Las medidas sobre Cuba anunciadas por el Presidente morteamericano Donald Trump comienzan a voltearse en su contra
La obcecación del Presidente estadounidense Donald Trump por echar abajo el legado ejecutivo de su antecesor en el cargo, Barack Obama, quien mal que bien llegó a contar para algunas de sus políticas con amplio apoyo dentro de la Unión Americana, amenaza ahora con serios dolores de cabeza al inquilino de la Casa Blanca.
Como si tuviera pocos puntos conflictivos en su agenda —suficientes en algunos casos para acarrearle un juicio político en el Congreso—, Trump abrió un nuevo frente de confrontación el viernes 16 de junio con su anuncio de un grupo de medidas encaminadas a echar abajo el camino de convergencia entre Estados Unidos y Cuba emprendido tras arduas tratativas el 17 de diciembre del 2014.
Búsquese una sola ventaja, un solo aspecto positivo de lo propugnado por Trump respecto a Cuba, para su país, y no se hallará en lo interno ni en lo externo la más mínima ganancia, pues si bien las disposiciones de bloqueo demostraron su ineficacia durante más de 50 años en su propósito de doblegar a los cubanos, los acuerdos surgidos a partir de las iniciativas de Obama han demostrado ser —aun con sus salvedades—, altamente provechosos para las dos naciones.
De inicio, Trump aparece como el responsable directo de la pérdida de más de 12 000 puestos de trabajo y 7 000 millones de dólares derivados del comercio con la isla, que se perderán con la aplicación de su política de resucitar la guerra fría en el trato hacia Cuba, al tiempo que golpeará seriamente a las compañías norteamericanas vinculadas a negocios con el país vecino, o en proceso de hacerlos.
Si ya su torpedeamiento a los viajes de los ciudadanos estadounidenses a la tierra de Martí bajo las 12 categorías aprobadas por la anterior administración constituye algo oneroso y ofensivo desde el punto de vista económico y de las libertades civiles, su golpe contra las empresas privadas que él dice defender las colocan en total desventaja frente a los competidores internacionales.
En el corto plazo y en lo interno, los observadores coinciden en su mayoría en destacar el mal negocio que acaba de realizar un avezado empresario como Trump, cediendo a las presiones de un grupúsculo ultrarreaccionario de los cubano-americanos de la Florida, encabezado por el senador Marco Rubio y el representante Mario Díaz-Balart, incapaz de aportarle el triunfo en las pasadas elecciones en ese estado, que ganó gracias a otros sectores poblacionales.
El imprevisible Donald, hasta hace poco una especie de Tío Rico McPato por su proyección y sus millones, ha cambiado la vaca por la chiva, al jugarse el albur de ciertas ventajas en el Congreso que podrían aportarle Rubio y Díaz-Balart, frente a la certeza de un conglomerado de opositores a su acción retrógrada.
En un mundo cada vez más revuelto y hostil, donde Washington ve desafiada su hegemonía por potencias emergentes como Rusia y China, se aboca a una guerra desastrosa con Corea del Norte, está a punto de la derrota en Afganistán y su ingerencia en Siria —donde ayuda al Estado Islámico— amenaza con desatar la III Guerra Mundial, el oasis en que se estaba convirtiendo el Estrecho de la Florida es una realidad difícil de excluir.
El giro de timón de Trump respecto a Cuba seguramente no va a ser bien recibido por una agrupación de naciones integradas en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que respalda a la Mayor de Las Antillas en su lucha contra el bloqueo y se congratuló por el acercamiento entre Washington y La Habana, en correspondencia con su declaración de esta parte del mundo como zona de paz.
En su reciente conferencia de prensa en Viena, Austria, el ministro cubano de Relaciones Exteriores Bruno Rodríguez Parrilla dejó clara la posición de Cuba frente a la política errática e irresponsable del nuevo ocupante de la Oficina Oval, en palabras concisas y seguras que no dejan duda acerca de la decisión de la isla de enfrentar y vencer este nuevo reto.
La misma presencia de nuestro canciller en un país de la Unión Europea escogido para hacer esta comparecencia pública es muestra del cambio de ambiente entre Bruselas y La Habana —y entre Bruselas y Washington—, cuyos intercambios diplomáticos acabaron en fecha reciente con la llamada posición común del Viejo Continente hacia Cuba, lo que aparece como el inicio de un relanzamiento de los vínculos mutuos en diferentes ámbitos.
Con esos antecedentes, es obvio que si Trump se propone llevar las relaciones con nuestro país a los tiempos de Bush, está errando de medio a medio, pues los tiempos son otros y muy distinta la actual coyuntura internacional. Acerca del contexto al interior de Estados Unidos, subrayó Rodríguez Parrilla: “Las nuevas medidas no son en nada democráticas. Según recientes encuestas norteamericanas, el 73 por ciento de los estadounidenses apoya el levantamiento del bloqueo, el 63 por ciento de los cubanos residentes y el 62 por ciento de los propios republicanos favorecen la normalización de los vínculos bilaterales”.
Entonces, cabría preguntarse: ¿dónde está la democracia que a menudo alega un presidente elegido por los votos de compromisarios electorales y no por el pueblo estadounidense, que otorgó a su contrincante, Hillary Clinton, una mayoría sustantiva de sufragios?
Si esa democracia existiera, la voluntad popular, que en este caso se corresponde con la tendencia política en el Legislativo, se impondría fácilmente por el factor numérico, pero el Presidente se ha encargado, con su acción y sus expresiones cavernícolas, de demostrar lo contrario.
Golpeado duramente en el Capitolio por acusaciones de que subió al poder con el apoyo de Moscú, emplazado allí por haber cesado al director del FBI por investigarlo debido a ese supuesto delito, cuestionado por la incompatibilidad de reunir en una sola persona al gran magnate multimillonario y al primer mandatario del país, a Trump no le perdonan su condición de advenedizo irresponsable en el terreno político, capaz de enemistar a Estados Unidos con medio mundo, empezando por sus aliados europeos.
En este entorno, aunque el monto de la relación con Cuba en términos de dinero no es determinante para Washington, al sustituir un clima de colaboración y entendimiento por otro de hostilidad y tirantez hacia la isla, el Presidente no hace más que echar leña al fuego en un contexto mundial de por sí peligroso y complejo, donde cualquier gota puede desbordar la copa de la paz y el equilibrio en el planeta.
De ahí el pronóstico que hacíamos al principio augurándole fuertes dolores de cabeza a mister Donald por su mala voluntad y falta de espíritu constructivo en su forma de llevar las relaciones internacionales. Sin ser Nostradamus, vemos en su futuro político una jaqueca interminable.
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