Desde hace 52 años Reinerio Pérez Macías ha vivido del amor a los cristales, las armaduras y los espejuelos
A Rey tal vez la corona sea lo único que le falta para que ese apelativo por el que es conocido en el mundo de la Óptica alcance dimensión de Majestad. Su mejor atuendo han sido los 52 años de labor ininterrumpida en el mundo de los cristales, las armaduras y los espejuelos.
“La óptica fue mi primer trabajo oficial y todavía, a los 73 años, no he hallado la forma de dejarlo, aunque ya lo estoy pensando”.
Puede decirse que Reinerio Pérez Macías ha gastado su vista para que los demás vean mejor y, pregunta mediante, no se atreve ni a lanzar un cálculo de cuántos espejuelos han pasado por sus manos. Sin embargo, hay trazos en su vida que el tiempo no pudo borrar, como esa fecha del 27 de octubre de 1958, cuando “salí de Paredes y vine para Sancti Spíritus”.
“Estuve en la calle varios años haciendo cualquier cosa hasta que mi hermano Rafael, que empezó primero con los López, me llevó para la óptica, te aseguro que de espejuelos no sabía nada, era un oficio manual que había que aprender”, relata con esa humildad para oír y tratar a los demás que bien puede ser parte de la armadura que sostiene una obra laboral única dentro de este ámbito en toda la geografía espirituana.
“Antiguamente esos trabajos eran por familias, al principio de la Revolución algunas comenzaron a irse del país y quedaron puestos vacíos, mi hermano había aprendido con ellos, y él después me enseñó a mí”, rememora Rey en una tarde de este caluroso agosto, en su casa, en pleno barrio de Jesús María.
Fue un acierto desplazar el diálogo para la vivienda, porque su puesto en la instalacióna, situada en el bulevar espirituano, está copado de tanto trabajo que el reportero no hizo ni el intento por apartarlo unos minutos de la concentración que implica el oficio.
Desconocía entonces que Reinerio Pérez Macías tiene dos matrimonios, ambos de más de medio siglo. Uno con Alicia Silva Casas y otro con la óptica. “Esa ha sido mi rival”, aclara ella como para acuñar el apego laboral de este hombre hacia la profesión que lo ha convertido en uno de los espirituanos de a pie más útiles para sus coterráneos. “A Rey todo el mundo lo busca, por algo será”, sentencia Alicia, que sigue atenta cada instante de la entrevista.
¿Qué conocimientos exigía el trabajo en la óptica?
Aprender a medir cristales, conocer qué valor de dioptría tiene, no me fue difícil incorporar esos conocimientos, yo tendría como un noveno grado de escolaridad. Es verdad que aseguré un empleo, pero aquello me gustó, me di cuenta de la necesidad de ese oficio, ayudas a mucha gente, empecé a sentirme útil.
Cuando suceden esas cosas, cuidas el trabajo y llega el momento en que lo amas; no es que te lo propongas, pero la actividad te da un roce social muy grande, conoces a mucha gente, creo que pocos saben mi nombre, pero si dices Rey, el de la óptica, casi todo Sancti Spíritus sabe de quién se trata.
¿Nunca te interesó cambiar de labor?
Me gustó tanto que nunca he dejado este oficio, una vez me propusieron ir a trabajar a la joyería, tuve hasta mi embullo y sabía que era un lugar donde podía ganar más dinero, pero preferí quedarme.
Siempre he realizado lo mismo, claro, de distintas formas porque en estos más de 50 años las tecnologías han cambiado; cuando empecé todo se hacía a mano, picar los cristales, biselarlos con una piedra que le decían algo así como carbolundun, luego entró la piedra de diamante, era mejor, cortaba más, permitía mayor rapidez y daba una calidad superior; hasta que vino la máquina automática que superó toda aquella técnica manual.
¿Qué trajo consigo ese adelanto?
Revolucionó el trabajo y lo humanizó mucho, no es igual hacerlo a mano que con la máquina, ahora queda más exacto. No te puedo decir que por la vía manual llegué a la perfección, pero sí a realizar el oficio lo mejor posible.
En Sancti Spíritus antes funcionaban las ópticas López, Ibarra y Brizuela, después durante muchos años esta labor de operario de corte y monta de taller lo desempeñamos solo mi hermano y yo. Sin autosuficiencia te digo que sobre Rafael y Reinerio estuvo por un tiempo la necesidad de espejuelos de la sociedad espirituana.
Antes había menos población, era inferior la demanda, hoy de 40 años para arriba casi todo el mundo usa espejuelos, hubo un tiempo en que era cosa de viejos, pocos jóvenes lo usaban. Creo que todo el mundo nace con algún defecto visual, pero cuando tú no te dedicas a más de tres o cuatro cosas, no haces el esfuerzo visual y, por lo tanto, no lo requieres.
También había su abandono, la familia no se ocupaba mucho de eso. Hoy no es así. Desde que el niño llega a la escuela y empieza a escribir o va a la pizarra, el maestro se da cuenta y le dice a los padres: ‘llévenlo al optometrista porque lo veo que está quejándose’. Mira, cada arrancada del curso escolar dispara el trabajo de la Óptica.
En el taller todos los pasos son importantes, pero desde que tú coges el cristal en la mano tienes que medirlo para saber si es verdad la medida que dice la receta. Aunque el sobre diga más cuatro, hay que comprobarlo porque si hay un error entregas un espejuelo mal hecho.
¿Cómo sobrelleva Rey los dos matrimonios?
Aunque estoy en el taller, trabajo con el público, me gusta atenderlo, trato bien a todo el mundo. A lo mejor el secreto de tanta permanencia es trabajar con calidad, que cuando la persona salga vea bien, se marche contenta, satisfecha, hay que entender que la vista es algo muy sensible y los espejuelos son una herramienta imprescindible para el que los necesita.
La transición tecnológica es innegable, pasar del cristal mineral al orgánico no tiene comparación, es mejor para trabajarlo y para las personas, mucho más liviano. La evolución humana también es grande, hay relevo, muchos muchachos están preparados. Por cierto, algunos de ellos me han dicho que la Óptica del bulevar espirituano, por las buenas condiciones que tiene, es de las mejores de su tipo que han visto por ahí.
He enseñado a otros, no solo yo, Rafael también, por ejemplo, a Marilyn, la de Trinidad; a La Curra, de Cabaiguán, a Ernestico que trabaja aquí con nosotros, y así a un montón de gente.
La óptica ha sido mi casa, Alicia siempre me ha dicho que yo la abría y la cerraba, todavía tengo una llave porque soy el primero que llego por la mañana. Como soy un tipo mañoso, cuando voy a irme miro el taller, reviso que todo esté en orden, desconecto las máquinas, vuelvo a revisar otra vez, cierro la puerta y, si eso se quema, no es culpa mía.
Nunca he soñado con la óptica. Igual te digo, al taller no llevo ningún problema personal. Durante un tiempo arreglé por las noches espejuelos en la casa, tenía necesidad, hoy sigo pagando la patente, pero ya no la ejerzo.
Me estoy preparando psicológicamente para, si me decido, el año que viene dejar la óptica, lo que pasa que las necesidades económicas me han obligado a continuar el desempeño, aunque ya los años pesan y, está ese reclamo de Alicia: “¿Qué tiempo vas a dejar para mí?”.
Si te hicieras una autorefracción humana, ¿cuál sería el resultado?
Soy una gente metódica, casero, de familia, una persona normal, tranquila, de ir todos los domingos a la Iglesia; un día me tomo una botella de ron con alguien que me visita y me jalo, después eso se acabó para mí. Prefiero caminar despacio, soy madrugador, me gusta llegar a la casa, cerrar la puerta y preguntarle a Alicia si hay que buscar algo; creo que si eso me falta, me enfermo.
Me pasa algo curioso, como si tuviera dos horarios de entrada. Está el de las ocho, en la óptica, pero al frente, todas las mañanas se sienta un jubilado, Ramón, y cuando estoy allí a las 7.30 a.m. me dice: “Hoy vienes bien, en tiempo” o si no: “Te atrasaste dos minutos”.
No puedo separar la óptica de mi vida, trabajando ahí formé y crié a mi familia, no he hecho otra cosa en mi vida que hacer espejuelos.
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