La espirituana Ivett Hernández Díaz ha conquistado a fuerza de
empeño el imperio de la gimnasia
De aquella niña intranquila a Ivett Hernández Díaz le queda el buen recuerdo. Gracias, en parte, a una prescripción médica para “quemar energías”. Tras la confirmación de un encefalograma, la pequeña se convirtió en la reina cubana de la gimnasia rítmica.
El reinado lo esculpió en los pasados Juegos Escolares Nacionales, donde conquistó siete medallas, lo máximo obtenido por una espirituana: tres de oro (máxima acumuladora, clavas y cintas), tres de plata (equipo individual, pelota y conjunto de clavas) y una de bronce (aro).
Lo cuenta y vives su paso por el tapiz con el mismo virtuosismo y elegancia de sus gestos o la limpieza de su evolución, que te impresionan tanto como la locuacidad de un verbo que parece traspasar sus escasos 12 años: “Desde
el primer día me propuse ser la campeona, aunque tenía rivales muy difíciles, como una camagüeyana. Había trabajado mucho y las entrenadoras confiaban en mí, en mi último año en escolar tenía que aprovecharlo todo”.
Cada medalla tiene su propia historia: “Antes de empezar le doy un beso a todos mis aparatos y salimos a competir, ellos y yo estamos solitos en el tapiz. En las clavas, me siento libre, segura. En la cinta, imagínate, que tenía una muy grande que me regaló Yanet, de Las Tunas; querían que la cortara porque es para juveniles, pero no quise. Solo me cuidé del aire, como me dice mi entrenadora.
Sobre el tapiz quedaban rendidos los aparatos, los jueces y la persistencia de una niña que meses antes venció el dengue. “Estuvimos varios meses sin entrenar, eso me preocupó, pero me esforcé y me sobrepuse. Las profes decían: ‘Respira y dale’. A veces me ponía negativa, no conocía el terreno, no supe de mi principal rival en todo el curso. En la competencia me olvidé de todo, no sentí nervios, miraba a las otras y Yelsi, la entrenadora, me decía: ‘Atiende acá y déjala a ella’. Clasifiqué en todos los aparatos”.
En la versión anterior de los Juegos, Ivett consiguió una medalla de oro en equipo individual y quinto lugar como máxima acumuladora en una competencia que ganó su coterránea Keyla, además del primer lugar en pruebas técnicas.
Pero este trono se forjó el día en que la pequeña obligó a su mamá a llevarla hasta la sala Yara: “Era muy inquieta y los médicos habían dicho lo de la energía, veía el ballet y la gimnasia y me gustaba, empecé a caerle encima a mi mamá y ella pensó que era solo un día, cuando vio que eran todos, me tuvo que llevar. Entré atrasada, ya el curso había empezado, era flaquita, un poco bajita, pero la profesora Marianela dijo: ‘Vamos a ver qué se hace’. Hice el split, el arqueo, vio que tenía condiciones y puso un voto de confianza en mí”.
Después lo hizo todo más fácil por el empeño de las profes y también por lo que aprendía de sus compañeras y su paso por eventos como el Aro de Oro, en Las Tunas, las municipales y los Juegos Escolares, hasta llegar a la escuela nacional en quinto grado.
“En la EIDE entrenaba en todos los aparatos, era una preparación muy fuerte y me sentía floja, entonces me dije: Tienes que hacerlo. Así fortalecí las piernas, el abdomen, los brazos. Desde pequeña tengo que hacer dieta para mantenerme en peso, como vegetales, frutas y el plato fuerte. A veces en vacaciones tomo algún helado, pero con los dulces miro para el otro lado y los dejo.
“Me puse contenta con la escuela nacional, pero era un mundo totalmente distinto a lo que tenía en mi cabeza. Lloré, pero pensé que iba a defraudar a mucha gente, fui creciendo, siempre me señalaron lo de ser chiquita, pero luché contra eso, lo importante era lo que yo tenía dentro”.
Y sí que lo tiene. Un talento especial y una seguridad que deja pasmado a cualquiera. Lo refuerza su mamá, que hoy domina tanto de gimnasia como de ingeniería agrónoma: “Tuve que ponerme a estudiar, veo los entrenamientos, su papá y yo vamos a todos los eventos, evalúo, escucho a las entrenadoras y hasta doy consejos. Se impuso a lo del tamaño porque ella se lo cree, es muy competitiva. Cuando llegó a La Habana se bebía las lágrimas y yo contenía las mías, las niñas eran más grandes, probaban fuerza, se metían con ella, pero nunca dijo: Me voy”.
Ni lo dirá, después que engrosó su medallero con 11 preseas que repartiría en varios pedazos: “Para las profe Marianela, Ilsa, Zenia, Yanet, Claudia”. También para sus padres Inés y Elvis, quien en el delirio de la emoción por su campeona se quitó la camisa en medio del graderío y se olvidó de su pose de hombre serio.
Ahora sabe que ni las gotas florales han sido tan efectivas como la gimnasia. Después de quedar extasiada con su diálogo, que enriquece porque “leo mucho, se me graban las palabras rebuscadas, aprendo de todo el mundo”, sé que volveremos a hablar, cuando Ivett retorne a los podios: “Quiero estar en el equipo nacional, ir a muchos países y pasear mi bandera con mis compañeras”.
Y bella la nena, felicidades princesa, sigue así que de seguro lograrás muchísimos éxitos más!!