El equipo de Granma arrancó delante en la final frente a los campeones avileños
¿Tendremos una primera cabalgata o un tercer zarpazo? Es la pregunta que rueda más allá de los diamantes granmenses y avileños, enrolados por estos días en una final inédita en la historia de las series nacionales cubanas de béisbol.
Por la respuesta habrá que esperar días, quizás varios, tal vez hasta los siete juegos límites que impone la ley del 56 clásico cubano de béisbol, a juzgar por la paridad de los conjuntos y lo que enseñaron los primeros partidos.
Contrario a lo que muchos apostaron tras la temprana e ¿inesperada? salida de Matanzas, la finalísima se ha presentado con el picante que hace falta para repletar estadios, aunque el José Ramón Cepero se llena en un suspiro por su escasa capacidad y la alta convocatoria de su elenco, muy parecido a lo que debe ocurrir en el Mártires de Barbados, de Bayamo, que vivirá por primera vez la ilusión de una final.
Resulta innegable, de todas maneras, que algunos grados se rebajaron al morbo. Se dice que en tierras de la piña se debieron deshacer varios carteles con cocodrilos entre dientes de tigres, o piñas sonrientes en medio de la ciénaga, ansiosa como estaba la afición por medirse con el que es, hace rato, el equipo a derrotar en Cuba… ya usted sabe por qué.
Pero el terreno, que suele ser despiadado con los pronósticos, puso frente a frente a los elencos que mejor lucieron en la semifinal al decir borrón y cuenta nueva, axioma que obliga a dejar atrás números del pasado. Granma ganó e hizo historia y fue la noticia. Matanzas perdió otra vez y no fue noticia. Acostumbrados a caer a instancias de play off en cinco ocasiones anteriores, quizás hasta los mismísimos yumurinos se prepararon para el fiasco desde el sexto partido.
El equipo oriental triunfó con convicción, carácter y categoría. Con esa tríada remontó una final en su contra desde que se anunció el cruce con el súperrecordista de la regular, el Matanzas de las 70 victorias, reforzado en sus filas desde el primer día. A este Granma le sobró el corazón que definitivamente no tiene su rival. Con ese atributo se plantó en medio de un estadio repleto hasta las uñas y dispuesto a tirar voladores, otra vez antes de tiempo, después de apabullar dos veces a su contrario en su propio terreno bayamés.
Muy pocos pensaron, yo incluida, que podrían revertir la historia. Como los yumurinos, los granmeneses no han sido hombres de play off. Mas, sin nada que perder, los ahijados de Carlos Martí ganaron el que debían. En el definitorio Granma jugó con Matanzas y no contra él.
El empuje de sus hombres destrozó la decrépita psicología de los yumurinos. El récord de los matanceros se convirtió en bumerán cuando tal vez le dio excesiva confianza en sus propias posibilidades y le restó la presión que necesitan para acostumbrarse a los play off.
Puede increpársele a Víctor su cambio incoherente de line up para un partido decisivo, su estrategia de un cuadro cerrado con demasiados riesgos, y hasta la utilización de más de 50 lanzadores en siete partidos, pero no todo es el mánager,
Existe un gen perdedor de los matanceros, inoculado en parte por el propio director, quien ha sucumbido en 13 ocasiones casi a las puertas del título. La derrota ante Granma roza lo estrepitoso con un nocaut fulminante que se recordará por años en el Victoria de Girón. Un gen que se advierte en el desconcierto y los temblores de la defensa. Un gen que estresa y presiona a todo un elenco, tenga los integrantes que tenga.
Con las mismas armas que usó vs. los matanceros, Granma enfrenta sin complejos al campeón nacional. Tiene menos presión que su contrario y esa es una de sus garantías, aunque Martí quiere más con un elenco que supo reforzarse en sus necesidades básicas, sobre todo un receptor inteligente y eficaz, sin desarreglar la esencia del equipo.
Cuenta con buenos abridores con Lázaro Blanco a la cabeza y un roster que no se recuesta en su bateador estrella, ese Alfredo Despaigne capaz de insuflar la energía positiva de su liderazgo y ya le demostró a Roger en el primer partido que con él si a la primera no va la vencida, va a la segunda o la tercera, para definirle con un jonrón y decirle que su elenco no será un alazán fácil de montar.
Ciego de Ávila llegó por aguas más tranquilas e hizo lo que dijeron los pronósticos ante Villa Clara. Sigue siendo un equipo compacto que ya aprendió a jugar los play off. Machado tiene la experiencia de los títulos y debe haber aprendido que no hay por qué exprimir a Vladimir García si tiene bullpen de sobra.
Enfrenta a un mánager mesurado, tranquilo y sabio como lo es Carlos Martí que quiere y merece un título.
La final está en sus inicios. Si avileños y granmenses son capaces de dotar de atractivos la final de una campaña, que ya que no ha podido jactarse de un alto nivel cualitativo ni siquiera en la semifinal, nadie les echará de menos a los yumurinos como únicos garantes de un espectáculo que le hace falta a la pelota cubana.
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