Hace 45 años, Ramón Luis Herrera se estrenó frente al aula, y para ese tiempo ya llevaba en los genes el don de hilvanar versos
Cuando habla, mira a los ojos del otro para descubrir segundas intenciones; no vive apegado a resquemores, pero detesta mentir. En su aula, en la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez, se le ve altivo; a pesar de no lucir cuerpo de saltador de altura. Valora al ser humano por el alcance de su pensamiento, por sus actos y, sobre todo, por su humildad.
Las canas le llegaron con cierta premura, incluso al bigote, que a veces lleva y otras, no. Aunque no se lo proponga, a este sobresaliente profesor de Literatura, merecedor del Premio Especial del Ministro de Educación, le brota cierto aire montuno, quizás por la sencillez y la pulcritud en el decir.
Al también poeta Ramón Luis Herrera Rojas, quien ha dictado conferencias en Benin, Rusia, México y Francia, le puede traicionar la memoria cuando recalen más años; sin embargo, nunca olvidará que vino al mundo en Cambao, un batey de Yaguajay, donde conoció las primeras letras y nació su pasión por enseñar.
¿Cómo descubrió su vocación hacia el magisterio?
Me he hecho yo mismo varias veces esta pregunta y no tengo una respuesta del todo precisa. Supongo que haya influido el hecho de que ayudaba mucho a mis compañeros desde la escuela primaria en círculos de estudio, repasos, prácticas de ortografía, etc., y también que si cursaba los estudios de Maestro Primario, al terminar el sexto grado, que duraban cinco años, podía ponerme a trabajar muy joven e independizarme económicamente, lo que era muy necesario en mi familia. En la adolescencia uno está lejos de saber lo que quiere y por ello el asunto de la vocación debe ser considerado con mucha flexibilidad.
¿En su estreno como maestro los nervios no le traicionaron? ¿Dónde empezó a impartir clases?
Fui un dirigente estudiantil muy activo en la FEEM, de la que soy fundador, y estaba acostumbrado a improvisar un discurso en cualquier lugar, de modo que no sentí nerviosismo. Pero me tocaron alumnos muy difíciles de una escuela de esta ciudad, que los maestros expertos no querían en sus aulas y pasé mucho trabajo. Esa selectividad a la inversa nunca debe hacerse y mucho menos para complicarles la vida a los que empiezan. Eso fue en el primer semestre de 1972 y esas cosas no estaban tan claras como hoy. Después pasé, en el segundo semestre, a otra escuela donde atendía dos grupos grandes, también de quinto grado, pero de niños más diversos, sin retraso escolar, y me fue muy bien. Todavía hay alumnos de uno u otro centro que me saludan en la calle.
¿Qué cualidad no le puede faltar a un educador de estos tiempos?
La lista de cualidades puede ser interminable, pero destacaría tres: humanismo de anchos horizontes, ética incorruptible y adecuada formación cultural y pedagógica.
De las clases impartidas por usted, ¿cuál lo ha estremecido más como maestro; pero, sobre todo, como ser humano?
Imagínense… son ya más de 40 años de magisterio ininterrumpido. He impartido muchas asignaturas, pero nada me conmueve tanto como enseñar la Literatura Cubana, en particular a sus grandes poetas, cuyos textos tengo por algo entrañable, que disfruto muchísimo leyendo o recitando de memoria.
¿Cuál otro oficio o profesión usted hubiera desempeñado?
Cualquier oficio o profesión que me hubiera permitido ganarme la vida con dignidad, pero desde niño tengo una muy fuerte inclinación hacia los libros y la lectura y no me explico qué hubiera sido de mí si gracias a Fidel y la Revolución no me hubiera podido consagrar a la investigación y a la escritura. Hay dos profesiones un tanto dispares que, además, a mí me atraen mucho, que son las de arquitecto y de botánico, quizás por la importancia que le concedo a la belleza como ámbito que debe rodear al ser humano y por mi amor a las plantas.
¿Qué actitudes por parte de los estudiantes le desagradan dentro del aula?
Soy un viejo un tanto quisquilloso, al que le gustan el orden y la responsabilidad, pero nada me desagrada tanto como la indiferencia, la frialdad de corazón. Por eso, tiendo a ser comprensivo con estudiantes que algunos consideran problemáticos, pero que son sinceros, presentan un vivo interés por la cultura y son amantes de las búsquedas, de las preguntas difíciles.
¿Por qué Ramón Luis Herrera trae la poesía en los genes, como aseguró una periodista?
Porque en mi familia de campesinos, desde mi bisabuela Mamá Vieja, se leía y se recitaba poesía de los clásicos cubanos, que eran como unos dioses familiares; porque mi abuelo José Rojas fue un muy buen improvisador de cuartetas y décimas, y algunos de mis tíos y mi madre tenían el don del octosílabo, que se tiene o no se tiene, y creo haber heredado algo de todo eso.
Ha escrito varios libros, ¿cuál de estos marcó, a su juicio, la madurez literaria como creador?
Uno, si está conectado de verdad con el mundo, se está transformando todos los días. Creo que llegué a una cierta madurez en mi poesía para niños con Almendro rojo con caballo blanco, por haberme sentido más seguro con las posibilidades del lenguaje para sugerir imágenes y atmósferas.
Usted ha cultivado, básicamente, la literatura infantil. ¿Qué motivó a Ramón Luis a manifestar que “tratar de descubrir el mundo con ojos de niños es algo que me parece muy importante”?
Todo un cúmulo de razones que tienen que ver con mi sensibilidad, mis orígenes y la conciencia de mis posibilidades como creador; aunque últimamente he escrito sobre todo para adultos. Está a punto de salir un nuevo libro de sonetos y casi tengo terminado un extenso libro de poesía en verso libre, que es un como un repaso por mis obsesiones más acuciantes.
Quizás le pida al tiempo que le dé más de 24 horas al día: prepara clases, tutora tesis… ¿Cuándo y dónde se sienta a escribir versos?
Cuando puedo y donde puedo; por ejemplo, en las reuniones largas y aburridas. En realidad, quien pretenda dedicarse a la literatura debe acostumbrarse a los horarios regulares. En mi caso prefiero levantarme temprano y escribir unas dos horas antes de ir para el trabajo.
¿Qué proyecto creativo lo desvela en la actualidad?
Aparte de escribir casi sin parar, estoy trabajando en una antología general de la poesía infantil cubana, que espero tener terminada en unos tres años.
¿Qué lo inclinó a escoger a la escritora Dora Alonso para su tesis doctoral?
La convicción de que es, y me gusta hablar de ella en presente, un ser humano y una escritora, de valores excepcionales, hondamente vinculada con las vivencias de mi generación y de las generaciones siguientes de cubanos, aún insuficientemente valorada a nivel universal. Cuando me recibió en su casa y conversamos se reafirmaron en mí esas ideas.
¿Qué le ha aportado como ser humano la lectura de clásicos como El Quijote, de Cervantes, y Cien años de soledad, de García Márquez?
Me leí Cien años de soledad antes que El Quijote, a los 14 años, en un perenne deslumbramiento, poco después de que el libro se publicara en Cuba, por recomendación de una bibliotecaria de la excelente biblioteca de Topes de Collantes a la que yo era visitante asiduo. La gran novela de Cervantes me la leí poco después durante una de mis vacaciones en Cambao, cómodamente encaramado en una mata de ciruelas. Ambos libros a esa edad me dejaron una huella imborrable en el terreno del arte de la palabra y de los valores del humanismo, y sin ellos y tantos otros no fuera quien soy. No soy lector de unos pocos libros; leo de todo vorazmente. Entre los clásicos contemporáneos releo a menudo El barón rampante, de Ítalo Calvino, que me gusta especialmente.
¿Por qué los estudiantes universitarios han perdido el hábito de lectura? ¿Ello es una tendencia global?
Este es un asunto muy complejo. Me he encontrado en la Universidad con muy buenos lectores, pero son minoría. No es que esos estudiantes tuvieran el hábito y lo hubieran perdido, es que nunca se formaron como lectores. Todo se ha venido complicar con el auge de la audiovisualidad y de la informática. En Facebook se lee bastante, pero muy poco de ciencia o de literatura. Estas son tendencias mundiales, agravadas en países como Cuba, carentes de una tradición de lectura forjada desde siglos anteriores. De algo sí no me queda duda: sin lectura sistemática, en formatos tradicionales o pertenecientes a las tecnologías más recientes, no hay desarrollo posible, ni a nivel individual ni social; sino caída sin fondo en la estupidez, la frivolidad y la desmemoria.
Ha defendido a capa y espada el empleo correcto del idioma. ¿Podría algún día ganarse esa batalla?
Siempre distingo entre el uso común de la gente y el empleo del idioma con fines profesionales. El maestro, el periodista, el presentador de televisión están obligados, por la índole de su propia labor, a ser modelos idiomáticos, y lamentablemente estamos lejos de ese ideal. Se ha generalizado un estilo de comunicación calcado de no sé dónde en el que proliferan sin ton ni son los “acá”, los “tributan a”, los “decir que”, los “bueno, nada, que”, que producen más feo ruido que verdadera comunicación. Siempre habrá luces y sombras en el lenguaje, pero hay que dar la batalla, sin cansancio, porque la lengua materna es la médula de la cultura.
Usted expresó años atrás a Escambray: “El trabajo del maestro no es solo enseñar e instruir, es un acto de comunicación humana”. ¿Cuánto resta para que nuestros profesores sean verdaderos comunicadores dentro del aula?
Esa afirmación tiene que ver con la función humanizadora, formativa en un sentido integral, del educador. Transmitir información es relativamente fácil; lo difícil, es influir con palabras e imágenes en la conciencia de las personas para que se acerquen a una aspiración de plenitud y entrega a causas justas y de dimensión colectiva, como lo es la del socialismo cubano, y hagan de tales objetivos proyectos de vida. Para ese tipo de comunicación el profesor necesita ser considerado una fuente en la que se conjugan respeto y confianza, que no agrede ni incurre jamás en groserías ni falsedades.
¿Qué queda hoy del niño de Cambao en Ramón Luis Herrera?
Mucho. Lo que se forjó en la infancia es mucho más trascendental de lo que se cree. Pudiera ser el amor a la naturaleza, la imaginación desbordada, unos valores éticos a prueba de desbarajuste posmoderno.
¿Por qué aprender japonés a estas alturas de su vida?
Intentar aprenderlo, que no es lo mismo. Me gusta estudiar y hace tiempo quiero traducir a Michio Mado, un reconocido poeta japonés para niños, casi desconocido en español.
En definitiva, ¿usted es un maestro poeta o un poeta maestro?
Parece que yo soy un maestro que escribe poesía, pues nunca he dejado el aula, cuando tantos lo han hecho, porque en verdad la tarea de educar es hermosísima, pero de esfuerzos interminables, que dejan apenas tiempo para escribir, encontrarse con escritores, e incluso leer. Pero se es en realidad una integridad y la poesía está en cuanto uno sueña y emprende.
(Los estudiantes de Comunicación Social Maidendly Toledo, Frank Miranda y Daily Luis también son autores de esta entrevista)
Me alegra mucho que se reconozaca a este «sencillo pero profundo» profesor. Soy parte de sus admiradoras.Le agradezco su tiempo con nuestros alumnos de comunicación social para concebir esta entrevista.»Es una persona muy ocupada» decía Ojito en una sesión de trabajo que compartimos.Pero como más que todo,se reconoce maestro…ahí está la entrevista.Enhorabuena!!!
Mi profesor de Literatura Infantil, inolvidables sus clases que te mantenían todo el tiempo motivado. Es un ejemplo de amor a la profesión, de sencillez y con un don especial para hacerte sentir un personaje de la obra que se está analizando. Recuerdo que en los tiempos en que nos daba clases en la Formadora de Maestros siempre le ponìamos como sobrenombre el del personaje principal de la obra que se estudiaba como muestra de admiración por sus conocimentos y su profesionalidad. Gracias profe, siempre llevo en mi obra educacional una dosis significativa de sus enseñanaza y su ejemplo.
Profesor Ramón Luis, también yo quiero resaltar sus cualidades como EDUCADOR, es usted un ejemplo que debemos seguir , divulgar su trayectoria por la Educación es muy importante para que los jóvenes comprendan más, cuanta falta hace un maestro como usted. Siempre lo recuerdo en la Escuela Pedagógica Rafael María de Mendive. Un saludo de uno de sus alumnos en esa escuela.
Mi inolvidable profesor de Literatura Cubana, lo que con él aprendí ha formado parte de mi cultura general, porque era un PROFESOR en todo el amplio sentido de la palabra, lo que unido a esa extrema modestia y sencillez qie lo caracterizan lo hacen un ejemplo vivo de lo que se quiere sean los educadores. Gracias profe por sus execlentes clases.
Mi profesor de la formadora y mi coterráneo a pesar de hoy no estar viviendo en Yaguajay ninguno de los dos pero es así mismo como se describe todo ,siempre muy conocedor y agradezco la formación que nos dio , muchas veces lo saludo cuando lo veo creo que la última vez fue en el acto por el dia de la Ciencia Cubana del 2015 ,mis saludos y mi respeto para ese digno profesor …SIEMPRE ES EL MISMO ….