El joven artista espirituano José A. Rodríguez Ávila articula su primera exposición en el universo del grabado
Los manuales de técnicas artísticas definen a la monotipia como un procedimiento que vincula soportes y materiales procedentes de la gráfica y de la pintura. A diferencia de la xilografía, la litografía o la calcografía, permite obtener una sola reproducción; por consiguiente, la precisión a la hora de dibujar las figuras, distribuir los pigmentos y efectuar la impresión desempeña un papel fundamental.
Esta técnica moderna, pariente cercana de la linotipia, fue escogida por el joven artista espirituano José A. Rodríguez Ávila para articular su primera exposición en el universo del grabado, tal y como puede apreciarse en La pistola en la cabeza, muestra que por estos días acoge la galería de arte provincial Oscar Fernández Morera.
Dos son los motivos iconográficos fundamentales que encontramos en dicha exposición. Primero, los pétreos monolitos incluidos por Salvador Dalí en varias de sus composiciones más oníricas, específicamente aquellas en que reflejaba el paisaje de su querida Portlligat, o recreaba el célebre óleo sobre lienzo El Ángelus, del realista francés Jean F. Millet. Del otro, el bombín empleado por el también galo René Magritte en piezas como Los misterios del horizonte o el Hijo del hombre, donde hacía del desdoblamiento de la imagen o el ocultamiento de los rasgos faciales sendas estrategias para reflexionar sobre la condición humana.
José A. Rodríguez respeta el significado existencial presente en ambos símbolos, potenciando sus significados al extraerlos de los contextos originales y hacerlos dialogar con figuras solitarias, introspectivas, que pueden interpretarse como alegorías de la vida moderna.
La demagogia política que estremece al mundo contemporáneo; el acto de filosofar como puerta de escape hacia otra realidad; el fútil impulso que nos hace emprender un camino vacuo, inerte, sin vicisitudes ni aprendizajes; la existencia de seres alados incapaces de recobrar el Paraíso perdido; la crisis espiritual que, semejando enormes piedras sostenidas por manos invisibles, flotan sobre nuestras cabezas… Las monotipias de José A. Rodríguez hoy nos convidan a mirarnos por dentro, a llevarnos a la sien una idea, un concepto, un sistema de pensamiento que devele de manera descarnada nuestras hipocresías y carencias, los vacíos y anhelos que estremecen nuestra existencia.
Toda obra humana es perfectible, y La pistola en la cabeza no escapa a esta condición. Me arrogo el derecho de considerarla un primer paso al interior de una carrera que su autor inicia como grabador. En un futuro, cuando el artista haya alcanzado un mayor nivel de perfección técnica, habremos de enfrentarnos a imágenes mucho más perturbadoras, más cáusticas y descarnadas, pues, en primer lugar, estamos ante un artista curioso, que no reprime el afán por aprender e incorporar nuevas técnicas a su trabajo como dibujante, instalacionista, escultor y realizador de video-arte. Entonces serán otras las pistolas que sus inquietas manos nos lleven a la cabeza.
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