor que fuera yo la que leyó el juramento de los delegados. En el siguiente mandato, en 1981, resulté electa diputada a la Asamblea Nacional. Allí tuve el privilegio de sentarme en el área central del Palacio de las Convenciones.
Si yo miraba, le veía a Fidel las manos, los ojos, cómo se quitaba y se ponía los espejuelos… muchas veces sin que él quizá se diera cuenta, o algunas personas, lloré, pues cada intervención suya estaba cargada de enseñanzas.
Un día, en una de mis intervenciones luego del análisis del reglamento de las asambleas municipales, provinciales y de la Asamblea Nacional, y las modificaciones que se le iban a hacer a la Constitución, yo me preparo a conciencia y deciden que la que debía exponer ese planteamiento en la Asamblea fuera yo, ya que era delegada de base y tenía esas opiniones.
Cuando empieza la sesión, que pido la palabra, me dirigí a Fidel con mucho respeto. Yo empiezo a exponer mis criterios sobre el papel del diputado cubano, que yo entendía que debía tener más representatividad. Él se quitó los espejuelos y me oyó con una atención tan grande como jamás había observado en otra persona.
Allí unos opinaban que sí, otros que no, hasta que pidió la palabra y, juro por lo más sagrado para mí, que sentí que mi silla se hundía porque me llamó por mi nombre con una sencillez que jamás voy a olvidar: “A ver, Zoe, explica bien de nuevo a la Asamblea para estar más claros sobre el tema”. Y yo de nuevo expliqué todo. Entonces se discutió con más hondura el asunto, otros delegados opinaron; él oía, me miraba, miraba al entonces presidente del Parlamento, Flavio Bravo, y yo me decía: “Ahora, ¿qué hago?, bueno, ya que estoy metida en esto tengo que seguir.
Fidel se dio cuenta de que yo tenía argumentos sólidos. Vino el receso de las tres horas y estábamos en el restaurante del Palacio de Convenciones, conversando con el cosmonauta Arnaldo Tamayo y otros compañeros, y me dice Tamayo que me vienen a buscar.
En eso llega el jefe de protocolo y con una delicadeza muy grande me dice bajito al oído: “¿Usted me puede acompañar?”. Y yo me dije: Voy presa. ¿Qué habré dicho yo? Me puse de pie y lo seguí, y cuando llego al lugar a donde me llevó, allí estaba Fidel sentado esperándome. Él me preguntó: ¿Me tienes miedo?” Y yo le respondí: “No, yo no le tengo miedo, pero imagínese usted. Usted es lo máximo”.
Entonces dijo: “Ven, siéntate” —había unas cestas con bombones— y me inquirió: “¿Te gustan los chocolates?”. Él me fue preparando para que tuviera confianza y expresara de verdad los elementos que no había dado en la sesión de la mañana.
Comenzaba la sesión de la tarde y había quedado como aceptada mi propuesta: la modificación de uno de los incisos del Reglamento de las Asambleas Nacionales. Cuando yo entro, Flavio va a seguir con otro tema, y Fidel le dice: “No, no, Flavio, permiso, yo quiero seguir el tema que introdujo la compañera Zoe, porque ella tiene razón”.
Y ahí estuvo cerca de dos horas hablando del papel del diputado, de las responsabilidades de las provincias, de darle la jerarquía que merece al diputado cubano que es el que representa el Parlamento. En tres ocasiones citó mi nombre, y cuando se puso a votación la propuesta, que se aprobó, salí y me estaban esperando unos periodistas.
Los de la prensa me preguntaron: “¿Por qué lloras?”, yo respondí: ¿Y usted no lo haría si fuese hija de una señora que limpió pisos toda una vida y que fue analfabeta hasta que su hija la alfabetizó, cuando en el parlamento el máximo dirigente de nuestra Revolución dice tu nombre?”.
Entonces me sentí feliz, reconocida como pocos, porque prácticamente ningún dirigente en el planeta hace eso por una persona común. Ahí se engrandeció aún más para mí ese Fidel, ese ser humano grande, ese hombre que hizo tanto por los cubanos y por otros pueblos.
Grande entre las grandes esta mujer espirituana que ha heho historia en nuestra provincia humilde, revolucionaria, exigente, cumplidora, carismatica ante todas las tareas que le han sido asignada muy bonito el testimonio de las vivencias en su vida como dirigente la he admirado siempre como vecina, dirigente, educadora y receptiva ante todos los planteamientos que hemos discutido. Felicidades a Pastor por tan brillante escrito y reconocimeitno a esta mujer ejemplar que aun lucha por ser cada dia mejor