El sorprendente triunfo de Moonlight, el error en el anuncio de la mejor película y la distribución de 24 galardones fueron notas distintivas en la entrega de los premios Oscar
Hubo sorpresa. Y de qué tamaño. De repente, todo se vino abajo. El Dolby Theatre, las crónicas a falta del punto final, los pronósticos, los mapas, los libros de instrucciones y hasta la propia geometría. Tembló literalmente la falla de Los Ángeles… Ni el mejor (o peor, qué más dará) guionista de la historia podría haber imaginado un final semejante. Subieron al escenario Warren Beatty y Faye Dunaway y se limitaron, como consumados actores, a improvisar al hilo de los deseos del público. Con un sobre equivocado en la mano, leyeron La La Land cuando, en realidad, era Moonlight. De otro modo, un desastre semejante no figuraba ni en los mejores sueños de, por ejemplo, Trump.
Acabó así una noche tan previsible que, por fuerza, estaba condenada a romper por algún lado. Y lo hizo de la manera más espectacular (o estúpida) posible. De este modo, el brillo de las seis estatuillas de la que parecía la reina indiscutible de la noche se apagó de repente ante el rayo inmisericorde, digámoslo así por eso del dramatismo, de la más pequeña de las producciones que concurrían a mejor película del año.
Hasta llegar aquí, todos daban por hecho el protocolario ceremonial digno de un Hollywood crítico por fuera y acomodado por dentro. De nuevo, la industria se premiaba a sí misma y lo hacía como nunca antes. O como siempre, según se mire. La La Land partía como favorita con sus 14 históricas nominaciones y, aunque lejos del récord que pretendía (o soñaba), para ella fueron cayendo los premios considerados más importantes: dirección (el niño terrible y prodigio Damien Chazelle) y actriz protagonista (Emma Stone, en calidad de la nueva novia del mundo). Esos y los más musicales (canciónCity of stars incluida por obvia), además de la fotografía y el diseño de producción, hasta completar seis.
Faltaba el de película del año. ¿Quién podía imaginar que no fuera ella? Beatty y Dunaway no estaban entre ellos. Ni ellos ni nadie. De golpe, todo se vino abajo y todos aquellos que esperaban (y esperábamos) una reacción o viraje de última hora hacia, quizá, cine más comprometido, más dramático, más oscuro, más esquinado, más a tono, en definitiva, con el desastre presidencial que se vive… Todos ellos, decíamos, tuvieron (o tuvimos) recompensa. Si además tenemos en cuenta que a mitad de gala el ganador era Mel Gibson y su Hasta el último hombre; eso y que con un tercio de las estatuillas el palmarés se acercaba a lo surrealista con Escuadrón suicida y Animales fantásticos con premio y la gran favorita aún no; si, como decimos, consideramos todo eso, la sorpresa se antoja no ya mayor sino sencillamente inabarcable.
Así las cosas, ganó la firme y sutil a la vez gravedad de una película que pide, que exige incluso la única revolución necesaria en una época tan cruda como estúpida. Se trata de dar la vuelta a los tristes tópicos del cine de negros violentos para demostrar a los blancos ‘educados’ que las etiquetas (las de los negros como las de los hispanos o los musulmanes) son también una forma de dominación. Y humillación.
Moonlight -que conquistó además los premios a mejor actor secundario para Mahershala Ali y el de guión adaptado para el director Barry Jenkins y el autor de la obra de teatro, Tarell Alvin McCraney, en que se basa todo- es la narración a flor de piel de la pelea por hacer visible lo injustamente oculto. De nuevo, el cine se acerca a una historia de drogas, barrios bajos, violencia, acoso y sangre. Una historia, para no confundirse, de negros gays en un mundo esencialmente homófobo. Además, de blanco. Y, sin embargo, y con la misma rotundidad, la historia de Chiron, así se llama el protagonista, habla del calor de la piel, de las dudas de un adolescente, del miedo a crecer, del tibio abrazo de una madre, del desprecio de lo desconocido, de la violencia de lo íntimo… La película entera se resuelve en un espacio indefinido, frágil y a la vez indestructible, en el que todo lo relevante adquiere su auténtico valor. Apenas nada.
Todo tan trivial, y tan imprescindible a la vez.
¿Quién lo habría dicho?
Hasta llegar aquí, ganaba con holgura una película para la inmensa minoría. O de la mayoría minoritaria, como se quiera. Eso es La La Land, una cinta que quiere ser la mejor opción para el fanatismo. De uno y otro lado. Se ama con la misma intensidad que se puede negar; se adora con idéntica pasión con la que se desprecia. Sirve tanto para que los exaltados de un género casi perdido como el musical exhiban una erudición siempre discutible, y para que esos mismos eruditos de los gestos olvidados señalen que, en efecto, cualquier tiempo pasado, además de anterior, es hasta mejor.
De hecho, si se mira de cerca, La La Land es una película que vive feliz en la contradicción. Como el cine, mitad arte mitad industria. Como Hollywood, mitad mercado mitad burdel (con perdón). Parece un canto al amor y, sin embargo, pocas invitaciones tan encendidas a la tristeza. Trata del más íntimo fracaso de un artista, de la distancia insalvable que separa la realidad del deseo, y, pese a ello, pocos son los que no salen del cine con el corazón más ancho. De pura satisfacción. Roto, pero mayor. Es musical y durante casi una hora allí no canta nadie y, cuando sus héroes lo hacen, la verdad, tampoco aciertan a sobrepasar la frontera de la media voz. Las coreografías, para qué engañarse, se empeñan tanto y con tanto cuidado en homenajear a sus mayores que, por momentos, acaban por sencillamente imitarlos. ¿Alguien ha dicho copia?
Y, sin embargo, es precisamente por todo lo anterior por lo que se hace difícilmente sustituible. Cada uno de sus supuestos defectos es una invitación, provocación incluso, a la memoria; cada pretendido defecto acaba por ser pura evocación. Los recuerdos deben a su imprecisión la virtud de ser modificados, manipulados tal vez. Y así hasta poseerlos, hasta hacerlos nuestros. Somos, se quiera o no, cada paso de baile apenas apuntado; somos cada nota dubitativa en la garganta de dos actores no entrenados precisamente para cantar. Y es aquí donde sin duda se detuvieron unos académicos encantados de verse tan bien, tan lozanos, tan dueños de los sueños del mundo.
Hasta que llegó ‘Moonlight’
Hasta que llegó Moonlight a última hora y por accidente, todo discurría tranquilo. Ni siquiera en la propia gala las alusiones al innombrable fueron todo lo demoledoras y raciales que se imaginaban. O imaginábamos. El presentador Jimmy Kimmel se limitó con bastante acierto, todo sea dicho, a navegar entre la ironía, el sarcasmo y algo aún más vago e impreciso. Y hasta brillante. Por elegante. Las referencias se movían entre la obviedad y la certeza. La ‘sobrevalorada’, según la Casa Blanca, Meryl Streep, protagonizó el momento más unánime. Pero, la verdad, no dejó de ser inevitablemente cantado.
Es más, las llamadas a la fraternización, al entendimiento, a la americanización de lo americano estuvieron muy por encima de las algaradas antipresidencialistas, por así decirlo. Hubo que esperar a que Asghar Farhadi recibiera su no-Oscar a mejor película de habla no inglesa por la incontestable ‘El vendedor’ para escuchar el primer discurso claramente anti-Trump. De él o de Gael García Bernal (contra los muros en calidad de mexicano). Todos extranjeros, qué cosas. Hasta entonces, muy poco. Digamos que se impuso el alma conservadora y profundamente narcisista de una industria que no quiere líos. Progresista por fuera, conservadora por dentro. Todo tan evocador, tan confuso, tan único. Tan La La Land.
El momento en el que un grupo de turistas se coló en el teatro en una brillante ceremonia de la confusión en el que los espectadores y las estrellas intercambiaron los papeles ejemplificó como pocos la intención de todo esto. Las ‘élites’ progres de la mano con el pueblo llano; los quizá votantes republicanos intercambiando ‘selfies’ con los ‘agresivamente’ demócratas; los unos y los otros improvisando un pase de baile extraño y espontáneo quién sabe si muy cerca de, otra vez, La La Land. Y así.
Hasta que llegó Moonlight
Hasta que llegó Moonlight y, de repente, todo dejó de tener sentido. O, mejor, lo tuvo de otra manera completamente opuesta al sentido mismo. Nada tenía sentido en un escenario donde Warren Beatty pedía disculpas, un señor con auriculares corría detrás de los sobres cambiados, los productores de La La Land daban las gracias por nada… Y así. De golpe nos acordamos que Manchester frente al mar, la otra gran obra maestra de cuantas aparecían entre las nominaciones, obtuvo su merecida recompensa con un galardón que llevaba el nombre de Casey Affleck grabado desde antes de la invención del propio cine. Ése y el de guión original para su realizador, el consumado constructor de vacío y pérdidas, Kenneth Lonergan.
Y, de golpe, sentimos menos que Comanchería, un western moderno de bancos ladrones y almas en carne viva, se fuera de vacío. Como Loving. Como Jackie. Del silencio sobre Silencio, de Martin Scorsese, para qué insistir.
Había ganado, en mitad de la más alegre de las confusiones, Moonlight, la película más pequeña; la película de negros gays; la película que hace detonar de un solo bramido las etiquetas, los lugares comunes y los pasos de baile aprendidos. Lo que no fue capaz de hacer nadie durante la ceremonia, lo hizo la más resplandeciente equivocación que se ha visto jamás en los Oscar. Y Moonlight eclipsó a todo, a Hollywood entero.
Por cierto, el corto español Timecode, de Juanjo Giménez, se quedó sin nada. Y van siete veces. Lástima.
(Tomado de El Mundo)
Todos los premios
Mejor película: Moonlight
Mejor director: Damien Chazelle, (La La Land)
Mejor actor: Casey Affleck (Manchester by the sea)
Mejor actriz: Emma Stone (La La Land)
Mejor actor de reparto: Mahershala Ali (Moonlight)
Mejor actriz de reparto: Viola Davis (Fences)
Mejor película extranjera: The Salesman (Irán)
Mejor fotografía: Linus Sandgren (La La Land)
Mejor documental: O.J.: Made in America
Mejor cortometraje: Sing
Mejor corto documental: The White Helmets
Mejor película animada: Zootopia
Mejor guión original: Kenneth Lonergan (Manchester by the sea)
Mejor guión adaptado: Barry Jenkins y Tarell Alvin McCraney (Moonlight)
Mejor banda sonora: Justin Hurwitz (La La Land)
Mejor canción original: City of Stars (La La Land)
Mejores efectos especiales: The Jungle Book
Mejor diseño de vestuario: Fantastic Beasts and Where to Find Them
Mejor maquillaje y peinado: Suicide Squad
Mejor edición de sonido: Arrival
Mejor mezcla de sonido: Hacksaw Ridge
Mejor corto animado: Piper
Mejor diseño de producción: La La Land
Mejor edición: Hacksaw Ridge
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