Medio siglo de existencia signa el quehacer del taller literario Rubén Martínez Villena, de Cabaiguán, donde quienes sueñan a través de las palabras encauzan su vocación
La cita transcurre cada jueves, al filo de las 2:00 p.m., llueve, truene o relampaguee. La Casa de la Cultura del municipio deviene sitio oficial; mas, en caso de emergencia, pueden reunirse bajo la sombra de cualquier árbol, en el parque, en casa de algún miembro, en el portal de la institución…
Solo necesitan abrir las libretas donde yace el boceto de la historia que les sobrevino, el poema nuevo, el verso corregido de la semana anterior, el último capítulo del texto que llevan meses elucubrando. Eso, y escuchar. El prodigio ocurre sobre la marcha. Al final del día, cada autor tiene una obra mejor en las páginas.
“He visitado espacios similares de otros municipios y casi siempre existe un líder que impone criterios. Aquí no existen egos personales crecidos. El autor es el dueño absoluto de la obra literaria. Por tanto, nadie más puede decidir sobre el texto. Preferimos trabajar bajo la premisa del intercambio mutuo, a partir de las sugerencias que cada miembro pueda hacer como lector, y solo como lector”, apunta Jorge Silverio Tejera, quien desde hace tres años lidera a los casi 20 miembros de esta familia.
Así ha funcionado desde 1967, cuando Arturo Alonso concibió el espacio para quienes preferían soñar desde la escritura. Más allá de la constancia, tal vez el ingrediente para mantener a flote a esta institución imprescindible de la cultura de Sancti Spíritus sea dicho ejercicio constante de libertad creadora.
Si fueran necesarias las cifras para reseñar la trayectoria, bastarían los más 600 libros publicados como resultado de las citas semanales así como los galardones nacionales y extranjeros tales como La Edad de Oro, Pinos Nuevos, El Caimán Barbudo, Casa de Las Américas, Misael Valentino y Latin Heritage Foundation.
Sin embargo, a través del testimonio de los protagonistas descubres la pasión a flor de piel, la buena cosecha que durante 50 años ha dejado en el alma de noveles poetas y escritores.
Así lo percibió Vitrales mientras dialogaba con Virginia González, ingeniera agrónoma que a poco más de sus 60 años se vio hilvanando versos y, tiempo después, con un manojo de poesías sobre la mesa de casa. Hoy parece una adolescente a quien la alegría no le cabe en el cuerpo porque su obra a está a punto de ser valorada por expertos de Ediciones Luminaria de cara a una futura publicación, cuyo título provisional es Señales de alerta.
Por estos lares también se rompen estigmas. Bien lo saben Roberto González, de 21 años, estudiante de Economía, y el licenciado en Psicología Alexander Ramírez, de 28. “Escribir no entiende de carreras o afinidades. Te sorprende, sin más —admite—. A veces uno se aferra a una metáfora, a una idea. Aquí hemos aprendido que la obra, si no transmite, si no llega al lector, no cumple su cometido; que leer mucho no basta, como la gente piensa; que el arte de escribir es fascinante, pese a que vivimos en un mundo plenamente tecnológico”.
Para Ileana Valdés Rodríguez, quien ha fungido como asesora durante 15 años, el contacto permanente deviene refugio para lidiar con las urgencias cotidianas. “Compartir con los niños en el taller infantil es volver a la infancia. Guiarlos, verlos crecer y notar que siguen escribiendo es igualmente placentero. En muchas ocasiones uno llega cargado de problemas, preocupaciones…; todo se olvida cuando te sumerges en su mundo de fantasía. A veces vas por la calle y, aun casados y con hijos, te siguen llamando ‘profe’. Uno se alegra”.
La meta es que cada quien logre publicar su libro. “No creemos ni en el fatalismo geográfico ni en la inercia. La propia historia del taller desmiente tales cuestiones. Estamos en Cabaiguán y tenemos más libros publicados que cualquier otro taller. Las polémicas regionalistas sirven, en realidad, para justificar la apatía”, insiste Silverio Tejera.
De repente, en plena entrevista, una mujer se acerca para compartir un poema de Zaida del Río. Acto seguido, leen un cuento de Roberto. Llegan las sugerencias, la conversación se difumina… Vitrales calla, ya ha perturbado bastante la sesión de trabajo. A fin de cuentas es jueves, y cada jueves, llueve, truene o relampaguee, esta suerte de fábrica de escritores echa a andar.
Estoy de acuerdo con Pedro Luis, el taller ayudò a formarnos, y no importa el sitio en que hoy estemos, èl sigue siendo nuestro cordòn umbilical.
Felicidades a todos los miembros del taller, no importa en que geografía del mundo estén. Muchos hemos dado nuestros primeros pasos en él, hemos aprendido a amar la literatura y a ver a sus miembros como una familia, donde no hay enemistades o celos, algo ocurrente en otros talleres. En lo personal, me forme en ese taller, lo dirigí y siempre estaré en él, física o mentalmente.