Manaca Iznaga, con su majestuosa torre y el encanto de sus tejidos es toda una tentación para visitantes cubanos y foráneos que llegan a la villa espirituana de Trinidad
Las manualidades, multiplicadas en arte, son en Cuba tan añejas como las primeras comunidades aborígenes.
Pasaron los años, las centurias, se multiplicaron los habitantes, las razas, se mezclaron ambas, se fundieron culturas y sus hechizos llegan hasta nuestros días.
Y allí, entre las brisas que llegan desde el azul Caribe que baña a la romántica Trinidad, Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, en el centro sur de Cuba, a la cobija de las montañas, perfumadas por los frutales divinos, con la vigía permanente de la gran torre, Manaca Iznaga es toda una tentación.
Porque es esa suerte de emporio donde las manos de hadas tejen y tejen; dejan en cada puntada el hechizo arte que llega de generaciones anteriores, que las de hoy animan, reviven.
Manos mulatas, con ríos de inagotable tradición en sus venas. Y arman entonces, con sus manteles, sus prendas de vestir, con otras maravillas moldeados a aguja e hilo, esa cotidianidad que hoy marca la personalidad misma de Manaca Iznaga, es decir, el emporio de las tejedoras.
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