Las creaciones del trinitario Elio Vilva Trujillo han acaparado la atención de coleccionistas y galeristas internacionales por mostrar de forma legítima parte de la cultura cubana
Nació y creció en medio de cultos sincréticos y deidades yorubas en su amada Trinidad; expresiones que, poco a poco, se acomodaron en su subconsciente, hasta que pasados varios años brotó desde su interior el reconocimiento a esa religión, mediante colores y pinceles. Benditos cúmulos de conocimientos y fe que posibilitan que gran parte del orbe disfrute, de la mano de Elio Vilva Trujillo, de nuestra cultura.
“Desde niño pintaba, hacía cuentos, títeres con papel maché. Todo eso ocurrió mientras me relacionaba con muchas personas que practicaban la santería y el espiritismo. En ese entonces ello era mal visto y me desvinculé al adentrarme en los diferentes procesos sociales de la época”, explica quien en ese período inicial jamás previó que su nombre daría mucho de qué hablar.
En ese andar propio de la juventud en busca de encontrar su camino tocó las puertas de la otrora escuela formadora de maestros y, más tarde, la de la Dirección Provincial de Cultura en Sancti Spíritus.
“Fue una etapa importante porque me relacioné con muchas personas del mundo creativo, tanto desde el movimiento de artistas aficionados como del profesional. Tan fuerte resultó ese diálogo que colaboré sistemáticamente con la página cultural de Escambray y su suplemento Vitrales, principalmente en el análisis de temas relacionados con el cine, la radio y la televisión. Ya cuando regreso a Trinidad asumo la dirección de la galería de arte Benito Ortiz Borrell y desde ahí no puedo desligarme de todo esto”, confiesa mientras hojea un cartapacio repleto de evidencias de cuánta obra ha creado.
Cultor de una autenticidad expresiva, con trazos finísimos e ingenuos y originalidad estilística, a Vilva los críticos no logran encasillarlo en un estilo o tendencia. Sus piezas, cargadas de colores, objetos de culto animal y vegetal, collares, máscaras y figuraciones mitológicas caminan sobre la línea delgada que divide las fronteras del arte popular y del culto.
“Soy autodidacta. No hago ningún cuadro igual porque estudio cada detalle para no repetirme”, admite.
¿Cuál es la clave de que su obra se convierta en referente en galerías internacionales?
“Mis orishas han sido los responsables de mi promoción. Creo que también se lo debo al estudio de las obras de otros como Wifredo Lam y nutrirme de religiosos. He tenido muchas posibilidades y soy más conocido en Estados Unidos, por ejemplo, que aquí”.
Tal idea quizá no sea tan categórica, pues aún cuenta con asombro el día que por casualidad vio parte de sus creaciones en el programa televisivo De la gran escena, donde recibió no pocos elogios.
“La cultura afrocubana es increíble, tiene muchos matices, leyendas, colorido, vestuario y música. Soy hijo de Elegguá, dueño del equilibrio dinámico, de la existencia, del camino… Eso también ha sido importante”, añade.
¿Qué precisa para que esos seres mitológicos lleguen hasta el lienzo?
“La tranquilidad me ayuda mucho, y los sueños. Unas veces pongo los pies sobre la tierra y otras, ando volando. Cuando cojo una pieza con rigor, es decir, sentado frente a ella entre seis y ocho horas, puedo demorar hasta 20 días en un cuadro de grandes dimensiones”.
Admirador de Lázaro Ros, considerado uno de los más importantes intérpretes de música folclórica en Cuba, este trinitario ha sido noticia no solo por las ventas en tiempo récord en importantes galerías internacionales, sino también porque en cierta ocasión le fue negada la visa para asistir a un importante suceso en Maine, Estados Unidos, sencillamente por ser ciudadano cubano, y por haber publicado en varios idiomas el texto Entre santos y orishas.
“Compartir espacios expositivos y catálogos con Manuel Mendive, Alicia Leal, Zaida del Río, José de Jesús García jamás lo imaginé. Formar parte de los autores escogidos por el Cuban Art Space de New York para que algunas de mis obras se conviertan en postales con imágenes de Changó, Obbatalá y Elegguá, tampoco estuvo entre mis pensamientos”, concluye, mientras repasa con detenimiento los artículos de la prensa foránea donde otra vez los elogios hacia su estilo particularísimo inundan los párrafos.
Y es que no exageran. Elio Vilva Trujillo ha sabido ganarse un lugar entre los grandes por mostrar desde el arte el imaginario yoruba.
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