La comunidad espirituana sigue apegada a la vida fuera del bullicio citadino. La constancia de los lugareños y el envejecimiento poblacional marcan el día a día
El silencio parece ser sepulcral en las lomas. La magnificencia de lo hermoso deja sin aliento: una casa allá donde la vista parece perderse, una persistencia, una esperanza. En los “bajos” la comunidad también vive apegada a dejar la vida misma en el surco, a respirar el aire que reanima lejos de la ciudad, a vivir la poesía del campo. Desde cualquier ángulo la gente amanece, trabaja, baila, canta, llora.
Este paraje a los pies del Macizo de Guamuhaya se nombra El Cacahual, sitio que es parte del Consejo Popular Banao y que se compone entre otras instituciones, por el campismo popular Planta Cantú, la escuela primaria Pedro Lantigua, la CCS Faustino Echemendía, la farmacia y el consultorio del médico y la enfermera de la familia.
TOCAR LA REALIDAD CON LAS MANOS
Ocupa “apenas” unos 69 kilómetros cuadrados, espacio suficiente para que Ariel Rodríguez-Gallo Alonso desande de arriba abajo viendo lo que la gente tiene para decir. Para el delegado montarse en un caballo no es tarea compleja pues su formación campesina le permite conocer cada uno de los recovecos del lugar.
“Vivo retirado del centro del lugar dos kilómetros más o menos pero la visito con frecuencia. Tengo un día de atención a la población, el viernes, pero me pueden parar un lunes, un martes, un miércoles a cualquier hora. Me gusta tocar la realidad con las manos”, explica el representante de base.
¿Qué planteamientos están en la agenda?, inquiere El Arriero.
“Nos queda el trabajo con la Empresa Eléctrica por la existencia de casas que tienen bajo voltaje y la eliminación de algunas tendederas. Se acerca el remozamiento del círculo social, y al campamento de pioneros le faltan algunos detalles. Para este segundo semestre del año deben ponerse seis paneles solares para igual número de casas aisladas, en algunas viven ancianos solos”.
¿Y qué me diría del consultorio?
“Excepto dos o tres detalles hay de todo, además la atención de la doctora y la enfermera es de primer nivel”.
Como se hace palpable y los propios lugareños reconocen el envejecimiento poblacional es una realidad creciente. Más de 100 adultos mayores conviven en el espacio que abarca la comunidad. “Tengo 13 hijos, ahora mismo no sé cuántos nietos y tres tataranietos, pero digo que hala tanto el campo como los vejigos”, dice y después ríe Luis Luna con el mismo espíritu de un muchacho de 15 y para quien el trabajo bajo el sol se hizo recuerdos hace apenas unos meses.
Al otro lado de la balanza, el día a día está rodeado de juegos, baños en el río y hasta una que otra visita al campismo.
¿Qué edad tienes?, pregunta El Arriero al pequeño que parece tímido ante los visitantes.
Tengo ocho, casi nueve, responde de sopetón Armando Ortega Arias mientras acompaña a su abuela.
PINCELADAS SINCERAS
Si bien es cierto que Banao es el espacio donde se concentran mayores servicios a la población, nadie en El Cacahual quiere perder lo que ya se ha hecho tradición.
“¿Dónde uno se come una merienda con tres pesos? Aquí nada más. En un momento se pensaba el paso del círculo social a unidad arrendada, pero pusimos empeño y lo mantenemos de esta manera”, asegura la trabajadora de la entidad Aida Fuentes Pérez.
“En tiempo de clases los niños vienen mucho, imagínate si se tienen que subir los precios”, dice Martha Galbán Díaz, quien ha vivido en El Cacahual desde que nació hace 53 años.
La música a lo lejos delata a los visitantes. Niños de diversos centros de Sancti Spíritus, Trinidad y La Sierpe rotan indistintamente por el campamento de pioneros Paquito González Cueto.
¿Qué actividades hacen?, interroga el medio.
“Vamos al río, hacemos caminatas y otras actividades recreativas”.
Alfredo Oyarzabal de la Paz, director de la instalación, reconoce que la comida presenta mejor calidad que en épocas anteriores y se espera el cambio de la carpintería de madera por aluminio antes de concluir al año.
“Vivo en Colón, en la ciudad de Sancti Spíritus, pero cuando hay trabajo hasta tarde me quedo a dormir”, agrega.
En esta comunidad la gente vive entre piñas dulces, palmas reales y paisajes a todo color, suben y bajan las lomas mientras el mundo citadino sigue en su vorágine de contar cada segundo porque el tiempo no alcanza.
Interesante trabajo, bello paisaje, bonito delegado, chulito el viejito. Felicidades Laury por tus trabajos.