Por su calidad humana y disposición para el trabajo se ha ganado más que la condición de vanguardia, el afecto de sus compañeros de trabajo
Como el péndulo de un reloj de pared, la guadaña corta la hierba que las lluvias halaron desde el corazón de la tierra. Él se concentra en el filo que chasquea a sus pies y en el rocío que le moja los zapatos viejos y la manga del pantalón.
No piensa, no, en el hogar perdido, ni en el cáncer arrancado de su rostro, ni en la hija que ve dos veces al año. Omar Moreno Carrazana solo corta el césped, como el hombre más confiable del tejar San Agustín.
Hoy yo me siento feliz,/ orgulloso y optimista/ cuando una joven periodista/ aún se acuerda de mí,/ viniendo directo aquí,/ donde estoy realizando/ un trabajo laborioso,/ hoy yo me siento orgulloso/ porque me estás entrevistando.
Se seca el sudor y casi sin querer acaricia el rosario carmelita que le cuelga en el pecho, el mismo con el que reza todos los domingos en la Iglesia Mayor como le enseñó la madre al último de sus cinco hijos desde que estuvo grandecito.
Para pedirle protección a Dios a Omar le sobran las palabras, su inteligencia deja atrás el noveno grado que alcanzó; quien entabla una conversación con él reconoce su honestidad, y su presencia se distingue entre rimas y rancheras que él compone.
“A esta guadaña le falta filo”, advierte para sí, y va a sentarse en el quicio del portal para amolarla. Mientras frota la piedra en el metal recuerda que al otro día debe calentar el horno y que la cal que queda no se puede vender y que hay una cerca rota.
Alza la vista para mirar a los dos perros que lo acompañan cada dos noches en las guardias de su centro laboral; se fija al fondo en los carteles que ya necesitan un retoque con pintura; de mucho le sirvieron las clases de Dibujo y Escultura que prefirió para superarse como militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, recién llegado al aeropuerto de Sancti Spíritus, entonces militar, y donde transcurrieron 25 años de su vida, la mayor parte en el oficio de chofer.
En aquel lugar conoció a la que fue primera su esposa y la madre de su primogénita Ester; 12 años duró el matrimonio en la calle Independencia hasta que Omar enviudó. Luego volvió a casarse y todavía le duele mucho ese divorcio después de 17 años, sobre todo porque prefirió quedarse sin el amparo de un techo seguro para favorecer a su hijo Omarito.
A veces cuando va por las tardes al reparto Escribano a ver a su nieta Anay de 3 años el recorrido demora más porque se le tumba un pie del dolor y, detenido a mitad de acera, espera que se le quite y entonces sí piensa que pudiera estar viviendo en un asilo, pero no tiene chequera porque un papel le descompletó los 25 años de trabajo requeridos para la jubilación.
Regresa al chapeo con las mismas ganas de vivir que tenía el día que le dijo al médico: “Opérame, que yo no tengo padre ni madre, ya tengo 67 años, de todas formas eso es cáncer, si me morí, me morí”.
Antes le habían inyectado muchas vacunas en la cara pero el carcinoma había vuelto a reproducirse; en la operación el cirujano descubrió que comprometía menos tejido del que había considerado; de eso ya hace cuatro años. “He trabajado al sol, no he ido más al médico y no me siento nada, fue como un milagro de Dios”, le dice a veces a sus compañeros de trabajo.
Qué suerte para Miguel Ángel Iglesias, el administrador, haber conocido a Omar Moreno. Lo empleó por solidaridad. “El tiempo que dure, yo me lo voy a llevar para allá”, les respondía Iglesias a los pronosticadores de mal augurio, sin imaginar que aquel sería el hombre estándar de la Empresa Productora de Materiales de la Construcción del Poder Popular.
Aquí en este tejar/ trabajando sin ningún complejo/ aunque soy el más viejo/ aquí lucho sin cesar./ Lo mío es trabajar/ sin dudas y sin engaño/ y nunca haciendo daño/ tratando a la humanidad/ y con 70 años de edad/ soy el vanguardia del año.
Son casi las diez de la mañana, va por un buche de café al comedor. Se fuma un cigarro, como ha hecho desde los 10 años cuando arrancaba del cuje un pedazo de hoja para torcerse el tabaquito que chupaba escondido entre los árboles de la finca de su papá que cosechaba las vegas en su natal Esperanza, en Villa Clara. Fumar sí, pero no le gusta beber, “no me llama la atención”.
Casi cuando termina de chapear llega un carro al tejar, “¡ah es la periodista!”. Nos sentamos en el comedor y le pregunto si escribió los versos. Del bolsillo extrae un papel: Cumplo tareas muy fuertes/ siendo siempre bien consagrado/ y aun estando operado/ en el triángulo de la muerte./ Hoy mi vida se convierte/ en ser cumplidor y fiel,/ cumpliendo un gran papel/ diciendo con gran precisión/ aún me siento Fidel.
*Los textos en cursiva son de la autoría del entrevistado.
Omar es uno de esos hombres que el trabjo les forjó la vida, el alma y anda por ahí, desafiando las limitaciones, para demostrar,desde su sencillez, cuán grande se puede ser….